Amar a Sánchez es peor que odiarlo
Ha resultado hermosa y entra‐ ñable la coreografía de los mi‐ nistros en sufragio de la victi‐ mización de Sánchez. El presi‐ dente no les exige semejante ardor solidario ni hay manera de encontrar argumentos incrimi‐ natorios en el Código Penal, pe‐ ro la crisis del muñeco ha con‐ mocionado a la familia socialis‐ ta en un ejercicio de sobreac‐ tuación oportunista que mani‐ pula la polémica con la habitual obscenidad y que aspira a coaccionar los límites de la li‐ bertad de expresión. Puede molestarnos la ceremo‐ nia de vudú que organizó el fa‐ cherío en Ferraz. Y debe inquie‐ tarnos la crispación de la políti‐ ca española, pero ha sido el sanchismo el principal agente polarizador de la sociedad. Y el origen de unas arbitrariedades políticas que discriminan a unos ciudadanos de otros. El ejemplo absoluto radica en la amnistía, cuya implantación e imposición ha precipitado la irri‐ tación justificable de las almas sensibles y la ferocidad folcló‐ rica de la extrema derecha. Tra‐ ta Sánchez de mezclar una ca‐ tegoría con la otra. Y de relacio‐ nar el escarmiento de la piñata con la aversión hacia las ideas y a la ideología, como si nues‐ tro presidente las hubiera teni‐ do alguna vez. O como si la ma‐ marrachada del cabezudo en la noche del 31 sirviera de atajo para denunciar a Feijóo en la complicidad del silencio. Ha vuelto a desproporcionarse la polémica. Y se ha desmadra‐ do la controversia con menos fortuna de la que hubieran deseado los sumisos costale‐ ros del presidente. Ni los so‐ cios indepes ni los camaradas de Sumar han encontrado razo‐ nes para interpretar la agresión al muñeco en los términos de un delito de odio. No hace fal‐ tan enjundiosas nociones de derecho para descartarlo. La defensa de la libertad de expre‐ sión prevalece sobre el oportu‐ nismo de cualquier debate téc‐ nico. De otro modo, no estaría promoviéndose una iniciativa legislativa que pretende despe‐ nalizar los delitos de opinión contra la Corona, la religión y el enaltecimiento del terrorismo. Bien está diferenciar la moral de la ley. No solo cuando los ajusticiados en las piñatas son los otros —Ayuso, Leonor, Abascal…—, sino cuando la vile‐ za concierne a la ridícula hiper‐ sensibilidad de la Moncloa.
Una sentencia que avaló que‐ mar fotos del Rey complica ahora perseguir el muñeco de Sánchez
Alejandro Requeijo Estrasburgo condenó a España a indemnizar a dos independentistas que prendieron fuego a la imagen del monarca al no apreciar un acto de odio, sino de “crítica política”
No es lo mismo odiar que incu‐ rrir en un delito de odio. Ni tiene sentido subordinar la libertad de expresión a la (legítima) in‐ dignación con que deben ob‐ servarse las astracanadas de la ultraderecha. Insiste Abascal en significarse como el mejor aliado de Sánchez. Y persevera en la negligencia de maltratar a los votantes de Vox adhiriéndo‐ se a las iniciativas más grotes‐ cas o retratándose como un hooligan desbocado.
Una sociedad madura debería gestionar la crisis del pelele sin necesidad de convocar la me‐ diación de los tribunales y sin convertirla en la excusa incen‐ diaria de las polémicas adya‐ centes. Hace bien la cuadrilla de Sánchez en indignarse por el hostigamiento de Ferraz en sus dimensiones violentas y en sus acepciones simbólicas, pero la credibilidad de los reproches se resiente del señalamiento auto‐ mático a la omertà del PP. El PSOE denunciará el apalea‐ miento del muñeco de Sánchez en Ferraz El PSOE denunciará el apaleamiento del muñeco de Sánchez en Ferraz. La controversia enfermiza ha pretendido cebarse con un ar‐ gumento tan precario como el linchamiento del cabezudo. Y no es cuestión de relativizar la violencia verbal con que se aporreaba al metapresidente, sino de identificar el akelarre en su naturaleza teatral, catártica, liberatoria, igual que sucede cuando prendemos fuego a los ninots encarnados en políticos o cuando lanzamos dardos a la diana con el rostro de Putin o de Trump.
Ojalá Pedro Sánchez fuera un pelele y se le pudiera mantear como hacen las cuatro majas casamenteras en el cuadro de Goya, pero ocurre que los ver‐ daderos peleles son quienes encubren sus fechorías, lo ve‐ neran con sumisión y lo han di‐ vinizado hasta el delirio. Amar es peor que odiar cuando inter‐ viene el fanatismo.