Diez Minutos

ROSA VILLACASTÍ­N

ENTREVISTA A PALOMO LINARES

- Por Rosa Villacastí­n

Sebastián Palomo Linares lleva 50 años dedicado a una de sus dos grandes pasiones, la pintura. Cuarenta y uno jugándose la vida en las mejores plazas del mundo, tiene el cuerpo cosido a cornadas, más de 30 mientras estuvo en activo. En definitiva, una vida rica en experienci­as, que recuerda cuando está a punto de cumplir los 70. Una etapa que disfruta con la misma intensidad de quien sabe que la felicidad no hay que dejarla escapar cuando pasa por tu lado.

Es lo que hizo cuando conoció a Concha, la mujer con la que vive una segunda juventud llena de experienci­as nuevas.

Para celebrar este momento tan especial, quedamos en el Hotel Wellington, Madrid, en el mismo lugar donde tantas tardes se vistió de luces. Una charla que le agradezco sabiendo que se que lleva mucho tiempo sin conceder entrevista­s y que si lo hace hoy es por el respeto que le tengo, y porque son muchos los años que nos conocemos.

-A una de sus exposicion­es le puso “Sosiego”. ¿Es así como se encuentra?

-Me encuentro muy feliz, muy contento, con muchas ilusiones en lo personal y con muchas ganas de trabajar, de pintar, que es lo que he hecho toda mi vida desde que tenía 8 años. Soy una persona sin prejuicios, sin problemas, y todo lo que me rodea en estos momentos me llena de felicidad. -El 27 de abril cumple 70 años. -Así es, me ha ocurrido lo que supongo que le ocurre a mucha otra gente: según va pasando el tiempo voy disfrutand­o más de las pequeñas cosas, quizá porque necesito menos para vivir y valoro más lo que tengo. Estoy en una de las etapas más bonitas de mi vida, en eso he tenido mucha suerte, porque he sabido guiarme por el buen camino.

-¿Su felicidad tiene nombre de mujer?

-Se llama Concha, tú la conoces, es una persona fuera de lo normal, y en ella he encontrado algo impensable a mi edad, la felicidad, pues aunque llevemos poco tiempo juntos, sólo tres años, me ha aportado tanta alegría y felicidad que doy saltos de alegría.

-¿Cuál su secreto?

-El amor es maravillos­o, pero en el amor tiene que haber una base de amistad y algo más... Yo a la vida le pido: virgencita, que me quede como estoy.

-¿Cómo ha cambiado su día a día en estos años?

-Ahora hablo más de pintura que de toros, pero no puedo evitar que las conversaci­ones giren alrededor de lo que ha sido importante en mi vida.

-¿Qué le ha enseñado la Universida­d de la calle?

-Todo lo que sé. En mi vida ha habido muchas etapas. Cuando empecé estaba lleno de esperanza, después vino la batalla por triunfar, por hacerme un nombre, años más tarde apareciero­n los nubarrones y, afortunada­mente, hoy estoy en una etapa en la que la luz y la felicidad lo inundan todo.

-Hace unos años el corazón le dio un buen susto.

-Tuve tres infartos y alguna angina de pecho, y eso que yo siempre me he cuidado como exige mi profesión. Me gusta madrugar, no me gusta trasnochar, y disfruto de la compañía de mis amigos, llevo una vida muy simple, la que siempre quise tener.

-Hay a gente a quien aterra la vejez, ¿a usted también?

-Es ley de vida y yo he pasado casi 50 veces por el quirófano. Las cogidas hay que asumirlas y yo lo hice, porque la mayoría de los toreros sabemos que ese momento llegará y hay que estar preparado para que, cuando llegue, no sufrir más de lo debido.

-¿Cómo supo a los 8 años que quería ser torero?

-He tenido dos grandes pasiones: el toro y la pintura. Con el toro sabía que me jugaba la vida porque es una profesión a la que no le puedes perder el respeto ni un segundo, todo lo contrario que la pintura, que si en un principio fue un divertimen­to es porque sólo podía pintar en las aceras de mi pueblo.

-¿Recuerda quién le metió el gusanillo de los toros?

-La necesidad, cuando yo empiezo a ir a los tentaderos no sabía lo que quería ser, pero sí lo que necesitaba para salir adelante. Antes de ser torero fui aprendiz de zapatero porque ahí cobraba un sueldo, calculo que serían 8 céntimos de euro al cambio actual.

-¿Cómo reaccionar­on cuando les dice que quiere ser torero?

-Al principio era un entretenim­iento para sus amigos, pero cuando empecé a ir a los tentaderos de noche, a escondidas, saltando de una finca a otra, o en tren de mercancías, se dieron cuenta de que iba en serio, pero ya no podían hacer nada por impedírmel­o.

-¡Pero si era un adolescent­e!

-La vida era distinta, hoy los chicos tienen otra educación y las familias no son numerosas. Nosotros éramos 9 hermanos, mi padre trabajaba en la mina y, gracias a Dios, pude hacerme cargo de toda mi familia desde que era un crío porque las cosas me salieron bien.

-Ahí están sus raíces.

-Sí, porque aunque tuviéramos muy pocos medios siempre estaban a mi lado, por eso me siento orgulloso de haber tenido los padres que he tenido.

-¿Le apena haberse perdido parte de su niñez?

-No, yo he disfrutado mucho. Nunca me he sentido frustrado, porque no me he perdido nada, al revés, he luchado y he conseguido lo que quería, estoy orgulloso.

-¿En qué momento se da cuenta que ha triunfado?

-Cuando gané las primeras 1.000 pesetas toreando un becerro en Madrid, en Vista Alegre. Ni mi madre ni yo habíamos visto tanto dinero junto.

-Toreó con Manuel Benítez, El Cordobés.

-Lo hicimos porque había un problema, cinco empresario­s hicieron un monopolio para contratarn­os al mismo tiempo. Nosotros no estábamos de acuerdo y decidimos unirnos.

-Menudas juergas se correrían.

-Imagínate, allí donde íbamos la gente se volcaba porque les caíamos muy bien, la mayoría de los que iban a vernos eran de clase obrera, los había que vendían, y no es broma, los colchones para comprar las entradas. Fue una experienci­a inolvidabl­e.

“Cuando empecé a ir a los tentaderos de noche, a escondidas, saltando de una finca a otra, o en tren de mercancías, en mi casa se dieron cuenta de que iba en serio”

-¿Ligaban mucho?

-¡Pero si no teníamos tiempo!

-No le creo.

-Éramos distintos, Manuel tenía una personalid­ad arrollador­a, era una fuerza de la naturaleza y el pueblo le adoraba, era un mito, yo no era como él, no hacía el “salto de la rana”, pero tenía un publico entregado.

-El sueño de los toreros es comprarse un Mercedes y una finca.

-Yo lo conseguí siendo muy joven. Tú sabes lo que era aparecer en Linares con un Mercedes... Ahí fue donde oí cantar por primera vez a Raphael. Fue un bombazo, él siempre ha sido muy de Linares, un genio, el que abrió las puertas de América a los artistas españoles.

-¿Qué opina de quienes están en contra de la Fiesta?

-Eso no es nuevo, es una postura que viene de tiempo atrás. Siempre hay gente que se opone a los toros, que se tira a la plaza para llamar la atención de los medios, creo que se les da una importanci­a que no tienen, entre otras cosas porque si lo que pretenden es acabar con el toro de lidia, pues que prohíban las corridas de toros.

-¿Podría ocurrir?

-No, qué va, ocurrió con los hippies y otros movimiento­s que fueron muy criticados, ahora en cambio cada uno se viste como le da la gana, a mí me encanta ponerme esmoquin como a otros vestirse años 30. Los toros generan más de 40.000 millones de euros, miles de puestos de trabajo, cómo van a desaparece­r, es imposible.

-¿Partidario de las escuelas taurinas?

-En este asunto hay que valorar el trabajo de estas escuelas taurinas, y el derecho de los jóvenes a elegir lo que quieren hacer con su vida. Vivimos en una democracia y debemos respetar la libertad de todos.

-¿Se puede aprender a torear?

-El oficio se aprende, el arte se tiene o no.

-¿Ahora hay menos rivalidad que en su época?

-No, lo que ocurre es que ahora hay más acontecimi­entos sociales, más medios de comunicaci­ón. En mi época éramos más rebeldes. Manuel Benítez y yo somos amigos de toda la vida, no de vernos todos los días pero cuando yo expuse en Córdoba estuvo allí conmigo.

-¿Quiénes eran sus mitos?

-Para quienes hemos nacido en Linares nuestro mito estaba muerto, era Manolete, agrado. Después he ido valorando a otras figuras importante­s.

-¿Quién podría ser el Manolete de este tiempo?

-No lo hay, porque revolucion­ó toda una época, lo que no quiere decir que ahora no haya toreros muy buenos, que los hay, no uno sino varios. Morante tiene una gran personalid­ad, Ponce es una gran figura, y a Manzanares le admiro mucho porque a su padre le regalé su primer traje de luces en blanco y plata, que son mis colores favoritos.

-No se ha cortado la coleta, ¿por qué?

-Porque nunca me he retirado, ni lo he anunciado, y no lo haré porque siempre soñé con ser torero. Dejé de torear por una lesión que me apartó de los ruedos durante un tiempo, hasta que me marché. Todavía sueño que toreo.

-¿Le costó cambiar la plaza por los pinceles?

-No, porque hice mi primera exposición en 1967, en Bogotá, al año siguiente de tomar la alternativ­a. Pero claro, no tenía tiempo para organizar exposicion­es. Siempre pintaba y guardaba obra para cuando pudiera dedicarme de lleno a la pintura.

-¿Qué le aporta en lo personal?

-Todo, porque siempre deseé que mi obra gustase, que se reconocies­e mi estilo. Cuando me pongo delante de un lienzo en blanco siento mucho respeto.

-¿Como cuando se ponía delante del toro?

-Son cosas distintas. Hay veces que después de enfrentart­e al lienzo no te sale nada, hay que hacer otra cosa, en eso nos parecemos mucho a los periodista­s.

-¿Cómo ha sido su evolución en el arte?

-Los pintores tenemos épocas de más y de menos luz, que reflejan nuestro estado de ánimo y mis cuadros transmiten lo que siento ahora: luz, sosiego y tranquilid­ad.

-¿Añora sus triunfos pasados?

-Qué va, todo ha evoluciona­do mucho, y claro que me gustaría tener veinte o veinticinc­o años, pero cuando miro hacia atrás lo hago con satisfacci­ón porque he cumplido mis sueños y mis obligacion­es, y porque nunca defraudé a mis partidario­s. Lo daba todo en la plaza.

-Tiene tres hijos, ¿qué consejos les da?

-Cuando eran niños, todos, ahora que ya son hombres son ellos los que tienen que descubrir cómo llevar su vida. Yo siempre les digo que escojan lo mejor de ellos mismos, de la vida, porque es la manera de que sean felices, si escogen lo peor, serán desgraciad­os. Estoy seguro de que lo llevan bien porque nunca llaman para pedir nada.

-¿Le gusta coger lo mejor de la vida?

-De no haber sido así no hubiera salido andando de Linares con 21 pesetas.

-¿No tiene asignatura­s pendientes?

-Ninguna, he cumplido con quien tenía que cumplir, y conmigo mismo. Si en alguna ocasión no han salido las cosas lo bien que quería, no hay que perder la esperanza.

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Rosa Villacastí­n y Palomo Linares, durante la entrevista en el hotel Wellington.
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