Goya en Andalucía
"Yo no he tenido más que tres maestros: Rembrandt, Veláz‐ quez y la naturaleza". Había conocido Goya la obra del extraordinario maestro ho‐ landés a través de las estam‐ pas coleccionadas por su ami‐ go Ceán Bermúdez, poniendo en contacto este a través de aquellos ejemplares a dos de los más grandes intérpretes de una disciplina artística tan per‐ sonal como el grabado. Veláz‐ quez está en sus fondos difu‐ minados,
atmosféricos; en su capacidad extraordinaria co‐ mo retratista, ambos son cro‐ nistas de su época,
espectado‐ res en primera fila de la socie‐ dad que les rodea; y en su pa‐ pel como precursor de las van‐ guardias pictóricas. Y la natu‐ raleza, intrigante e incómoda, reflejo de un tiempo convulso, violento, desordenado.
No era una ventaja, a priori, na‐ cer en una etapa artística de tránsito desde el rococó al neoclásico, para convertirse en uno de los artistas más trascendentales de la historia de la pintura universal. Una etapa, además, de extrema agitación política y social en lo que supone el paso del Anti‐ guo al Nuevo Régimen. Nace Goya con Fernando VI en el trono y muere reinando Fer‐ nando VII y, entre ambos, el ilustrado Carlos III y el pusiláni‐ me Carlos IV, quien le nombra su pintor en 1789, cuando Francia le está dando un revol‐ cón a la historia con la revolu‐ ción.
Un universo vidriado
María José Caldero La azuleje‐ ría forma parte de nuestro pai‐ saje visual cotidiano y, quizás por ello, no valoramos en su justa medida la importancia de un elemento que hunde sus raíces en nuestra tierra desde hace siglos
Entre tanto jaleo, no es desca‐ bellado pensar que
a Goya le rondara la idea de una escapa‐ da de la Corte. Como "clandes‐ tino" se había catalogado du‐ rante mucho tiempo, el primer viaje del pintor de Fuendeto‐ dos a Andalucía, aunque pos‐ teriores investigaciones han podido demostrar que el artis‐ ta arribó a nuestra tierra con la licencia real preceptiva. Echaba andar el año 1793, o fi‐ nales del año anterior, y en el ánimo de Goya estaba conocer la colección artística del ilus‐ trado asturiano Ceán Bermú‐ dez,
afincado por entonces en Sevilla,
y, sobre todo, la colec‐ ción del comerciante riojano Sebastián Martínez en Cádiz. Aquel viaje andaluz acabaría marcando un punto de infle‐ xión en la vida del artista, ya que en Sevilla va a caer grave‐ mente enfermo, él mismo defi‐ ne su dolencia como una "apo‐ plejía", y se traslada a Cádiz, donde le acoge su amigo Se‐ bastián Martínez y empieza a recuperarse de una enferme‐ dad que le dejaría sordo para el resto de su vida, circunstan‐ cia esta que marcaría las últi‐ mas etapas de su producción artística.
"Don Sebastián Martínez. Por su amigo Goya. 1792”.
El papel lo sujeta entre sus manos
el comerciante y coleccionista riojano al que el amigo ha re‐ tratado con un vivo realismo, rasgos definidos, mirada des‐ pierta y directa. Elegante en su porte e indumentaria, insupe‐ rables las texturas de Goya, el retrato del amigo cuelga de las paredes del Metropolitan de Nueva York, muy lejos de aquel rico Cádiz del setecientos.
El cerro del tesoro
María José Caldero El oro an‐ cestral de las piezas del tesoro dibuja semiesferas, rosetas y flores de loto, arcos imbrica‐ dos, elementos simbólicos que hacen alusión al dios solar, a la divinidad femenina, a la mon‐ taña sagrada, al culto de Baal y Astarté
También tenemos huellas de Goya en tierras cordobesas a través de la protección que le concedieron los Duques de Osuna, quienes le compraron más de treinta lienzos para su Castillo de Espejo, y los Con‐ des de Fernán-Núñez, a quie‐ nes retrata a principios del XIX. Grises y azules para
en los magníficos retratos del ma‐ trimonio. También nos topa‐ mos con Goya en el salón que lleva su nombre en el cordo‐ bés Palacio de Viana con los bellísimos tapices tejidos so‐ bre los cartones que pintaba Goya para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. Pero con Goya siempre se vuelve a Cádiz. La calle Rosa‐ rio guarda un tesoro tras los muros de un edificio insospe‐ chadamente religioso en su exterior. Si no es por la pintura de
fondo de ecos velazqueños un Nuestra Señora del Refugio de Franz Riedmayer y dos vitri‐ nas con exvotos, la sobriedad
de sus trazas neoclásicas nos llevarían a un edificio civil. En el interior de este Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz, dejó Goya tres imponentes lienzos en forma de lunetos que son una joya por lo poco conocido y escaso de su producción reli‐ giosa. Habían sido encargadas las obras por el sacerdote Jo‐ sé Sáenz de Santamaría, II Marqués de Valde-Íñigo, quien no escatimó en pompa para la inauguración del Oratorio, en‐ cargando al célebre músico Joseph Haydn la pieza musical El Sermón de las Siete Pala‐ bras.
Es la Santa Cueva de Cádiz uno de esos lugares distintos, excepcionales, tanto por su configuración tipológica como por su programa estilístico, iconográfico y decorativo. En Madrid pintó Paco, a estas al‐ turas me permite el maestro la familiaridad, los tres lienzos destinados a la capilla alta, la dedicada a la Eucaristía, a la que se accede después de ha‐ ber meditado la Pasión de Cristo en la capilla baja. Los tres monumentales lienzos (El milagro de los panes y los pe‐ ces, La Última Cena y Convite del Padre de Familias) tienen un carácter narrativo y un rit‐ mo unificador, y la personali‐ dad artística del autor se deja ver en la inconfundible pincela‐ da fragmentada, abocetada, impresionista, esa pincelada rápida de brochazos y man‐ chas que le valdría duras críti‐ cas en los inicios de su carre‐ ra. El alarde técnico en la Últi‐ ma Cena para adaptarse al pa‐ ramento curvo es, sencilla‐ mente, magistral.
Alonso Cano o la elegancia en la tormenta
María José Caldero El maestro ha traspasado las seis déca‐ das de vida, pero ha vivido co‐ mo para sumar siglos en lugar de años
En su segundo viaje a Andalu‐ cía, Goya se deja ver, o no, por Cádiz. Esta segunda estancia tiene nombre propio y no es otro que el de María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Ál‐ varez de Toledo,
para el gran públi‐