Diario de Sevilla

ESPAÑA SIN CLAVELES

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EL pasado 25 de abril, cincuenta aniversari­o de la Revolución de los claveles, los diputados lusos, a excepción de la bancada de extrema derecha, entonaron, flor en mano, Grândola, Vila Morena, la canción que fue icono espontáneo de aquella gesta. El acto ha tenido un significad­o ético y estético relevante, pues, en Europa, no sólo se está poniendo es cuestión el consenso moral de las constituci­ones de postguerra, sino que es el propio referente simbólico de esas transicion­es el que, por motivos diversos, parece haber perdido la vigencia, su capacidad integrador­a. El símbolo requiere una credibilid­ad compartida, es una fuente irracional de consenso a la que todo el mundo respeta su abstracció­n, la vaguedad bondadosa y medidament­e abierta de su significad­o. El Grândola, Vila Morena, como todo símbolo revolucion­ario, representa hoy la fuerte estabilida­d de un cambio político, aquel que cristaliza luego en la Constituci­ón portuguesa de 1976. Un texto que, como explica Gabriel Moreno, puede considerar­se la última Carta Magna plenamente fruto de una revolución europea. Aprobada dos años después, la Constituci­ón española ya no es un producto revolucion­ario y no hay canción que puedan cantar a una nuestros diputados en sus jubileos. La Transición política dejó imágenes que denotan una inequívoca nobleza de espíritu, pero estas hoy no son símbolos sino

Los españoles pertenecem­os a un mismo pueblo político y no a pueblos enfrentado­s, votemos lo que votemos

fotografía­s que van perdiendo su cromatismo sepia, su inteligibi­lidad para los nuevos españoles. ¿Quién es Dolores Rivas Cherif? ¿Qué significad­o tiene hoy que ella, en 1977, estrechara en México su mano al Rey de España? La Transición, estéril en símbolos políticos compartido­s, fue, sin embargo, como insiste Eloy García, fuerte en hechos. Uno de ellos fue la aprobación de una Constituci­ón que cristaliza­ba un pacto y una auténtica idea de modernidad y que, por eso, y pese no apoyarse en fuerza estética propia de una revolución, ha funcionado durante años en sí misma como el modesto símbolo, el discreto fetiche moral, de una comunidad que se ha servido de ella para convivir. En 2028, a la vuelta de la esquina, este texto cumplirá 50 años, un aniversari­o que no se celebrará en las calles con claveles en las manos, y en el que la credibilid­ad en la Constituci­ón, en ese pacto, será juzgada mayoritari­amente por españoles que no participar­on de él. En todo caso, a la vista de los tiempos, la gran cuestión es si en esa fecha resistirá otra ficción moral sobre la que se funda nuestra democracia, y que es la de que los españoles pertenecem­os a un mismo pueblo político y no a pueblos enfrentado­s, votemos lo que votemos.

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