Un foodie con muchas inquietudes
Víctor Santolaria Campo (Huesca, 1986) se considera “un foodie” (un apasionado por la buena mesa) al que
“le gusta cocinar” e ir aprendiendo para “poder mejorar” y aprovecha cada vez que tiene tiempo libre para “hacer turismo gastronómico”. Reconoce haber dado “palos de ciego” porque hubo un momento de su vida en el que le apetecía “llevar a la práctica algunas ideas y probar cosas”.
De niño valoró diversas profesiones. Como le gustaban los animales pensó en “estudiar Veterinaria” y en otro punto de su vida se vio cursando “Ingeniería de Canales, Caminos y Carreteras”. Aunque finalmente encontró en la hostelería su “refugio” y vio que era lo que más le “gustaba”.
Acudió a la guardería de la Caja de Ahorros -en el edificio que actualmente ocupa Odontología-, fue alumno de Salesianos y después del IES Ramón y Cajal. Fueron unos años en los que sus horas de ocio las dedicaba a “jugar a baloncesto y a fútbol con los amigos”. Durante su infancia residió en “la calle doctor Artero”, luego se trasladó a “al paseo Ramón y Cajal y después a la urbanización Parque de Guara”, hasta que se fue de la casa familiar “a los 25 años”.
Al terminar sus estudios de Hostelería, y alentado por sus padres para que tuviera una carrera universitaria, completó los tres años de “Relaciones Laborales” y, tras obtener el título, hizo
“el máster de Planificación en Turismo” que le permitió “conocer el sector hostelero desde otro punto de vista”. Y además pasó “siete meses en Pau completando la doble titulación del máster”.
Con un carácter inquieto, compaginó esa etapa con “un trabajo los fines de semana en el Lillas Pastia”, también pasó por “otros restaurantes de la ciudad” y además tuvo un empleo en “una tienda de informática que montó un amigo”, pero como el negocio “no fue nada bien”, acabó “instalando fibra óptica”.
Más tarde llegó a la Cruz Blanca y pasó “cuatro años en la cocina” y le llegó otra oportunidad “en la Asociación Down con el proyecto de las croquetas de la mano de Carmelo Bosque”, y además seguía “haciendo de extra los fines de semana”.
Finalmente, en el restaurante de la familia de su pareja estuvo mejorando en el oficio hasta que finalmente decidió “emprender”. Víctor se puso al frente del Restaurante Bazul en 2020. El 12 de marzo celebró la inauguración y dos días después se vio obligado a cerrar “por el estado de alarma”. Lejos de mostrar una actitud derrotista, en esos meses supo reinventarse y salir adelante durante “el encierro”.
Han pasado casi cuatro años, el negocio “ha ido creciendo” y pasa por “un momento dulce”. “Lo que antes era negro pasó a gris y ahora ya es casi blanco”, apostilla. En su establecimiento realiza todo tipo de funciones, atiende sala y cocina, si bien admite que aunque le gusta cocinar, no está “especializado al 100 %” y que todavía le queda “por aprender”.
Hace poco más de un mes, junto a otros dos socios y amigos, Carlos Bordonaba e Iván Tabarés, puso en marcha una vermutería ‘Brrrutal’ un concepto “que todavía no está muy explotado en la ciudad” y que busca ser “un sitio de reunión y en el que pasar un buen rato con amigos”. ●