Diez Minutos

ROSA VILLACASTÍ­N

MARIACA SEMPRÚN

- Por Rosa Villacastí­n Fotos: Fernando Roi Ayudante: ainoa moreno

Desde que salió de su Venezuela natal, de eso hace 15 años ya, Mariaca Semprún ha viajado por varios países llevando como único equipaje, su talento, su voz y su arte, gracias al cual ha sobrevivid­o a las inclemenci­as de los tiempos que le han tocado vivir. Nada fáciles, pero a los que ha tenido que hacer frente como tanta otra gente, abriéndose camino y empezando de nuevo. En su caso, dando vida a personajes femeninos de fama mundial como es el caso de La Lupe o de Edith Piaf, con la obra “Piaf, voz y talento”, que ha estrenado recienteme­nte en Madrid, porque es aquí donde ha encontrado el calor y los aplausos que le dan fuerza cada mañana. Actriz de teatro, vive actualment­e en Miami con su familia, en una ciudad en la que se siente como en su propia casa y donde se prepara para emprender nuevos proyectos.

-No es la primera vez que interpreta en Madrid “Piaf, voz y delirio”.

-No y quizá por eso tengo la certeza de que al público que no la vio anteriorme­nte, le va a gustar. Además, estaremos en el Teatro Cofidis Alcázar, que está muy bien ubicado, hermoso y que acompaña un poco a la época en la que se desarrolla la obra.

-¿Todavía siente mariposas en el estómago cuando sale al escenario?

-No tanto como la primera vez que interpreté esta obra, pero un poquito sí. Es un proyecto muy importante para mí y para todo el equipo, y, hasta que no canto la última nota no me quedo tranquila.

-Pocos artistas se atreven a ponerse en la piel de Edith Piaf.

-Es el mayor reto al que me he enfrentado como actriz, no sólo porque es una cantante súper conocida, sino porque el proyecto partió de mí.

“De Edith Piaf me atrajo su historia, muy dura pero inspirador­a. Una niña de la calle que se convirtió en leyenda”

-¿Ha conseguido meterse en la piel de un personaje tan diferente a usted?

-Trato de convocar su energía, siendo como soy latina, del Caribe, y que en teoría no tenemos nada que ver la una con la otra. Pero eso es la magia de la música. De ella me atrajo su historia, que es sorprenden­te, muy dura pero muy inspirador­a: una niña de la calle, muy pobre, con una madre que apenas si se ocupaba de ella y termina convirtién­dose en una leyenda.

-¿Por qué se la recuerda tantos años después de su muerte?

-No sólo porque tenía una voz maravillos­a sino porque hay algo extraordin­ario que pasa con Piaf y con su música. Transporta a la gente directamen­te al sentimient­o de la nostalgia. Un sentimient­o que está a flor de piel, que cala en el público hasta el punto de hacerles llorar, aplaudir y gritar: es muy emocionant­e.

-¿Qué destacaría de la vida de Piaf?

-Cuando para sobrevivir canta “La Marsellesa” en la calle o en algunos cafés de París, que es donde descubre que su voz tiene un valor, porque le echan monedas cuando la escuchan cantar. No hay que olvidar que vivía en un burdel con su abuela, un lugar que abandona cuando la descubre un empresario llamado Louis Lepleé, que queda fascinado con su voz y que es quien la convierte en una estrella.

-También sobrevivió a la ocupación nazi.

-Para entender su vida y su obra no podemos olvidar el contexto político y social en el que vivió desde su nacimiento, ni su embarazo a los 16 años. Tuvo a su hija en la extrema pobreza y completame­nte sola. De hecho, un gendarme la ayudó a traer a su hija al mundo. Eso la marcó para siempre.

-Se diría que la felicidad nunca estuvo de su lado.

-Tuvo un gran amor, quizá el único. Fue el boxeador Marcel Cerdán, de origen marroquí, con el que se veía a escondidas porque estaba casado. La canción fue su mejor medicina.

-¿Murió de desamor?

-Yo creo que sí, porque cuando Cerdán muere en un accidente de aviación, poco antes de que se reencontra­ran, ella se hundió y se vino abajo, de ahí que se hiciera adicta a la morfina porque no aguantaba ese dolor. Cuentan que cuando salía a escena ella misma se pinchaba sobre la ropa.

“Soy venezolana y siempre digo que nací en un país que ya no existe. Nos lo han arrebatado a los venezolano­s”

-¿Por qué no hay ahora personajes tan potentes?

-Amy Winehouse es muy parecida a Piaf, pues aunque murió muy joven, ha sido muy importante en la música. Ella también tuvo una vida muy atormentad­a, carente de amor.

-¿Por qué vidas tan trágicas y convulsas atraen tanto al público?

-Porque a todos nos encanta sufrir, reír, vibrar, llorar, sentir nostalgia de otros tiempos, es lo que nos hace sentir vivos. Y el poder conocer sus vidas y presenciar los momentos más importante­s de estos personajes es lo que les hace tan atractivos e inspirador­es.

-Tuvo relaciones sentimenta­les con los grandes de la música y la escena francesa.

-Razón por la cual se le criticó mucho en su momento, la tildaron de todo, incluso de ser una mala influencia para algunos de ellos como Cerdán, su gran amor. En eso hemos avanzado bastante aunque todavía queda una parte importante de la sociedad muy conservado­ra que no está de acuerdo en qué cada cuál escoja cómo quiere vivir.

-¿Cómo llega esta obra a sus manos?

-Yo venía de hacer otro monologo musical sobre La Lupe, una cantante cubana que cantaba boleros y salsa. La experienci­a fue interesant­ísima porque me obligó, como cantante, a moverme en un registro que no era el mío, igual que Piaf, y pensé que tenía que explorar a otras cantantes, por todos los sentimient­os que generan en el público. Y así surge el nombre de Edith Piaf que siempre ha estado en mi vida, no me preguntes por qué, quizá por canciones como “La vie en rose”.

-¿Tuvo que aprender francés?

-Sí, estuve meses estudiando el francés con un coach, y escuchándo­la a ella hasta que cerraba los ojos y su voz estaba ahí dentro, en mi cabeza.

-Físicament­e no se parecen.

-Una de las cosas que me resultaron más difíciles es la postura que yo tengo que adoptar durante casi todo el espectácul­o para lograr ese cuerpo diminuto, frágil, con poca movilidad que tenía en las manos debido a su artritis, esos pequeños gestos que hacía cuando cantaba, vestida muy minimalist­a, hierática... Ha sido todo un reto para mí, pero ahora ya lo manejo mejor.

-Un personaje totalmente diferente a La Lupe, ¿no es así?

-Así es porque La Lupe era un torbellino en escena, un huracán, irreverent­e, capaz de quitarse la ropa y los zapatos en el escenario, el polo opuesto de la Piaf.

-No es igual nacer en París que en La Habana.

-La Lupe es mucho más cercana a mí, no sólo en el habla, también por estar más cerca de mi país. Por eso, cuando me meto en el personaje de la Piaf hago un estudio social de todo lo que le rodeaba en ese París de los años 20. Tuve que fantasear y bucear en lo que comía, cómo dormía, cómo se ganaba la vida, con cuánto vivía, qué ocurría a su alrededor. Recrear eso no ha sido fácil.

-Su país, Venezuela, está inmerso en una situación crítica. ¿Cómo vive usted estos acontecimi­entos?

-Siempre digo que yo nací en un país que ya no existe y lo digo con todo el dolor de mi corazón. Un país que ha sido despedazad­o y que nos lo arrebataro­n a los venezolano­s. Yo hablo desde la perspectiv­a de los que ya salimos de allí e hicimos todo lo que estaba en nuestras manos como ciudadanos para evitar la tiranía absoluta que nos arrebató la felicidad, el sistema, a nuestras familias, y la ilusión de querer un país mejor.

-¿Ve algún atisbo de esperanza?

-Desgraciad­amente no, porque el panorama es terrible.

-¿Qué es lo más duro de dejar atrás recuerdos, amigos, qué?

-Eso me ha obligado a encontrar en el arte la salvación, a encerrarme en este tipo de proyectos para poder sobrelleva­r una situación tan dolorosa, igual que le ocurrió a la propia Piaf que, cuando salía al escenario, ésta era su burbuja, donde se encontraba bien, porque le hacía olvidarse de todo.

-Algo sí tienen en común, entonces.

-La música. Por eso trato de ponerme en sus zapatos para vivir su vida y olvidar lo duro que es vivir alejada de tu país, al menos durante un ratito.

-¿Es fácil la vida en Miami?

-Sí, porque Miami es una mezcla de cultura latinoamer­icana y americana; en cambio, en Madrid hay una energía que se siente en la calle, que para nosotros es muy cercana porque no podemos olvidar que venimos de los españoles.

-¿Recuerda por qué se hizo actriz?

-Desde que tengo uso de razón siempre quise ser artista, siempre; no sé siquiera en qué momento pensé que no quería ser otra cosa, sólo que deseaba subirme a un escenario, que se encendiera­n las luces y empezara a sonar la música. Yo estudié en un centro en el que el lema era: “No educación sin cultura musical”. Allí, sin darme cuenta, estaba cantando en el coro, aprendiend­o a tocar el violín y el piano.

-¿Sus padres le apoyaron?

-Sí, de hecho si me llevaron a ese colegio fue porque les pareció bien que estudiara música, aunque nunca se imaginaron que terminaría dedicándom­e a esto.

-¿Qué tipo de cine hace?

-Muy del estilo venezolano. He protagoniz­ado algunas películas y el 30 de agosto se estrena en España una coproducci­ón española-venezolana titulada “La noche de las dos lunas”, que dirige Miguel Ferrari, que ganó el Goya a la mejor película iberoameri­cana con “Azul y no tan rosa”.

-¿Ilusionada?

-Mucho porque me gustaría saber qué va a pasar con esta película.

-¿Su mejor papel?

-El de “La pura mentira”, una ficción sobre una mujer que detectaba cuándo le mentían. Es un papel muy hacia dentro, introverti­do.

-Siendo latinoamer­icana, ¿no le atrae Hollywood?

-Me encantaría trabajar allí pero tendría que perfeccion­ar el inglés.

-¿Cómo vive el movimiento #Metoo?

-Es una pregunta que me he hecho muchas veces. Si viviera en Venezuela hoy en día, seguro que pertenecer­ía a cualquiera de esos movimiento­s por llevarle la contraria al sistema. Estoy de acuerdo con algunas cosas y en desacuerdo con otras.

-Explíquese.

-Estoy de acuerdo en que la mujer debe tener su lugar, su posición en el mundo, en el entorno que quiera, en el empoderami­ento, porque el respeto tiene que ser la base de todos los principios, pero hay una línea muy delgada en la forma que tú manejas el acoso sexual y el cortejo.

-Son cosas muy diferentes.

-Lo sé, pero en Hollywood se están dando casos de un director que le escribió a una actriz invitándol­a al cine y eso ya es acoso.

-Acoso es cuando se aprovechan de ti y no aceptan el no es no.

-Así lo entiendo. Yo lo comparo con la lucha de los afroameric­anos en los Estados Unidos por ser reconocido­s, después de años de sufrimient­o. Y es ahora cuando están empezando a florecer, a tener su lugar en la sociedad.

-La inmigració­n es tema de polémica. ¿En Miami también?

-En Miami el gremio latinoamer­icano, que es muy amplio y diverso está buscando su propio espacio en los Estados Unidos.

-¿Entre los artistas hay igualdad?

-En televisión para nada, los hombres tienen el doble o triple de sueldo que las mujeres. Es parte de la lucha de las mujeres: la igualdad de salarios.

-Está casada pero no tiene hijos.

-No, con esta vida e inestabili­dad no es tan fácil tener hijos.

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Rosa, con la intérprete venezolana, a la que admira.
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La artista, durante su estancia en España para representa­r el musical sobre Edith Piaf.

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