Diario de Sevilla

GARABATEAR LA HISTORIA

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SE puede escribir la historia en el friso helicoidal de la Columna Trajana o garabatean­do “Los pequeños ladrones piden a Vatia como edil” en una pared de Pompeya. Tener la humilde grandeza del emperador Marco Aurelio –delicia del género humano– o la soberbia de Bonaparte coronándos­e ante el Papa en Notre Dame; compartir la victoria con quienes la hicieron posible –recordemos el inmortal “nunca tantos debieron tanto a tan pocos” dedicado por Churchill a los pilotos de la RAF tras vencer a la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra– o sentirse Currita de Albornoz y querer ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y hasta el finado si se trata de asistir a un entierro. Todo es cuestión de qué se pretenda. Igual que la grandeza del Antiguo Egipto queda plasmada en la monumental Aida del maestro Verdi o parodiada en la genial y sicalíptic­a Corte de Faraón de Lleó, Perrín y Palacios. La cuestión está en saber medir la predisposi­ción a la tragedia para no caer en el ridículo a fuerza de ir degenerand­o por puro infantilis­mo, sobreactua­ción y cesarismo de guardarrop­ía.

Y es que ya lo explicó Belmonte aquella tarde que fue a un festival benéfico presidido por uno de sus antiguos banderille­ros, entonces Gobernador Civil de Huelva. Un amigo que le acompañaba, asombrado ante

Ya imagino a más de uno llorando si Sánchez abandona la presidenci­a mientras sus deudos cantan por la esquinas

el insólito y raudo ascenso político del tal Miranda, que así se llamaba el rehiletero, le preguntó: “Don Juan, ¿es verdad que el gobernador toreó en su cuadrilla?”. Belmonte, con su habitual parquedad, le dedicó un lacónico “Sí”, que fue replicado por el curioso; “¿y cómo se puede llegar de banderille­ro a gobernador tan rápido?” A lo que el maestro contestó: “Degenerand­o”.

Y es que estamos de un trágico que ya me imagino a más de uno llorando por las esquinas si el señor Sánchez abandona la presidenci­a del Gobierno presentand­o su dimisión, mientras sus deudos cantan por las esquinas, con un falsete al estilo de Antonio Molina, aquello de: “A donde quiera que vayas, en donde quiera que estés, aquello que me juraste, te tiene que remorder…”. Y conste que yo sería más de recordar al maestro Alonso y su Luna de miel en El Cairo, porque al fin y al cabo, “tomar la vida en serio, es una tontería, hay que gozarla, hay que reír, pues de un berrinche, puedes morir…”. Y tampoco hace falta tanta tragedia, ni tanta pose, ni tanto teatrillo. La democracia abomina de los imprescind­ibles. Y más aún, de quienes se creen tales.

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