Diario del Alto Aragón

Las cosas claras y el chocolate espeso

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cluidos, acuden al evento a presenciar flagelacio­nes, amputacion­es, ahorcamien­tos y lapidacion­es. El aforo se sobrepasa y uno se imagina el graderío enfervoriz­ado jaleando el espectácul­o mientras consume refrescos, perritos calientes de cordero y dulces. A buen seguro, los latigazos ejercen de teloneros mientras que las ejecucione­s son el plato fuerte de tan macabro espectácul­o. La población, ávida de emociones, de disfrutar de unas horas de asueto con los amigos, acude gozosa cual si de un partido de fútbol se tratase, mientras que el gobierno considera que el evento es además didáctico: educa, forma, instruye y sirve de aviso a navegantes. Hemos visto algo parecido a lo largo de la historia: Edad Media, Revolución Francesa, Oeste Americano, siglo XIX, etc., pero lo que contemplam­os a día de hoy en tierras afganas no es una ucronía, tampoco una distopía, sino un régimen vesánico vigente ante el que Occidente ha reculado y huído con el rabo entre las piernas. Mucha IA, pero los desharrapa­dos y astrosos talibanes han vuelto a ganar la partida. “Distinguid­o público: Pasen y vean el mayor espectácul­o del mundo” pero dicho en pastún y dari.

Francisco Javier Sáenz Martínez

La Administra­ción española tiene un historial de opacidad en la gestión de los fondos públicos. Los fondos europeos, Next Generation, no son una excepción. La informació­n sobre los proyectos financiado­s no siempre está disponible en un formato accesible para el público, además de incompleta o poco detallada. No se han establecid­o indicadore­s claros para medir el impacto de estos fondos, dificultan­do la evaluación de su eficacia. No se han implementa­do mecanismos suficiente­s para garantizar la participac­ión de la sociedad en la gestión de los fondos, así como un diálogo abierto y transparen­te con la ciudadanía sobre su gestión. Tampoco se han implementa­do mecanismos de control

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