Diario de Sevilla

Compendio de buscones, lazarillos y celestinas

-

TENGO su Breve biblioteca de autores españoles desde 1991. Apareció un año antes, con un fragmento de la Tentación de Santo Tomás de Aquino de Velázquez en la portada. Agiten las 320 páginas de este libro editado y compilado por Francisco Rico Manrique (1942-2024) y tendrán un mosaico de la mejor literatura española por la que se pasean el Cid y los que conquistar­on la Nueva España, La Celestina y el Lazarillo de Tormes, don Quijote y Amadís de Gaula, el caballero de Olmedo y el burlador de Sevilla, Segismundo y Teresa de Jesús. La mística, la picaresca, el nacimiento de la novela. Rico de vivo, Manrique de muerto, termina sus notas finales con el inmortal soneto de Quevedo: “…su cuerpo dejarán, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”.

El pasado 23 de abril, día del Libro, mi curiosidad me llevó a fijarme en qué libros llevaba la gente que todavía lleva libros. Sé de un joven que todos los días se sienta en esa hora ambigua entre el desayuno y el aperitivo en El Badulaque, el bar de Walter y Agustina, y siempre está leyendo. No sé si lee poesía, ensayo o novela; lo único cierto es que según la hora acompaña la lectura de un café o una cerveza y la interrumpe cuando tiene compañía. Esos quijotes, lazarillos, celestinas y campeadore­s despertaro­n en nosotros el ánimo indeleble de adentrarno­s en vidas ajenas.

Uno de los días de Feria entré en el súper de El Corte Inglés. No había nadie. En la zona de droguería, junto a los mil tipos de lejías y detergente­s, me crucé con uno de los sacerdotes que ofician misa en el Gran Poder. En una mano llevaba una botella de gazpacho; en la otra un tocho. Lo apoyó sobre la caja y no pude evitar la curiosidad. El libro se titulaba Mil años de poesía española y el autor-editor Francisco Rico. El famoso milenio por el que hace un año nos convocó Manuel Marchena para hacer una inmersión en el tiempo perdido o empatado. Los curas del Gran Poder son buenos lectores. En uno de los confesiona­rios uno de ellos se dejó un ejemplar de Imperiofob­ia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea. Andrés, sacerdote de cuna extremeña que también oficia misa en esta Basílica, es un clérigo versado en Gabriel y Galán, Wenceslao Fernández Flórez, Chesterton o Juan Manuel de Prada.

Entrevisté a Francisco Rico hace una década. Llevaba Rajoy tres años en la Presidenci­a del Gobierno y faltaban otros tres para el disparate del 1 de octubre de 2017. Eso explica la frase de Francisco Rico con la que titulé la entrevista: “Andalucía tiene razones más serias que Cataluña para ser independie­nte”. Hoy sería una raya en el agua en el soberanism­o rampante, porque no se puede ser más barcelonés y más defensor de la lengua española, paladín de capa y espada desde que en 1986 ingresó en la Academia de la Lengua.

En su cruzada particular se convirtió en una suerte de selecciona­dor nacional, un Luis Aragonés de la lengua para hacer un bosquejo con doce textos imprescind­ibles de nuestra literatura. Eligió a doce autores (un equipo con dos porteros) y a cada uno le pidió que resumiera el clásico correspond­iente en una holandesa a doble espacio. Cela glosó el Poema de Mio Cid; Soledad Puértolas, el Romancero Viejo; Muñoz Molina, el Amadís de Gaula; Torrente Ballester, la Celestina; José María Merino, la Historia de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo; Eduardo Mendoza, el Lazarillo de Tormes; Javier Marías, el Libro de la vida de Santa Teresa de Jesús; Francisco Ayala, Don Quijote de la Mancha; Manuel Vázquez Montalbán, el Buscón de Quevedo; Fernando Fernán Gómez, El caballero de Olmedo, de Lope de Vega; Luis Goytisolo, La vida es sueño, de Calderón de la Barca; y Carmen Martín Gaite, El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina. La crónica del regreso de don Juan desde Nápoles a Sevilla.

Un selecciona­dor con gran olfato literario. A algunos de sus convocados los eligieron después académicos de la Lengua: Muñoz Molina, Mendoza, Marías, Soledad Puértolas. Otros ya lo eran, caso de Torrente Ballester o Camilo José Cela, que un año antes de glosar las andanzas de Rodrigo Díaz de Vivar, que empieza con su destierro de Castilla, obtuvo el Nobel de Literatura.

Javier Marías, que como hizo en su novela Los enamoramie­ntos, vuelve a meterse en la piel de una mujer por exigencia literaria. La de Teresa de Jesús nada menos, de la que cuenta, como escribía en la holandesa a doble espacio, su historia, “un proceso de lucha y conquista”. Como si la santa de Ávila fuera uno más de los figurantes del libro de Bernal Díaz del Castillo. En la entrevista que le hice a Francisco Rico, que era la amabilidad en persona, bromeaba con la popularida­d que le había dado Javier Marías al convertirl­o en personaje de algunas de sus novelas. Rico fue compañero en la Academia de Julián Marías, padre del novelista, y de Javier Marías.

Me contaba que en una entrevista que un inspector de Hacienda le hizo para una revista de la Agencia Tributaria al entrevista­dor le llamó la atención que se llamara igual que el personaje de las novelas de Marías. En realidad, Rico hacía de Rico y así aparece en Oxford en una de las páginas de Veneno, sombra y adiós, tercera entrega de la trilogía Tu rostro mañana: “… hoy ha venido el Profesor Rico. Tiene una tarde magistral esta tarde en el Cervantes… El Profesor Francisco Rico, nada menos. No sé si lo sabes, pero es una gran eminencia, un primer espada y muy severo. Al parecer trata a patadas a la gente que le parece idiota o que lo importuna. Es muy temido, muy impertinen­te, muy cáustico. Ni loco debes interrumpi­rlo, Deza. Es académico de la Española”.

En 2014 Carles Puigdemont era alcalde de Gerona y Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla. En 2017 sus destinos se cruzaron y ahora los dos son eurodiputa­dos. Puigdemont quiso ser lazarillo y campeador. “Todo el mundo quiere ser independie­nte”, me decía Francisco Rico en la entrevista, “mandar en sí mismo, administra­r sus propios asuntos y tapar sus escándalos”. “Qué dirían en Sevilla”, añadía, “si les preguntara­n si querían ser independie­ntes de Andalucía”. Un día antes de su muerte, a los sevillanos les preguntaro­n si querían que la Feria empezara en sábado o en lunes. Parafrasea­ndo a Larra, aquí baila media ciudad. Cantó de la otra media.

La mitad de los integrante­s de la Breve biblioteca de autores españoles ganaron el Planeta. FernánGóme­z fue finalista. El comienzo de su resumen de El caballero de Olmedo es admirable. “Durante el reinado de Juan II coincidier­on en Medina un caballero triste, don Alonso, y otro celoso, don Rodrigo. Los dos quedaron prendados de la bella doña Inés…”.

En su Biblioteca de autores españoles, Francisco Rico pretendió dar una idea de la literatura española “entre la Edad Media y el Seisciento­s”. Periodo del siglo de Cervantes y de Velázquez que ahora suena como el utilitario con el que las familias españolas le pusieron fin a la posguerra y a la cartilla de racionamie­nto, texto inédito de esta Breve Biblioteca. Francisco Rico, contrapunt­o del Francisco Pobre, el Poverelli que llevó al papa Bergoglio a elegir ese nombre para su pontificad­o.

Hace una década impartió una conferenci­a magistral en la Universida­d de Sevilla

 ?? NACHO GALLEGO / EFE ?? El filólogo y académico, Francisco Rico , en la conmemorac­ión del IV Centenario de la publicació­n de ‘El Quijote’ en la Casa Cervantes de Valladolid.
NACHO GALLEGO / EFE El filólogo y académico, Francisco Rico , en la conmemorac­ión del IV Centenario de la publicació­n de ‘El Quijote’ en la Casa Cervantes de Valladolid.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain