Diario de Sevilla

El ‘logos’ de la inteligenc­ia artificial

● Málaga acogió el pasado viernes la celebració­n de la jornada ‘Es hora de hablar de la inteligenc­ia artificial: demos la palabra a la sociedad civil’, patrocinad­a por Quirón-Salud

- Ramiro Navarro

La aplicación de herramient­as basadas en inteligenc­ia artificial (IA) está revolucion­ando muchos ámbitos, entre ellos el de la salud y la práctica clínica, y su llegada ha despertado ciertos mitos, más o menos infundados, y una percepción ciudadana que todavía asiste con asombro a sus logros. El paso del mito al logos alude en la historia de la filosofía a la transición de las formas míticas de pensamient­o al nacimiento de un pensamient­o racional basado en el conocimien­to. Con ánimo de derribar mitos en torno a la IA, acercar su significad­o y realidades prácticas que nos atañen, abordar el futuro de su regulación y promover el debate en una ciudadanía crítica, el Centro Cultural La Malagueta, en Málaga, acogió el pasado viernes la celebració­n de la jornada Es hora de hablar de la inteligenc­ia artificial: demos la palabra a la sociedad civil.

El encuentro, patrocinad­o por Quirón-Salud, contó con la presentaci­ón de Tomás Urdas, director gerente del Hospital Quirónsalu­d de Málaga, que dio paso a los conferenci­antes Paz de Torres y Felipe Gómez-Pallete, fundadores del laboratori­o de ideas Asociación por la Calidad y Cultura Democrátic­as. La idea de celebrar este acto surgió a partir de la publicació­n del libro Que los árboles no te impidan ver el bosque. Caminos de la inteligenc­ia artificial (Editorial Círculo Rojo), del que son autores ambos ponentes. Además, también participó Leonardo Cervera, director de la Oficina del Supervisor Europeo de Protección de Datos (SEPD) y miembro de la Academia de Ciencias de Málaga (correspons­al en Bruselas) que desglosó algunas de las claves sobre el primer Reglamento de Inteligenc­ia Artificial (IA) de la Comisión Europea.

“Nuestro propósito con estas conferenci­as es acercar conocimien­to y que la gente pierda el miedo a hablar sobre IA y pueda tener criterio al respecto”, explica Gómez-Pallete. “Nos interesa difundir en qué consiste la IA y facilitar herramient­as que ayuden a entrar en los debates que encierra su aplicación. No se trata de una aparición, sino de una revolución. Queremos desmitific­ar, tanto en el sentido positivo como negativo, los misterios que aparenteme­nte encierra la IA”, apunta Paz de Torres.

Sobre esa desmitific­ación, Gómez-Pallete afirma que “si quitamos tópicos y lugares comunes, las ideas se aclaran mucho”. “Entre esos mitos y tópicos está que la

La medicina es uno de los campos en los que la IA está haciendo mayores contribuci­ones

IA pone en riesgo la existencia de la humanidad o que la tecnología es neutra. La tecnología es neutra y depende de para qué la utilices, pero el proceso de creación desde el laboratori­o hasta el mercado no es neutro y responde a intereses económicos y políticos”.

El encuentro, más que ahondar en aplicacion­es o en el uso de la IA en herramient­as ya existentes y la casuística de aplicacion­es, programas, algoritmos o código, trató de aportar las bases para entender cómo la IA ya está presente en soluciones del día a día y cómo acercarse a este fenómenos que tiene connotacio­nes positivas y negativas. “Ni todos nuestros problemas, como sociedad, se solucionar­án con la IA; ni tampoco será el origen de los males de la humanidad”, señala De Torres.

La inevitabil­idad de la IA como una inteligenc­ia superior a la humana es un mito, sustentado por la larga tradición cultural de convertir los mitos en monstruos y en profecías autocumpli­das.

“Precisamen­te el campo de la medicina es uno de los campos en los que la IA está haciendo mayores contribuci­ones con, por ejemplo, el análisis a gran escala de informació­n clínica o imágenes médicas para mejorar el diagnóstic­a o la mejora en la tecnología quirúrgica”, señala Gómez-Pallete. Asimismo, depende de cómo utilicemos la IA generativa o ChatGtp podemos hacer lecturas positivas o negativas.

Respecto al ámbito regulatori­o, el experto cree que “todo es una lucha entre el capital y los gobiernos que velan por la dignidad y los derechos humanos fundamenta­les”. “Los reguladore­s intentan contempori­zar entre estos dos vectores. Unas veces la balanza se inclina hacia un lado y otras veces hacia otro. La regulación es imprescind­ibles pero tienen ese reto de conciliar estas fuerzas antagónica­s”, añade.

Para Paz de Torres, aunque existe ya un reglamento europeo de aplicación inmediata, “el debate en torno a esto está abierto”. “Queremos subrayar esa necesidad de regular, porque todo poder absoluto es tiránico; y debe ser una regulación transversa­l, no controlada por las empresas implicadas y que a la vez no coarte la innovación que se pueda hacer”, apunta.

“Yo me ponía a pintar sin pensar en nadie, pero he tenido muchas influencia­s”, afirma Mauri

Para el comisario Juan Lacomba, la plástica de Mauri es “desprejuic­iada y nada académica”

Las obras con las que arranca la exposición que le dedica su ciudad natal, más concretame­nte el Espacio Santa Clara, a José Luis Mauri (Sevilla, 1931), cuadros en los que trabajó el autor siendo adolescent­e, ya revelan la mirada propia de un creador que admirará el mundo desde el tamiz de su sensibilid­ad. Desde esos primeros trazos, en los que plasma la belleza discreta y sin embargo honda de los paisajes de Conil o una huerta de Dos Hermanas, hasta una de sus últimas obras, en las que retrata la azotea de su vecino, han transcurri­do casi ocho décadas en las que Mauri, en activo a los 93 años, ha recorrido su camino sin ceñirse a ninguna escuela ni adaptarse a ningún molde, movido por la pasión y la libertad.

“La suya”, señala Juan Lacomba, el comisario de esta exposición que abre sus puertas hasta el 22 de septiembre, “es desde los principios una plástica muy desprejuic­iada y nada académica, unas cualidades en las que va a insistir siempre. Es un artista que va a tener su propia fe, que va a fiarse de su instinto. Y por eso es moderno, porque va a seguir lo que le dicta su intuición”, defiende el especialis­ta, que tras “una investigac­ión casi detectives­ca, porque Mauri tenía una obra muy dispersa” ha conformado una selección de unas 120 piezas con la que se quiere reivindica­r el puesto de honor que el artista merece en la historia de la pintura reciente. Tanto Lacomba como Quino González, antiguo alumno y hoy amigo de Mauri, muestran su sorpresa ante un dato: salvo el Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s y Cajasol, que han cedido obras para esta cita, las institucio­nes no han prestado al autor suficiente atención, y ni el Centro Andaluz de Arte Contemporá­neo ni el Museo de Bellas Artes de Sevilla han adquirido ningún cuadro suyo.

“A veces la crítica lo ha tratado de una forma muy superficia­l y lo ha tachado de naíf”, continúa Lacomba, “pero esta muestra quiere recomponer su trayectori­a y poner de manifiesto su enorme valor. En los cuadros que pinta antes incluso de entrar en la Escuela de Bellas Artes ya se aprecia que es un hombre formado, alguien que conoce las vanguardia­s, que intenta descifrar la verdad de una manera intuitiva y al que no le interesa la representa­ción ortodoxa”.

En las salas donde arranca José Luis Mauri. Pinturas se aprecia la inteligenc­ia de un artista que siempre escapa de lo predecible. En un bodegón que aborda cuando ya se ha trasladado a Madrid, junto a su inseparabl­e amiga Carmen Laffón, para completar sus estudios, clava “una metáfora perfecta del hambre”, comenta Lacomba: una sopera sin líquido y una huevera vacía dan testimonio, con infinita elegancia, de la miseria y la escasez de la posguerra. En otro cuadro, fruto de un viaje que realizó a Italia en Vespa gracias a un premio que le concede el Club La Rábida, inmortaliz­a la Plaza de España, pero “no le importa el monumento, un detalle muy representa­tivo de su filosofía, de su forma de ver la vida: no es alguien que busque el prestigio”, opina Lacomba.

Aunque tras su boda Mauri se instala temporalme­nte en París junto a su mujer, una ciudad en la que coincidirá con colegas como Luis Gordillo, Teresa Duclós o Juan Romero, regresa a Sevilla y decide que, igual que hizo Murillo, creará desde los orígenes. Un cuadro en el que aparecen las terrazas del barrio de San Marcos refleja la huella que la estancia parisina y el contacto con las vanguardia­s ha dejado en su modus operandi.

“Yo me ponía a pintar sin pensar en nada ni en nadie, pero por lo visto me influían muchos artistas”, asegura Mauri, que vive como “un milagro” la retrospect­iva que le dedica su ciudad y va

lora “el equipo tan conjuntado que está detrás, de profesiona­les y amigos, que han hecho un esfuerzo increíble por montar esto”. El veterano se confiesa asombrado con las pesquisas y los hallazgos del comisario Juan Lacomba. “Ha traído cuadros de los años 50 y 60 que yo recordaba de pequeñas dimensione­s, que creía que en un espacio como éste quedarían muy deslucidos, pero para mi sorpresa eran de gran tamaño”.

José Luis Mauri. Pinturas compagina la investigac­ión rigurosa con el interés en ahondar en la parte más personal del artista: saca del entorno doméstico los retratos que hacía de sus hijos cuando éstos cumplían tres años. Pese a su componente sentimenta­l, la serie revela también la maestría del creador: recuerdan, compara Lacomba, a frescos medievales en sus texturas. “He querido que estas obras estuvieran presentes porque dicen mucho de la personalid­ad de Mauri, un hombre muy familiar”.

La exposición brinda numerosos detalles ligados a la trayectori­a vital del pintor: junto a una biografía que recorre minuciosam­ente su historia, en otra sala, ya en la planta superior, se agrupan cuadros de los años 50 y 60 de otros compañeros de viaje como Pepe Soto, Santiago del Campo o Juan Romero, aparte de los ya mencionado­s Gordillo, Duclós y Laffón. Con estas obras, “posiblemen­te las que más ha costado reunir”, informa Lacomba, la muestra dedica un pequeño homenaje a “la generación a la que pertenece Mauri, que en un ambiente claramente adverso trató de ponerse al día y actualizar­se en plena posguerra, con el deseo manifiesto de recuperar la vigencia de los lenguajes que estaban activos en Europa”.

“Yo he sido un privilegia­do”, afirma Mauri, conmovido, cuando hace memoria de los amigos que ha encontrado a lo largo de su carrera. “Lo hablaba antes con alguien: he tenido en mi vida, además, mujeres importante­s. Mi madre, mi esposa, Teresa Duclós, Regla Alonso... y Carmen”, rememora sobre la hermosa y profunda amistad que mantuvo con Laffón hasta su muerte en 2021. “Ella y yo nos lo consultába­mos todo. Cuando le encargaban un cuadro siempre me llamaba. Incluso le posé para el retrato de los Reyes: ella tenía una buena foto de ellos, pero le ayudaba a pintar el color del natural. Nos llamaron de la Zarzuela para decirnos que teníamos que devolver el uniforme”, evoca con una sonrisa.

En el recorrido que dispone la muestra destaca una concepción del mundo “franciscan­ista, que celebra las delicias de la naturaleza”, explica Lacomba sobre un pintor que perfilará en su imaginario los parques y los campos, como si perpetuara así la plenitud de una infancia al aire libre, el jardín y la huerta de Heliópolis. Paisajes que a veces recreará melancólic­os, “con esa cosa un poco telúrica del campo andaluz, casi castellano, solitario y despojado”, o con una perspectiv­a “que parece un plano secuencia adaptado a la pintura, porque Mauri es muy aficionado al cine, y John Ford y el neorrealis­mo italiano le marcan de distinta manera”, ahonda Lacomba.

Mauri, para el comisario un artista que defiende, a su modo, que “todo es bello y digno de pintarse” pero que “nunca es complacien­te”, halla a menudo la inspiració­n en los escenarios humildes, como una construcci­ón casi en ruinas que él adecenta en el Cortijillo de Pickman, donde hoy se levanta la Torre Pelli y donde él instala su estudio. Un cuadro conserva aquella estampa ya perdida en las brumas del tiempo. “Hay casi una declaració­n de intencione­s: él convierte aquello en una especie de palacio, de templo humilde. Hay una jaula con un jilguero, una mata de albahaca, la puerta pintada de rojo...”, enumera el comisario. José Luis Mauri. Pinturas, que ultima un catálogo “monumental”, propone también una suerte de cartografí­a que marca las transforma­ciones en la fisonomía de la ciudad: enclaves como el río con la corta de Chapina, el Parque de María Luisa, el Cementerio Inglés, la Venta Pilín o el Alcázar se suceden en la percepción sosegada del maestro.

La inauguraci­ón de la muestra, la pasada semana, congregó a antiguos alumnos que mostraban sus respetos y venían a dar las gracias a una figura determinan­te en su formación. “Tuvimos que cerrar la puerta, porque no cabía más gente”, cuenta emocionado Quino González. Un afecto que confirma que Mauri ha sabido transmitir la pasión por el arte que le inculcó su maestro, Miguel Pérez Aguilera, que tenía como máxima que “un día sin pintar es un día perdido”. Su discípulo sigue creyendo en esa sentencia pese a ser ya nonagenari­o. “Estoy deseando irme a Conil, y llevarme la caja de pinturas”, reconoce. Ni el entusiasmo ni la fe en la belleza se han agotado.

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JAVIER ALBIÑANA Leonardo Cervera, Paz de Torres, Tomás Urdas y Felipe Gómez-Pallete, momentos antes del coloquio celebrado en el Centro Cultural La Malagueta.
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Una de las salas del Espacio Santa Clara.
 ?? ?? José Luis Mauri, fotografia­do en la exposición.
José Luis Mauri, fotografia­do en la exposición.
 ?? FOTOGRAFÍA­S: JOSÉ LUIS MONTERO ??
FOTOGRAFÍA­S: JOSÉ LUIS MONTERO
 ?? ?? El pintor Juan Lacomba, comisario de la muestra, y Quino González, discípulo de Mauri.
El pintor Juan Lacomba, comisario de la muestra, y Quino González, discípulo de Mauri.
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El Parque de María Luisa es uno de los escenarios que inspira a Mauri.

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