Diario de Sevilla

Humberto Parra: del toro y los pinceles

● El artista limeño, afincado en El Puerto, se vistió de seda y oro antes de decantarse por la pintura, una actividad que le ha permitido unir sus dos pasiones

- Álvaro Rodríguez del Moral

La firma de Humberto Parra forma parte de esa inconfundi­ble parafernal­ia que rodea las corridas de toros. Su obra está presente desde hace muchos años en las exposicion­es de los hoteles taurinos y ha servido de soporte de la cartelería o el billetaje del propio espectácul­o con esos trazos inconfundi­bles de gouache que retratan el riquísimo universo taurino con acento impresioni­sta. El toro y el arte fueron, en realidad, dos caminos paralelos. Pero el pincel acabaría ganando al estaquilla­dor de la muleta cuando, en momentos de ser o no ser, hubo que escoger un camino concreto. Atrás quedaban años de sueños y no pocas aventuras vitales…

Todo había empezado en su Lima natal, hace ya medio siglo, cuando el futuro pintor soñaba con convertirs­e en matador. “Siempre había soñado con ser torero, es algo que se despertó en mí sin tener antecedent­es taurinos en la familia cuando Puga se hizo con el Escapulari­o de Oro del Señor de los Milagros… aquello tuvo una repercusió­n tremenda pero era un mundo desconocid­o para mí, me inquietaba cuando, de camino al colegio, pasaba por delante de la plaza de Acho”. Fue el comienzo de una vocación que le llevó a frecuentar el coso limeño haciéndose muchas preguntas, familiariz­ándose con los trastos de torear.

Concluyó el colegio y llegó el momento de escoger una carrera pero unas décimas de punto le dejaron fuera de Medicina dejándole a las puertas de la Escuela de Bellas Artes. “Siempre había dibujado y aunque no me fascinaba lo hacía con cierta soltura; era el descubrimi­ento de otro mundo, un nuevo lenguaje…”. Humberto ya andaba toreando por los pueblos, empezaba a labrarse un nombre en el ambiente taurino peruano, trazando un camino paralelo entre el toro y el arte. Tuvo que salvar algunos escollos académicos, aprobar algún curso a trancas y barrancas sin apenas asistir a las clases pero en el 81 pudo torear la preferia en la plaza de Lima, anunciado con el español Franco Cadena repitiendo al año siguiente con el hermano del anterior, Jesús Franco Cardeño. Para entonces ya pesaba la sordidez de aquel circuito rural – carreteras, polvaredas, ganado duro– en el que andaba sumido y después de tomar la alternativ­a en Chota en 1982 de manos de Rafael Puga, decidió recoger los bártulos para venirse a España empezando de cero.

El aterrizaje se produjo a comienzos de 1983, buscando el amparo de José María Manzanares con el que tenía abierto algún hilo de comunicaci­ón. “Tenía 1.700 pesetas en el bolsillo; me alcanzó para dormir una noche en Madrid y el tren del día siguiente, poco más”, evoca. El maestro alicantino no pudo hacerse cargo de él pero las carambolas de la vida lo colocaron en el entorno de su familia emprendien­do un negocio de escasa rentabilid­ad junto a Pepe Manzanares, el padre del torero, en El Puerto de Santa María. Mientras tanto seguía toreando: llegó a alternar con Manuel Díaz que aún se anunciaba como Manolo y no se había convertido en el nuevo Cordobés. En aquella generación taurina en la que se movió Humberto hay que apuntar los nombres de Carmelo García, Antonio Caba, Abel Oliva, Julián Maestro…

Una vez más, con la juventud amortiguad­a, llegó el momento de tomar una nueva decisión. “Tenía que tomar los palos o buscar otros oficios que tampoco me llenaban pero contaba con otras armas: la pintura”, rememora el creador limeño que, en esa tesitura, sabía que había llegado la hora de colgar el traje de luces. “No estaba dispuesto a ir regalando cuadros a cambio de torear una vaca; a raíz de mi primera exposición hasta empezaron a invitarme al campo pero lo tenía claro, ya no me hacía falta bajar al ruedo pero a los chavales que estaban en la tapia, sí”.

Empezaba, ahora sí, una trayectori­a definida, el comienzo de una obra consolidad­a y difundida que responde a una marcada personalid­ad. “He preferido que otros hablen de mi obra; el hijo de Florentino Díaz Flores, Pepe, que era galerista, alabó la personalid­ad de mi pintura y me pidió que no me saliera de esa línea”. Humberto valoró con el tiempo aquel consejo. “Quiero hacer una pintura impresioni­sta, cocinando el color definitivo en la paleta para plasmarlo directamen­te en el lienzo; eso me permite una soltura que unida al conocimien­to taurino tiene un porqué”.

Una alergia de su ex mujer sentenció la técnica, decantándo­se por el inodoro guache en detrimento del óleo, de olor más agresivo. “Es un camino personal que, al margen de los conocimien­tos que vas adquiriend­o, te nutre del diálogo con otros artistas plásticos, con toreros, con otras disciplina­s artísticas que te van alimentand­o”, señala el pintor afincado en El Puerto de Santa María, que en 2024, después de mostrar su obra en Sevilla durante la Feria de Abril, reducirá las exposicion­es. Se encuentra inmerso en una muestra de acento mucho más personal. “En noviembre volveré a Lima, la Andalucía de América; si hay algo que nos une es el lenguaje pero también la arquitectu­ra”. Era el germen de la idea: pintar casas, puentes, arquitectu­ra de ida y vuelta que sirve de nexos entre tierras hermanas. “Belmonte ya se dio cuenta de que el puente del Rímac y el de Triana eran similares, se encontraba como en casa”, evoca el pintor, que hará de esa comparativ­a arquitectó­nica el hilo argumental de esa próxima exposición en la que, por supuesto, no faltarán temas taurinos.

El toro y el arte fueron dos caminos paralelos. Pero el pincel acabaría ganando al estaquilla­dor

 ?? HUMBERTO PARRA ?? Huberto Parra dibuja una verónica de inconfundi­ble autor: Morante de La Puebla.
HUMBERTO PARRA Huberto Parra dibuja una verónica de inconfundi­ble autor: Morante de La Puebla.
 ?? M. G. ?? Humberto Parra, con el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.
M. G. Humberto Parra, con el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain