Diez Minutos

ÁNGEL ANTONIO HERRERA

POCHOLO MARTÍNEZ-BORDIÚ

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Durante años, yo pensé que Pocholo era un personaje inventado por “Tómbola”, pero resultó que no. Luego vi que existía. Quiero decir que su discurso de kamikaze y su indumentar­ia de nómada de Ibiza no son obra de un guionista con fiebres sino una manera de estar o de no estar en el mundo.

Pocholo es un Conan del disparate, un Tarzán del exceso, un atleta del viva la vida, que no necesita soltarse la melena para demostrar que lo suyo es el desmelene. Pero la melena se la suelta, y los cumpleaños los suele celebrar varias veces al año. Aunque el 22 de octubre, en concreto, cumple 55, según el DNI. Si nos fijamos bien, Pocholo siempre ha tenido un programa en la tele, porque allí donde va monta su show, que es un cruce de picnic, discoteca y desacato donde ejerce de animador de la afición entregada y, sobre todo, de sí mismo.

Le imitan mucho, pero quien mejor se imita es él mismo. Digamos que él no va a la tele, sino que la tele tiene que ir a él, que es un exótico con isla. Casó, hace ya, con la dulce Sonsoles Suárez, y tras separarse con discreción insólita, ha llevado una vida de golfo trotamundo­s con el corazón metido en la mochila. Dice que está soltero, porque no tiene una pareja, sino varias. Vive acampando en los amigos, organiza fiestas en la madrugada y va a las teles a pillar un pico para luego largarse a India, porque cuando más cerca está de sí mismo es cuando está muy lejos.

No hay quien le entienda, pero divierte. No hay quien sepa muy bien qué dice, pero sólo cuando está callado nos parece un extranjero, como un sueco de cómic vestido con sayas de oficiante y botas de punta. Le gusta escoltarse de gogós, y no habla nunca, o casi nunca, de su familia ilustre; le suele quedar lejos. Es más Pocholo que Martínez Bordiú.

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