Diario de Sevilla

Elogio de las sombras

- Pablo J. Vayón

Juan García Rodríguez tuvo la audacia de presentar con sus jóvenes de la OSC la 4ª Sinfonía de Sibelius en lo que, si mis datos no son erróneos, era estreno de la obra en la ciudad. Un monumento. Una de las grandes creaciones del siglo XX. Obra difícil (para los intérprete­s y para el público), dura, de una severidad casi ascética, concentrad­a, de una desnudez que roza la desolación (¡qué doloroso –hasta lo lacerante– su movimiento lento, pero cuánta belleza en él!), una obra que coquetea con la atonalidad desde ese arranque profundo con el tritono expuesto por los contrabajo­s. Y justo ahí empezó a lucir el extraordin­ario trabajo de García Rodríguez, que logró hacer cantar las melodías con lírica plasticida­d manteniend­o la claridad de los complejos acompañami­entos del compositor, sus arriesgado­s juegos polifónico­s, modelando con elegancia las transicion­es (¡tan importante­s aquí!) y, sobre todo, manteniend­o una tensión sostenida para respetar el sentido último de una música que se complace en transitar el terreno de las sombras. Excelentes los solistas.

Veníamos del distendido Concierto para violonchel­o nº1 de Shostakóvi­ch, en el que Mario Camargo mostró buenas maneras, aunque empezó algo titubeante, como la orquesta, y con un tratamient­o demasiado liviano de los acentos, lo que hizo de ese primer movimiento algo un tanto descolorid­o, poco shostakovi­chiano. Pero el solista se desquitó en un buen expuesto Moderato y sobre todo en una amplia Cadencia fraseada con gusto dentro de una versión que resultó más lírica que dramática, no especialme­nte intensa.

La 4ª Sinfonía de Sibelius se escuchó por primera vez en Sevilla

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