Lo que Jamaica puede enseñar a la política española
¿Qué puede aprender la políti‐ ca española de Jamaica? Apa‐ rentemente, nada. El pequeño país caribeño, apenas tres mi‐ llones de habitantes y poco más de 6.000 dólares de renta per cápita, ha dado, sin embar‐ go, una lección al mundo que va más allá que el reggae y que no debería caer en saco roto. Hace una docena de años, su deuda pública repre‐ sentaba más del 144% del PIB, mientras que la tasa de des‐ empleo se situaba cerca del 10%, muy elevada para el país en términos históricos. Hoy, como refleja un reciente estu‐ dio publicado por Brookings, una institución sin fines de lu‐ cro con sede en Washington, el endeudamiento ha bajado a la mitad y el paro es inferior al 5%.
Lo que ha cambiado en poco más de una década no solo ha sido la orientación de la políti‐ ca económica, sino, sobre to‐ do, la forma de hacer política. Jamaica, hasta entonces, co‐ mo tantos otros países de ba‐ jos ingresos, se había visto en‐ vuelto en una espiral -acciónreacciónque necesariamente conducía a la acumulación de desequilibrios, no solo macro‐ económicos, sino, sobre todo, y como consecuencia de ello, sociales. Tras la anterior crisis financiera, sin embargo, su cla‐ se política decidió dar un giro a esa inercia que arrastraba al país hacia la miseria. Pero en contra de hacer una dura políti‐ ca de ajuste de corte tradicio‐ nal, que siempre es lo más fá‐ cil y doloroso, lo que hizo fue poner en marcha un nuevo en‐ foque.
La nueva política económica se basaría en el acuerdo entre los agentes económicos y so‐ ciales. Es decir, los ajustes ten‐ drían que ser soportados por todos y no solo por quienes están más alejados del poder político y cuentan por ello con menor capacidad de presión. Lo singular es que lejos de re‐ flexionar sobre "lo que nos pa‐ sa", que decía Ortega, la políti‐ ca sigue instalada en una espi‐ ral de agravios
La receta era imbatible. La lite‐ ratura económica ha acredita‐ do que la posibilidad de lograr superávits primarios -el déficit sin contar la carga financiera de la deuda-, algo indispensa‐ ble para reducir la deuda res‐ pecto del PIB, es mayor cuan‐ do hay consenso sobre quie‐ nes deben soportar el ajuste en aras de lograr un reparto justo a partir de unas priorida‐ des compartidas. Como con‐ secuencia de ello, los acreedo‐ res de la deuda asumieron pa‐ gar su cuota, mientras que los trabajadores también acepta‐ ron su propia restricción sala‐ rial. Se decidió, en paralelo, que el acuerdo sería monitori‐ zado tanto por el sector finan‐ ciero como por los sindicatos, lo que daba credibilidad a la estrategia del Gobierno. Ni si‐ quiera un ulterior cambio de Ejecutivo tras unas elecciones alteró la hoja de ruta. Política volcánica
Como recuerda el estudio, re‐ velado por el FT, el país recu‐ peró la vieja tradición del con‐ senso que se había manifesta‐ do durante varias décadas después de que en 1962 Ja‐ maica obtuviera la indepen‐ dencia del Reino Unido. Desde entonces, la polarización políti‐ ca ha disminuido y el debate entre los agentes económicos y sociales y entre el propio Go‐ bierno y la oposición discurre por los cauces habituales en una democracia, aunque se trate de un país con muchas más carencias de las que pue‐ de tener cualquier territorio de altos ingresos. Jamaica, hay que recordar, se sitúa en una zona volcánica, y no solo des‐ de el punto de vista sísmico. España no logró su indepen‐ dencia en 1977 después de cuarenta años de dictadura, pero de alguna manera recupe‐ ró su soberanía como nación. No se puede hablar de sobera‐ nía cuando el pueblo depende del tirano de turno. Y como en Jamaica, tras las elecciones de 15-J, fue capaz de inaugu‐ rar un nuevo ciclo político ba‐ sado en el consenso que a lo largo de los años se ha ido de‐ teriorando hasta llegar a la si‐ tuación actual. Conviene recor‐ darlo este año en el que se ce‐ lebra el centenario del naci‐ miento de Enrique Fuentes Quintana, el padre de los pac‐ tos de la Moncloa y uno de los economistas que más han in‐ fluido en la hacienda pública. El ruido es tan ensordecedor que sólo gracias a que todavía no se ha filtrado a la sociedad civil hace posible que el país avance
Lo paradójico es que lejos de reflexionar sobre "lo que nos pasa", la célebre expresión de Ortega, el sistema político con‐ tinúa instalado en una espiral de agravios que impiden no solo ampliar el potencial de crecimiento de la economía, que en el fondo es lo que ha permitido la política de acuer‐ dos en Jamaica, sino también la mejora de la calidad de las instituciones democráticas, muy deteriorada por la intran‐ sigencia política. Hasta el pun‐ to de que en el horizonte, des‐ de luego en el más inmediato, no se observa ningún signo de rectificación. Algunas de las declaraciones oídas en los últi‐ mos meses serían impensa‐ bles en aquella España que mi‐ raba el futuro con optimismo. Muy al contrario, el ruido es tan ensordecedor que solo el hecho de que todavía no se ha‐ ya filtrado a la sociedad civil y a muchas instituciones (aun‐ que no a todas) hace posible que el país avance y no haya caído en el averno que mu‐ chos, de manera irresponsa‐ ble, anunciaban. Pese al grite‐ río, las calles están tranquilas y nada indica que la paz social se vaya a quebrar en un futuro inmediato. Eso no significa, sin embargo, que el coste de opor‐ tunidad no sea elevado. Entre otras razones, porque algunos desafíos son colosales, y casi todos tienen que ver con la ca‐ pacidad de los estados para fi‐ nanciar con inversión pública procesos de largo recorrido como el cambio climático o la renovación de muchas de las infraestructuras que España construyó en la década de los años 90 y primeros dos mil y que con el tiempo se irán que‐ dando obsoletas. Corrupción y excesos Aquel impulso reformista, que permitió canalizar (a veces con excesos y buena dosis de corrupción) las ingentes canti‐ dades que vinieron de Europa (siempre a cambio de abrir nuestros mercados a la com‐ petencia extranjera, no fue gra‐ tis) se ha agotado, lo que expli‐ ca muchas de las carencias actuales. Y sobre todo, las que pueden venir en el futuro si no se endereza la deriva. Un reciente estudio del FMI, por ejemplo, ha estimado que cumplir las ambiciones climá‐ ticas aumentará la deuda entre un 45 y un 50% del PIB para 2050 en el planeta, aunque si se hacen políticas de equilibrio en función del precio del car‐ bono, ese coste se podría re‐ ducir hasta el 10-15%. En todo caso, unas cantidades increí‐ bles -a lo que hay que añadir el coste del envejecimiento o la factura derivada del abandono de buena parte del territorioque difícilmente se podrán fi‐ nanciar de forma justa si el sistema político continúa bajo el síndrome del guerracivilis‐ mo que se ha instalado hasta en las cosas más nimias de la política. Probablemente, por‐ que muchas de las institucio‐ nes, y no solo el Gobierno o la oposición, aunque evidente‐ mente son los principales res‐ ponsables, están fallando. Es posible que a causa de un pro‐ blema de lealtad institucional, que es el origen del desgaste de la democracia como siste‐ ma político. Cuando la demo‐ cracia pierde prestigio aparece el sálvese quien pueda. Ahora imagínense cómo sería la política actual si aquella Constitución de hace 45 años no hubiera sido aprobada por un amplio consenso
Lo singular, sin embargo, es que en la opinión pública exis‐ te una percepción mayoritaria de que, efectivamente, España tiene un problema sobre el fun‐ cionamiento de su sistema po‐ lítico que impide, por ejemplo, que la renovación del poder ju‐ dicial se haga con normalidad, que los partidos adopten políti‐ cas de Estado o que el siste‐ ma de nombramientos se base en los viejos principios de igualdad, mérito o capacidad. Ni siquiera el Senado se com‐ porta como el mandato consti‐ tucional y lejos de ser una cá‐ mara territorial es hoy el esce‐ nario de una batalla campal. Por el momento, dialéctica. Feijóo, el líder del PP, recono‐ ció recientemente en una en‐ trevista que "la actual clase política es la peor de los últi‐ mos 45 años, incluido el Parti‐ do Popular (sic)", pero dicho esto, no ofreció ninguna alter‐ nativa para superar un análisis tan preocupante. Sánchez no ha ido tan lejos, al menos en público, pero habida cuenta de que la crispación actual coinci‐ de en el tiempo con su manda‐ to, hay razones para pensar que también tiene su cuota de responsabilidad. Tampoco ofrece soluciones. La naturaleza del problema, por lo tanto, está perfectamen‐ te identificada. Habría que de‐ cir, incluso, que los males es‐ tán certeramente diagnostica‐ dos. Y, de hecho, en los últi‐ mos años, desde que la ante‐ rior crisis financiera se trans‐ formó en una crisis política (lo que explicó en su día el naci‐ miento de nuevos partidos), se han escrito numerosas publi‐ caciones y tesis que apuntan soluciones en la dirección que tomó Jamaica hace una déca‐ da. Es decir, para enfrentar las cuestiones de largo alcance se necesitan políticas que vayan más allá del rifirrafe de cada día. El sistema político de en‐ tonces, por ejemplo, fue capaz de sacar adelante una Consti‐ tución que 45 años después goza de una razonable salud, y ahora imagínense cómo sería la política actual si aquella Constitución no hubiera sido aprobada por un amplio con‐ senso.
Todo lo escrito, sin embargo, ha acabado siendo papel mo‐ jado. La estrategia de la ten‐ sión en la que las élites políti‐ cas viven sumidas ha enterra‐ do cualquier signo de rectifica‐ ción. Y lo peor es que no pare‐ ce que haya signo de arrepen‐ timiento.