El Confidencial

Del exceso a la penitencia: cómo la cultura de la dieta se ha alimentado de las celebracio­nes religiosas

- María Díaz

La bandeja de chacinas, la de dulces y turrones, el jamón en la cocina. La comida no solo forma parte de las celebracio‐ nes navideñas en la mesa, sino que conforma el paisaje casi tanto como las luces, el árbol o el belén. La comida es la excu‐ sa, es el centro y es el fin. Su presencia es constante y to‐ tal, tanto que la temporada de festividad­es se cierra con un dulce propio, el roscón de re‐ yes. Con ese aro de masa al aroma de azahar se cierra — y comienza de nuevo — el círculo del periodo festivo más largo del calendario y que más im‐ pacto en el balance psicológic­o anual tiene.

Ovalada como el roscón es la trayectori­a de la tierra en torno al sol, y en el mismo instante en que se encuentra el haba y se mete en la boca el último pe‐ dazo, comienza otro ciclo que, siguiendo cierta lógica pendu‐ lar, se aleja de la abundancia y se acerca a la contrición.

Normalment­e, estas fluctuacio‐ nes ocurrían en momentos muy concretos, como lo es la cues‐ ta de enero, y en muchas oca‐ siones por cuestiones econó‐ micas, más que estéticas o morales. Sin embargo, como el signo de los tiempos, estos ci‐ clos se disparan y centrifuga­n cada vez con mayor rapidez.

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Ángeles Gómez Es un clásico de Navidad, y aunque muchos consideran que son, en esen‐ cia, prácticame­nte lo mismo, existen diferencia­s relevantes más allá del sabor

Que las dietas —tal como las entiende cualquiera que esté vi‐ vo desde la segunda mitad del siglo XX— no funcionan no es un misterio para nadie. Los es‐ tudios científico­s indican un 95% de fracasos en la ejecu‐ ción, mantenimie­nto y resulta‐ dos de las dietas y la mera ob‐ servación cotidiana apunta, también y sin duda, hacia la misma dirección.

Un sistema de merma volunta‐ ria de la calidad de vida y el pla‐ cer común, que requiere de la disciplina patológica — o mila‐ grosa — de Santa Catalina de Siena, famosa por sus ayunos y penitencia­s, no parece ser al‐ go muy sostenible en el tiempo, siquiera algo muy humano.

Los estudios científico­s indican un 95% de fracasos en la eje‐ cución, mantenimie­nto y resul‐ tados de las dietas

Para muchos, el calendario de festivos es más una cuestión laboral que religiosa. No tengo muy claro hasta qué punto re‐ cuerdan los cristianos al niño Jesús, entre gamba y gamba, en Nochebuena, ni cuantos practicant­es renuncian a la car‐ ne en la Cuaresma. Conozco, sin embargo, múlti‐ ples casos de ritualista­s anua‐ les en torno a las dietas, verda‐ deros actos de purga y restric‐ ción colectiva motivados por una fe que nunca se revela co‐ mo verdadera, pero que con los años no se extingue. Con la cul‐ pa a las espaldas y el paraíso de la delgadez como recom‐ pensa — el único cuerpo digno de lo divino — los acólitos ha‐ cen oídos sordos a las eviden‐ cias y, como el catecismo, reci‐ tan: el lunes empiezo. Como todos los credos, una vez establecid­o en blanco y negro los conceptos de bien y mal, su aplicación da lugar a dobles morales. Lo que es justo en un cuerpo, es injusto en otro; lo que en ocasiones es un peca‐ do, en otras es un premio. Se‐ ñalar estas contradicc­iones so‐ lo enfurece y refuerza en su fe a los creyentes.

Con la culpa a las espaldas y la delgadez como recompensa, los acólitos hacen oídos sordos a las evidencias y recitan: el lu‐ nes empiezo

Supongo que debe hacer algo de placer muy retorcido en el proceso de pecado y peniten‐ cia: pasarlo mal para pasarlo bien y viceversa; un tipo de re‐ fuerzo intermiten­te del que es difícil de salir, como ocurre en las relaciones de abuso de po‐ der o de maltrato.

Como la misma religión, la cul‐ tura de la dieta cumple una fun‐ ción reguladora: mide el tiempo, aquello que pasa entre los pro‐ pósitos de año nuevo y la ope‐ ración bikini. La futilidad del ri‐ tual dietético introduce, de nue‐ vo, a los seguidores del culto en la rueda de tareas irrealiza‐ bles. En conclusión, una pérdi‐ da de tiempo más que una he‐ rramienta que permita contro‐ larlo.

Si algún lector, entre un cacho de turrón y un pedazo de roscón de reyes, se siente identifica­do leyendo esta sarta de sinsenti‐ dos, le pido, por favor, que eli‐ mine la culpa cristiana de estas saturnales descontext­ualiza‐ das, de estas fiestas del solsti‐ cio desmadrada­s que son las Navidades y acepte los hechos, abandone las superstici­ones y disfrute lo que pueda durante las vueltas al sol que nos que‐ den. Felices fiestas.

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