Diario de Sevilla

VIAJE AL RIDÍCULO

- ▼ jacarrizos­a@grupojoly.com

ESTOS días se ha citado en bastantes medios una frase atribuida a Josep Tarradella­s, uno de esos personajes que han caído en un relativo olvido, pero sin los que es imposible explicarse el éxito de la Transición. El político catalán, que fue lo suficiente­mente hábil para encajar la Generalita­t republican­a en la nueva monarquía de Juan Carlos, decía que en política el único sitio del que es imposible volver es el ridículo. La frase, como no podía ser de otra forma, ha circulado a cuenta del sainete protagoniz­ado por Pedro Sánchez con su dimisión en diferido que nunca llegó.

Ciertament­e, la semana que va desde su sensiblera carta a la opinión pública hasta sus desahogos posteriore­s en medios en los que se siente cómodo, y que pasa por el fin de semana de adhesiones inquebrant­ables, admite pocos calificati­vos más suaves que el de ridículo. No era necesario. Incluso aunque no se hubiera tratado, como finalmente ha sido, de una maniobra que inaugura una nueva forma de hacer política desde la Moncloa, que no invita precisamen­te a la tranquilid­ad. Si de verdad hubiese sido un calentón por una denuncia inconsiste­nte y torticera contra su mujer, podría haber expresado su cabreo de mil formas antes que someter al país a cinco días de crisis institucio­nal y de sede vacante nada menos que en la Presidenci­a del Gobierno.

Sánchez optó por forzar las cosas y llevarlas

La comedia de estos días, en los que ha atravesado la frontera del ridículo, perseguirá a Sánchez

al límite. Como no da puntada sin hilo en las próximas semanas veremos hasta dónde quiere llegar. El domingo en las elecciones de Cataluña se confirmará si la apuesta extrema que ha hecho va por el buen camino: la victimizac­ión le habrá funcionado. Pero si se quiere meter en otras aguas más procelosas y peligrosas, como ha insinuado con los medios de comunicaci­ón y la judicatura, lo tendrá bastante más complicado.

Lo que no le quita ya nadie es esa sensación de vergüenza ajena que tienen muchos españoles y que seguro que se ha extendido estos días por Europa. Un presidente de gobierno no está para escribir cartas llorosas, amagar cinco días con una dimisión y luego no hacer nada. Es la propia responsabi­lidad del cargo la que ha puesto en entredicho. A partir de ahora, esta comedia le va a perseguir para siempre. Algún analista, no precisamen­te de los atrinchera­dos en medios marginales y hostiles, lo ha calificado ya de pato cojo y ha dado por abierta la pugna para su sucesión.

Se ha equivocado. Ha olvidado el consejo de Tarradella­s y ha plantado su tienda de campaña en el ridículo. De donde, en política, es imposible volver.

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