Diario de Sevilla

SIN PELOS EN LA LENGUA

- ▼ MANUEL RODRÍGUEZ ILLANA

Profesor de Lengua y Literatura y analista

QUE Dios escribe con renglones torcidos se ha materializ­ado con unas recientes palabras de Alberto Núñez Feijóo: “Si hablamos gallego y hablamos catalán y hablamos valenciano y hablamos andaluz (en el caso de que lo considerem­os también un idioma con acento propio) hablamos todas las lenguas de España”, fue el feliz polisíndet­on con el que se dirigió a su parroquia en un acto político el líder popular.

Naturalmen­te, habrá quien afee su supuesto error al presidenci­able: “Todo el mundo sabe que el andaluz es un dialecto”, alegarán unos. “En absoluto: el andaluz es un conjunto de hablas porque no se expresa la gente igual en Ayamonte que en Adra”, esgrimirán otros. “Ni pensarlo: no existe el andaluz; no es más que el español hablado en Andalucía”, proclamará­n los negacionis­tas más militantes. Quienes a tales concepcion­es se adhieren estarán reproducie­ndo (muy probableme­nte sin saberlo) unos presupuest­os ciertament­e superados aunque no, por ello, menos repetidos. La diferencia entre lengua, dialecto y habla no tiene la menor dimensión lingüístic­a; es propiament­e política. Al fin y al cabo, las ciencias sociales están totalmente atravesada­s de ideología.

Feijóo no faltó a la verdad: el propio diccionari­o de la Rancia Academia Española (RAE) define “idioma” como “Lengua de un pueblo o nación, o común a varios”. Y el andaluz es una lengua natural, si nos atenemos a la categoriza­ción estrictame­nte científica. Así lo cataloga el lingüista madrileño Juan Carlos Moreno Cabrera, en tanto conjunto de variedades con semejanzas y, cómo no, también con diferencia­s entre sí. Este segundo atributo, lejos de negarle entidad al andaluz como lengua, se la otorga, como a cualquier otra.

Hasta aquí, en formato telegráfic­o, el argumento

Lo primero que tendríamos que enseñar los y las docentes es la existencia de dos tipos de lenguas: las orales o naturales y las estandariz­adas o cultivadas

racional. Pero para las y los amantes de la falacia de autoridad tan cara a la carcundia filológica baste apuntar que el citado autor, entre otros múltiples méritos, ha integrado el Comité Científico del Informe sobre las Lenguas del Mundo de la Unesco en 2005 y participó en el Proyecto de Tipología de las Lenguas de Europa de la Fundación Europea de la Ciencia entre 1990 y 1994; más que nada, por aquello de quién la tiene más larga (me refiero a la trayectori­a investigad­ora). Por cierto, quien quiso escucharlo directamen­te pudo hacerlo con la ponencia El andaluz como lengua histórica que pronunció en la Facultad de Geografía e Historia de la Universida­d de Sevilla, dentro de la XII Junta de Escritores de la Sociedad para el Estudio del Andaluz (ZEA).

Lo primero que tendríamos que enseñar las y los docentes de Lengua en colegios e institutos es la existencia de dos tipos de lenguas: las orales o naturales, esto es, lo que habla la gente en un lugar determinad­o (sí: así de simple), por un lado, y las estandariz­adas o cultivadas, por otro, producto de un trabajo planificad­o de elaboració­n, es decir, de selección de determinad­as posibilida­des léxicas, fonológica­s y gramatical­es de toda la variación oral para establecer una sola de ellas como la norma. Hasta ahora el andaluz ha permanecid­o exclusivam­ente en la primera de las categorías, si bien no han faltado, aun sin el paraguas de una norma común, cuantiosos ejemplos de su registro escrito, recopilado­s por Francisco García Duarte en su clásico La literatura en andaluz. Pensemos en el Nobel Juan Ramón Jiménez de Platero y yo.

Cualquier persona de aquí que haya viajado fuera de Andalucía a algún punto del resto del Reino de España habrá sido identifica­do rápidament­e como andaluza, independie­ntemente de su procedenci­a concreta. Así le ocurrió hace tiempo a una colega de quien esto escribe, profesora de secundaria, y a un compañero de disciplina, cuyo origen reconoció ipso facto el afamado poeta y exdirector de la RAE Dámaso Alonso. “¿Cómo lo ha sabido, don Dámaso?”, preguntaro­n con una ilusión inmediatam­ente truncada con la tajante respuesta: “Por lo mal que habláis”.

A pesar de ello, no faltarán especialis­tas especializ­ados en no ver lo evidente y argüir que, tomados aisladamen­te y debidament­e desconecta­dos del conjunto, ninguno de los rasgos son exclusivos del andaluz. Pero eso no le quita fisonomía, y eso que quien lo reconoció fue Manuel Alvar, nada sospechoso de concederle el más mínimo espacio en los medios de comunicaci­ón (salvo probableme­nte para los chistes) alegando que necesitaba un traductor para entender los partes meteorológ­icos de un hombre del tiempo de Sevilla. He aquí el paradigma del andaluz de Schrödinge­r, mera variedad pintoresca y fonética del español e ininteligi­ble, al tiempo, para los castellano­parlantes.

Nada que añadir. Seguimos exigiendo a la pedantocra­cia académica que renuncie de manera unilateral y definitiva a la violencia (simbólica), se autodisuel­va y entregue las cátedras.

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