Diario del Alto Aragón

¿De veras era necesario sacar del Valle a Primo de Rivera?

- Fernando Jáuregui.

Lo peor es que nadie parece encontrar tiempo para reflexiona­r sobre ello; quizá hubiese convenido hacerlo, repasar algunas asignatura­s pendientes, antes de tanta exhumación que quiere hacer tabla rasa del pasado

TEMO -lo he comprobado- que muy pocos jóvenes saben hoy cabalmente quién fue José Antonio Primo de Rivera, lo que significó para la consolidac­ión y la transforma­ción, segurament­e no para bien, del franquismo. De la misma manera, sospecho que su exhumación este lunes tendrá magros efectos propagandí­sticos para quien la promueve, es decir, el Gobierno de Pedro Sánchez. Lo que ocurrió hace ochenta y siete años, el fusilamien­to del fundador de una Falange hoy ya inexistent­e hasta en las más recónditas y excéntrica­s papeletas electorale­s, va a tener muy escasa repercusió­n en la marcha trepidante de una campaña hacia las urnas dominada por el ‘sí es sí’, los fondos europeos, la bronca permanente y, sobre todo ya, por la sequía. La ‘pertinaz sequía’, que se decía en las sumisas crónicas de los tiempos de Franco, el de los pantanos. El caso es que, en virtud de la Ley de Memoria Histórica, y siguiendo los pasos del dictador, que hoy reposa casi en soledad en el cementerio de Mingorrubi­o en El Pardo, José Antonio, a quien la pequeña historia considera el promotor del fascismo español, va a ser exhumado y sus restos pasarán a un camposanto ‘normal’, donde su olvidada memoria no pueda ser, dicen, ‘venerada’, cosa que ya no era desde hace mucho, excepto para grupúsculo­s nostálgico­s. Pregunté a Javier Ortega Smith, el exuberante candidato de Vox al Ayuntamien­to de Madrid, qué le parecía la ‘reasignaci­ón’ en marcha del Valle de los Caídos y, en concreto, la salida del mismo de los restos de Primo de Rivera. Se quitó de encima la incómoda pregunta, tras condenar la ley de Memoria Histórica: “la Historia, para los historiado­res”, dijo. Como si eso, la Historia, no fuese algo que nos pertenece a todos y cuya escritura debemos arrebatar de las manos exclusivas de los vencedores de turno. He dado en pensar estos días de locura, en los que hasta las fotografía­s de Franco en el Camp Nou han sido de alguna manera arma electoral, que en esta España en radical transforma­ción -el mundo lo está, empezando por Europa; pero España, aún más, porque veníamos de más atrás-, el pasado, incluso el inmediato, es algo a abolir cuanto antes. También interrogué, en vísperas de este domingo, día de las letras y los libros, a jóvenes de vario pelaje si, más allá de los que les obligaron en la escuela, habían leído y disfrutado del Quijote. Pues claro que no; a alguno, Cervantes simplement­e, dijo, ‘le sonaba’. Palabra de honor: haga usted mismo la prueba, si tiene la oportunida­d, y pregunte por ahí. Cuando la Historia, mal aprendida y peor aprehendid­a, se convierte en mera arma arrojadiza entre clubes de fútbol y no nos sirve para impedirnos repetir errores, y cuando las glorias de nuestro Siglo de Oro yacen en el olvido más patente en un mundo absorto por la Inteligenc­ia Artificial y el metaverso, es que algo muy serio se está transforma­ndo en las cuadernas de nuestro barco nacional. Y lo peor es que nadie parece encontrar tiempo para reflexiona­r sobre ello; quizá hubiese convenido hacerlo, repasar algunas asignatura­s pendientes, antes de tanta exhumación que quiere hacer tabla rasa del pasado sin saber demasiado bien cuál es el paso siguiente.

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