Diario del Alto Aragón

La contaminac­ión sonora

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maltratan para sentirse superiores, usan como rehenes o abandonan. Al no poder hablar y contar qué les pasa, son como niños desvalidos que deben ser protegidos.

Miguel Fernández-Palacios Gordon

La contaminac­ión sonora que tanto ruido nos genera hoy día -al igual que otras como la climáticah­a pasado a convertirs­e casi en algo “normal” durante los últimos tiempos, lamentable­mente.

De bien poco parece haber servido -o más bien, de nadaque en el año 2011 la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS)), anunciara que provocaba trastornos en el sueño cotidiano y deterioro de cognición en todos los grupos de edad de las personas, reduciendo sensibleme­nte su calidad de vida.

Cierto es por otra parte que, en esta era en la que el ruido figura como auténtico protagonis­ta, el silencio ha llegado a ser una práctica casi exótica y tan solo reservada para los retiros espiritual­es o/y de meditación, espacios religiosos, centros hospitalar­ios, auditorios, museos y biblioteca­s.

Asimismo, da la ligera impresión al personal de que las propias autoridade­s han terminado por considerar este “paisaje sonoro” apto para la convivenci­a humana, a pesar de tener que soportar su presencia tan perturbado­ra y tal como si fuera un integrante más del tejido urbano.

Y es que, la proliferac­ión de conciertos de claxon, bocinas y pitos, fueron subiendo de decibelios a medida que las ciudades se hacían más bulliciosa­s con los motores de la revolución industrial, constituye­ndo ese enorme y descomunal alboroto un verdadero problema social, cultural, ambiental y -sobre todode salud.

Casilda Sánchez Calderón

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