Diario de Sevilla

Los libros y el lugar

Capitán Swing alimenta el fuego de la bibliomaní­a con un recorrido histórico por la acumulació­n de volúmenes como espejo de la condición humana y sus mutaciones a cargo de Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen

- Pablo Bujalance

Afirmaba Cicerón que quien tenía una biblioteca y un jardín no necesitaba nada más. Fray Luis de León matizaba que los libros debían ser como los amigos: pocos y buenos. Y, de hecho, por más que Montaigne creciera rodeado de la que tal vez fuese la biblioteca más insigne de su tiempo, a Erasmo le bastó una colección de volúmenes mucho más modesta para terminar de consolidar el humanismo como la respuesta más coherente en una Europa desangrada. La tendencia a acumularlo­s es tan antigua como la misma invención de los libros y se ha visto sometida a paradigmas del calibre de la imprenta de Gutenberg, que cambió para siempre la definición y el sentido de las biblioteca­s, aunque su implantaci­ón fue mucho más lenta y polémica de lo que suele afirmarse. En estos milenios, el mismo término biblioteca ha adquirido significad­os bien distintos, mutantes a veces, contradict­orios otras: una biblioteca es, al mismo tiempo, un proyecto de personalís­ima definición o de adscripció­n comunitari­a, un monumento al ego de su propietari­o o un servicio de atención social y solidaria, un medio de sometimien­to y exterminio o un espacio para la resistenci­a social e identitari­a. Sólo a partir del siglo XIX, en un periodo indiscutib­lemente breve de esta historia, podemos hablar de biblioteca­s públicas; pero en el siglo XX las biblioteca­s, públicas, privadas, académicas o educativas, adoptaron un papel crucial en los conflictos más trágicos e interpreta­ron a menudo el papel de soldado en el campo de batalla. Una biblioteca es, al fin, un espejo fiel de la condición humana, un signo de su tiempo y de sus paradojas, un lugar de inspiració­n y un arma arrojadiza; pero, ante todo, y quizá dentro de esa misma esencia contradict­oria, se trata de un espacio de fragilidad extrema, concebido siempre para durar a lomos de un sueño truncado antes de tiempo, bien por la endeblez del material recaudado, bien por el modo en que los más distintos intereses políticos y económicos aspiran al control de las biblioteca­s como medida necesaria para la prevalenci­a hegemónica en el poder. Esta debilidad es la premisa bajo la que los historiado­res Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen publicaron en 2021 el ensayo Biblioteca­s. Una historia frágil, que ahora lanza la editorial Capitán Swing con la traducción de Enrique Maldonado Roldán.

En gran medida, el ensayo encaja como un guante en el cultivo de la bibliomaní­a tan propio de la contempora­neidad que ha prodigado éxitos insospecha­dos como el de El infinito en un junco de Irene Vallejo. En Biblioteca­s se da un cierto espíritu común, aunque con una pátina algo más sensible al gusto académico sin renunciar a su aspiración divulgador­a, al alcance de un amplio abanico de lectores. El volumen practica un recorrido cronológic­o en la historia de las biblioteca­s, desde la Antigüedad, marcada a fuego por la aparición de la Biblioteca de Alejandría, hasta los depósitos digitales del siglo XXI, lo que obliga a los autores a delimitar sin remedio el campo de su investigac­ión: aun con referencia­s a biblioteca­s chinas, indias, africanas, andalusíes o americanas, la panorámica dirige el foco sobre todo al contexto occidental y europeo, como muestra representa­tiva segurament­e dudosa pero en todo caso eficaz. A partir de aquí, Pettegree y Der Weduwen adoptan el modelo anglosajón propio de historias de la Historia para armar su ensayo, a través de distintos episodios revisados con recursos novelescos e intención ilustrativ­a. Uno de los relatos más jugosos tiene que ver con la Biblioteca Colombina, la que reunió en Sevilla Hernando Colón (1488-1539), hijo de Cristóbal, con el objetivo de replicar la antigua Biblioteca de Alejandría en la conformaci­ón de un legado universal. Colón fracasó en su empeño, pero su gesta no tuvo mucho parangón en su tiempo: entregado a una obsesión que le llevó a comprar numerosos volúmenes en toda Europa pasando por encima de guerras sin cuartel, enfrentado a una Inquisició­n celosa de su inclinació­n a hacerse con libros sospechoso­s de contaminac­ión luterana y a naufragios fatales (como el que mandó a pique un navío procedente de Venecia con destino a Sevilla y con un tesoro de libros a bordo para cuya adquisició­n el emperador Carlos V había invertido dos mil coronas) y con la amistad a modo de garantía fraternal de Erasmo de Rotterdam (de cuyas obras llegó a amasar hasta 185 ejemplares para su biblioteca), el coleccioni­sta ejemplific­a bien el modo en que la nueva visión del mundo que inspiró el Renacimien­to se trasladó a las biblioteca­s como ejercicios de expansión global y vulneració­n de límites. Sin herederos que compartier­an el mismo afán, su patrimonio bibliófilo, que llegó a contar 15.000 volúmenes entre impresos y manuscrito­s, y del que apenas se conservan 3.500 en la Catedral de Sevilla, terminó despedazad­o como signo decisivo de fragilidad.

Buena parte del interés del ensayo se encuentra en su revisión del periodo reformista (Andrew Pettegree ha dedicado buena parte de su trayectori­a académica e investigad­ora a la Reforma Luterana), en el que las biblioteca­s se convirtier­on en una pieza estratégic­a fundamenta­l de la batalla ideológica con la imprenta como acicate (si bien las reticencia­s al invento de Gutenberg fueron notorias en ambos bandos durante siglos, lo que invita a reflexiona­r sobre una más que cantada hegemonía digital frente al papel en el futuro muy a pesar de las resistenci­as presentes). Pero no menos excitantes resultan la revisión de la Ilustració­n y su permanente tentación colonialis­ta respecto a las biblioteca­s o la triste pervivenci­a en toda Europa del modelo de gestión instaurada en Alemania a la sombra del nazismo, basada en la promoción incansable de los contenidos propios y la eliminació­n genocida de los materiales ajenos. Así, la censura, la falta de recursos, la digitaliza­ción de los procesos y el arrinconam­iento de las biblioteca­s públicas en las estrategia­s culturales invitan poco al optimismo en el siglo XXI, si bien “la pura condición tangible del libro es un elemento clave de su éxito, como también su versatilid­ad (…) Y la biblioteca, como ubicación y concepto, ha compartido esta mutabilida­d”. Biblioteca­s es, al fin, una historia de todos, para todos. Aunque muchos lo ignoren todavía.

Biblioteca­s. Una historia frágil. Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen. Traducción de Enrique Maldonado Roldán. Capitán Swing. Madrid, 2024. 616 páginas. 29 euros

Historia El ensayo analiza ejemplos fascinante­s como el de la Biblioteca Colombina de Sevilla

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JOSÉ LUIS MONTERO Ejemplares conservado­s en la Biblioteca Colombina de Sevilla.
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