El otro Sant Jordi: el escritor vetado por los independentistas que ha tenido que firmar su libro en un bar
La Diada de Sant Jordi es una de las jornadas emblemáticas de Cataluña. El intercambio de regalos (el libro y la rosa) ha convertido el 23 de abril en una fecha de reconciliación. Pero no todo son rosas y li‐ bros: también hay crispación, política y veto. Para algunos, como el periodista Albert So‐ ler, no es un día de vino y ro‐ sas: en su ciudad natal, Girona, no pudo presentar su último li‐ bro, Puigdemont, el retorno del Vivales, una recopilación de sus artículos en la prensa dia‐ ria sobre el fugado. Soler se convierte, así, en un escritor maldito en su propio pueblo. El 23 de abril tuvo que desplazar‐ se a Barcelona (ahí consiguió sitio, al final) para poder firmar su último libro, porque sus convecinos no le dejaron. En Girona, las librerías organi‐ zan la firma de libros en sus dependencias para que los au‐ tores puedan tener un contac‐ to directo con su público. Pero Albert Soler tiene el sambenito de ser la voz de la conciencia del procés y eso le ha acarrea‐ do una feroz crítica por parte del independentismo y la mar‐ ginación política. No se lo per‐ donan y de ahí que ninguna li‐ brería de Girona haya querido tenerle entre sus firmantes, pe‐ se al evidente tirón que tiene con sus libros. "Nadie ha pro‐ nunciado la palabra veto, pero la realidad está ahí: mi editor llamó a todas las librerías, una por una y… casualidad…
en nin‐ guna había sitio para mí.
To‐ das dieron razones espurias. Pero eso, en realidad, me fue muy bien, porque me hicieron una promoción bestial con el veto", explica Soler a El Confi‐ dencial.
Las razones esgrimidas por los libreros fueron múltiples, tantas como establecimientos. Los garantistas de que la cul‐ tura llegue al pueblo apelaron a que en su tenderete solo fir‐ maban los autores que hubie‐ sen presentado su libro en la propia librería. Otro argumen‐ taba que un mes antes ya te‐ nía todas las horas completas. Otro que por la tarde, cuando Soler podía firmar, solo se pre‐ sentaban autores de libros in‐ fantiles. "Ese era mi sitio -ironi‐ za Albert Soler-. No hay nada más infantil que el procés". Firmar en un bar
Fue el bar Cuéllar, del barrio de Vila-roja, el que lo llamó y puso el local a su disposición para que el pasado domingo pudie‐ se firmar los ejemplares de su último libro. Antonio Cuéllar tiene fama en Girona de no amedrentarse con nadie y el bar se ha convertido en una especie de oasis en medio de una ciudad escorada hacia el extremismo ideológico, en la que el propio Carles Puigde‐ mont ejerció como alcalde de 2011 a 2016 y que ahora tiene un primer edil de la CUP, pese a que ganó las elecciones el PSC.
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Además, Cuéllar había sido compañero de clase de Albert.
La historia de este dúo es de novela: tras estudiar juntos en los Maristas, perdieron el con‐ tacto, hasta que Soler publicó un artículo donde mencionaba el bar. El dueño llamó al Diari de Girona, lo invitó a visitar el local y se reanudó una relación interrumpida durante años. "El bar Cuéllar sigue siendo el centro del barrio de Vila-roja y los vecinos no lo consideran un barrio de Girona, sino un pueblo con entidad propia. Contribuye a ello el hecho de sentirse olvidados y ningunea‐ dos por el Ayuntamiento, es decir, por la Girona catalana, la de toda la vida. O sea, que pa‐ ra dejar bien claro que en Vilaroja no comulgan con los pos‐ tulados de una zona cero del lacismo, han colgado una gran pancarta en la entrada del ba‐ rrio -justo delante del bar Cué‐ llar- de manera que todo el que llega debe pasar por debajo de la misma, con una bandera es‐ pañola y otra catalana y la. Le‐ yenda Som catalans y somos españoles, así, en las dos len‐ guas", explica Soler en su libro Barretinas y estrellas.
El bar se convirtió, tras hacer‐ se famoso con los artículos de Albert Soler, en la meta de pe‐ regrinos que han llegado no solo de todas partes de Cata‐ luña, sino de toda España (han llegado a reservar mesa desde Madrid o Valencia) e incluso desde el extranjero, como una vez desde París. "Fue muy di‐ vertida esta firma de libros. Acudió muchísima gente y pu‐ de firmar ejemplares al mismo tiempo que hacía el vermú", di‐ ce Soler con recochineo, ya que, por si fuera poco, suele tomar al aperitivo en este em‐ blemático lugar los fines de semana.
La desternillante demanda El periodista no entiende cómo los libreros de su pueblo le han dado la espalda. La obra es una recopilación de artículos escritos en Diari de Girona y El Periódico, en los que analiza el procés desde un punto de vis‐ ta sarcástico y en los que se focaliza en la figura de Carles Puigdemont, desde que fue nombrado president en enero de 2016 hasta ahora. "Es que Carles Puigdemont ni siquiera es el protagonista de muchos de sus capítulos, pese al título de la obra. En algunos, es un secundario y en otros figura como atrezzo".
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Hace pocas semanas, el fuga‐ do de Waterloo le interpuso una demanda por vulneración de su honor. "Era un artículo irónico. Solo hacía una refle‐ xión y sugería una forma de hacer dinero para el procés con la casona de Waterloo: al‐ quilar habitaciones para con‐ vertirlo en un meublé". En ese universo paralelo, Puigdemont tendría el papel de madame, mientras que el también euro‐ diputado y compañero de fuga Toni Comin, sería el pianista.
Jami Matamala, empresario ín‐ timo amigo de Puigdemont,
Puigdemont)
Nos cansamos de vivir bien (otro recopilatorio), Barretinas y estrellas, Un boti‐ fler en la villa y corte (estos dos encargados por Planeta) y ahora, Puigdemont, el retorno del Vivales.
Los días duros
Antes, cuando iba por la calle, no era infrecuente que le insul‐ tasen y amenazasen. Eran los
días duros del procés, cuando no asistir a una manifestación o plantear dudas acerca de la nació era digno de una acusa‐ ción de traición. "Ahora ya no me insultan. Cada vez hay me‐ nos exaltados. Y cada vez hay más gente que me saluda o me felicita diciéndome que qué suerte han tenido conmi‐ go, porque en los tiempos álgi‐ dos del procés, alguien se lo tomaba con humor. En cierto modo, he sido un poco el psi‐ cólogo de muchos", dice Soler. Se ha ido el extremismo vio‐ lento que acoquinaba a cual‐ quiera que no comulgase con sus ideas. Pero ha quedado un poso inquietante, que evita, por ejemplo, que un escritor pueda presentar un libro en su pueblo, aunque ese libro sea en clave de humor y con un de‐ je sarcástico. A Soler lo han convertido en
un escritor mal‐
dito, otro más. Pero le han he‐ cho una propaganda impaga‐ ble con el boicot a su última obra.