¿Hay que echar a Felipe González?
Felipe González ya ha reunido todos los motivos para que el PSOE lo expulse y, orgánica‐ mente, ya no tiene ninguna co‐ nexión con la dirección del par‐ tido ni peso específico en las agrupaciones. Pero ¿hay que echar a Felipe González del PSOE? Esa es la única duda que deben estar planteándose en el interior del partido por‐ que lo que se está viviendo en el Partido Socialista es una etapa única en democracia, solo equiparable a la ruptura que se produjo en el paso de la dictadura a la democracia, del PSOE de Rodolfo Llopis al PSOE de Felipe González. Ese es el momento; nada tiene que ver este Partido Socialista con el que representan sus an‐ tiguos dirigentes, los que hicie‐ ron la Transición y lo convirtie‐ ron en un partido de gobierno. Sólo existe aquella secuencia histórica de desconexión com‐ parable a esta, y el paso defini‐ tivo se producirá el día en el que Felipe González, y con él Alfonso Guerra, salgan del par‐ tido. A los dos líderes de la ventana del hotel Palace, en la que Alfonso Guerra alzaba el puño de Felipe González en la histórica victoria de octubre de 1982, le seguirán otros mu‐ chos, acaso un ciento, de diri‐ gentes y altos cargos de aque‐ lla etapa que se dará, definiti‐ vamente, por cerrada. Lo que venga después es imposible de vaticinar, aunque la historia reciente de Francia y de Italia demuestra que hay caminos que conducen inexorablemen‐ te a la desaparición. Primero se pierde un proyecto político de masas y más tarde lo que se pierde es el partido; fin de la historia.
El único aval, en sentido con‐ trario, que puede presentar Pe‐ dro Sánchez se refiere a las fa‐ mosas elecciones primarias de 2017 en las que le ganó la secretaría general del PSOE a Susana Díaz, entonces presi‐ denta de la Junta de Andalucía y líder aclamada por todos, dentro y fuera del partido. A excepción del pequeño núcleo que respaldaba a Sánchez, con el epicentro en la localidad se‐ villana de Dos Hermanas, todo el aparato del partido apoyaba a la presidenta andaluza, la que mejor simbolizaba la con‐ tinuidad del proyecto socialde‐ mócrata que habían represen‐ tado sus antecesores. Pedro
Sánchez apostó por la ruptura, un giro a la izquierda para re‐ cuperar el partido, mortecino desde el desastre completo que supuso la última legislatu‐ ra de Rodríguez Zapatero. Objetivamente, lo que pode‐ mos constatar hoy es que Pe‐ dro Sánchez tenía razón y que, gracias a ese giro hacia la iz‐ quierda, el Partido Socialista logró detener, bloquear y anu‐ lar la espectacular subida de Podemos, la única amenaza real que han tenido los socia‐ listas a su incontestable hege‐ monía electoral en la izquier‐ da. Pedro Sánchez recuperó al PSOE como partido de go‐ bierno, pero, en vez de devol‐ verlo de nuevo a la centralidad mayoritaria del centro izquier‐ da, puso en práctica una arriesgada estrategia de alian‐ zas con partidos independen‐ tistas, sin reparos morales ni constitucionales. Los famosos ‘cambios de opinión’ se convir‐ tieron en el lema de una plata‐ forma política con un solo principio: el mantenimiento del poder. En ese tránsito es en el que se produce la ruptura in‐ terna. Para los fieles a Pedro Sánchez se trata de la aplica‐ ción de una “socialdemocracia radical”, que siempre ha sido la más efectiva para el socia‐ lismo; para los antiguos diri‐ gentes, el PSOE que conocía‐ mos ha desaparecido porque “se ha dejado secuestrar por la ultraizquierda y por el naciona‐ lismo”.
Los famosos 'cambios de opi‐ nión' se convirtieron en el lema de una plataforma política con un solo principio: el manteni‐ miento del poder
Los socialistas como Felipe González, aunque no hubieran apoyado internamente a Pedro Sánchez, y aun cuando no compartiesen su reinterpreta‐ ción de la socialdemocracia, han mantenido su apoyo en estos años. Unas de las prime‐ ras declaraciones, en este sen‐ tido, de Felipe González están fechadas en 2015, cuando Pe‐ dro Sánchez gana por primera vez las primarias del PSOE, frente a Eduardo Madina. “En las primarias no le voté a él, pero estoy a su disposición, es mi secretario general y le voy a apoyar en todo lo que pueda. Eso es lo que pido como cultu‐ ra de partido". Ese apoyo se mantiene hasta hace muy po‐ co: en el 2021, cuando Pedro Sánchez ya había pactado con Podemos y mantenía una ma‐ yoría parlamentaria con el apo‐ yo de independentistas vascos y catalanes.
Felipe González repetía lo mis‐ mo: “Sabes que no interfiero, estoy disponible. Mi lealtad es con un proyecto que yo enca‐ becé hace 23 años y que ahora representas tú", como le dijo a Pedro Sánchez en el último congreso federal del PSOE. Nada de eso existe ya. La úni‐ ca consideración política que le merece a Felipe González esta etapa de Pedro Sánchez como líder socialista es que “el PSOE ha dejado de existir co‐ mo proyecto autónomo”, que “ha renunciado a tener un pro‐ yecto de país” para ofrecérselo a los españoles, porque el úni‐ co interés es el de retener el poder, aunque no se pueda go‐ bernar, e “impedir que puedan gobernar otros”. Todo lo ante‐ rior lo expresó en la entrevista que le concedió a Juan Luis Cebrián, otro famoso disidente al que ya han expulsado de su agrupación, la ‘agrupación so‐ cialista de El País’, como se conoció a ese periódico duran‐ te toda la década de González en el Gobierno.
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Pilar Gómez Alfonso Guerra secundará las declaraciones de Felipe González para de‐ nunciar que la amnistía no ca‐ be en la Constitución. El parti‐ do se pliega a Sánchez y deja a García-Page el papel de ver‐ so suelto
La salida de Cebrián podría considerarse, incluso, tan sig‐
nificativa como la que supuso, hace un año, la de Nicolás Re‐ dondo Terreros. Ahora queda del todo despejada la duda so‐ bre qué tipo de crisis interna está afectando al Partido So‐ cialista, y nada tiene que ver con las anteriores durante to‐ do el periodo democrático, co‐ mo aquella entre renovadores y guerristas, cuando la pelea entre Felipe González y Alfon‐ so Guerra, y mucho menos con otros enfrentamientos poste‐ riores como el de Almunia con‐ tra Josep Borrell o el de José Bono contra Rodríguez Zapate‐ ro.
El PSOE está viviendo una cri‐ sis sistémica, equivalente sólo a aquella otra, cuando los so‐ cialistas de la clandestinidad en la dictadura rompieron con los del exilio. Felipe González amortizó a Rodolfo Llopis y construyó un partido nuevo, con raíces históricas, pero un marco ideológico renovado, desprendido del marxismo, y abierto a la socialdemocracia. Ahora es Felipe González el que está en el papel de Llopis, al que consideran ideológica‐ mente desfasado, y, por esa ra‐ zón, le recuerdan los artículos que se publicaban en su época en El Socialista para hacerle ver a los socialistas del exilio que habían perdido toda cone‐ xión con la militancia socialis‐ ta, que reclamaba “una renova‐ ción profunda y radical del pro‐ yecto político y estratégico del partido” (Los enfoques de la praxis, Alfonso Guerra, 1972).
Felipe González se ha mante‐ nido nueve años de ‘soldado militante’, como reclama la 'cultura de partido', fiel, discipli‐ nado y prudente. Pero eso ya se acabó. La etapa que viene ahora se contiene en una sola pregunta: ¿hay que echarlo del partido?