Formación continuada en odontología, una gran oportunidad para la estafa
La odontología en España tiene muchos problemas, lo sabemos y los sufrimos. Creo que todos estaremos de acuerdo en que el mayor de ellos es la plétora de odontólogos; de hecho, es la causante de la mayoría de las dificultades que tenemos que sortear. Afortunadamente, el mercado se va, poco a poco, regulando y cada vez son menos los jóvenes españoles que desean dedicar su vida a la odontología.
El cómo hemos llegado hasta aquí está claro y no comienza con la apertura de las universidades privadas. Comenzó en la década de los 70 con la situación de bienestar que permitió que una gran cantidad de jóvenes pudieran acceder a la universidad. Las facultades de Medicina se llenaron y pronto apareció el paro médico; el MIR no acogía a la gran cantidad de médicos que deseaban ser especialistas, por ello unos cuantos emigraron a países sudamericanos (principalmente a Santo Domingo), donde les era posible obtener la especialidad de estomatología y su convalidación en España, y donde el número de dentistas era muy bajo en relación a las necesidades de la población y su nivel de vida era muy alto. La creación de la figura del odontólogo vino a acabar con ese primer gran negocio que supuso para universidades de ciertos países la formación de especialistas en estomatología. Sin embargo, el problema inicial continuaba. Muchos jóvenes estudiantes querían, al acabar el bachillerato, dedicarse a la medicina y el “numerus clausus” se lo impedía, por lo que aquellos que no lograban entrar en las facultades de Medicina, focalizaron sus deseos en otras ramas de Ciencias de la Salud: enfermería, fisioterapia, odontología…. Y aquí sí que la gran oportunidad de negocio llevó a la creación de las universidades privadas que vinieron a cubrir el déficit de profesionales que las universidades públicas no alcanzaban a llenar. La cuestión es que, frente al paro en estas profesiones -que claramente se avecinaba-, ningún Gobierno se atrevió a limitar el número de estudiantes en ninguna de las carreras de Ciencias de la Salud. Y así llegamos a la situación actual: dentistas que trabajan por cuenta ajena a sueldos de miseria, paro, emigración y deseos de una huida hacia adelante en forma de formación continuada, que les haga sobresalir del resto para poder ser contratados o les mitigue la angustia de estar parados en casa sin hacer nada, olvidando lo que aprendieron en la facultad. De nuevo, una gran ocasión para el negocio. Ante estas circunstancias, empezaron a aparecer cursos de expertos, títulos propios y másteres, inicialmente al amparo de las facultades de Odontología de las diversas universidades, que ambas habían aflorado, como setas tras la lluvia, en las diversas Comunidades Autónomas de España. Hasta aquí todo legal, es la ley de la oferta y la demanda: quieres formación, bien, esto es lo que te ofrezco, éstas son mis condiciones, tú pagas y yo te doy lo que prometo. Triste que hayamos llegado a esto, pero dentro de las normas establecidas.
El problema, en cambio, ha comenzado recientemente y de donde nadie lo esperaba. Todos nos hemos enterado por los medios de comunicación de la problemática de los Títulos Oficiales que se daban sin aparecer por clase, políticos que se beneficiaban de ello… Igualmente, en odontología están aflorando universidades que, sin disponer de Grado en Odontología, ofrecen Másteres Oficiales en diversas ramas especializadas: Endodoncia, Cirugía Oral e Implantes, Ortodoncia. La universidad pone el Título y se lleva un porcentaje, mientras que los organizadores, a veces ni siquiera odontólogos, se llevan el resto; y no es necesario que la formación se realice en la propia universidad, ni siquiera en la misma Comunidad Autónoma. Y, al final, todos apuntados al carro; cualquier universidad cede su sello y una firma en el Título a cambio de un porcentaje de lo que paga el alumno. La calidad de los docentes es secundaria, la fiabilidad de lo prometido no se fiscaliza. Se devalúan los criterios para ser considerado como universitario u oficial, un Máster. ¿60 créditos ECTS? ¿120? “Et voilà”, por arte de magia, 120 créditos se dan en dos años en 15 ó 16 fines de semana. Es la total desnaturalización de los créditos de transferencia europeos. Un Crédito Europeo equivale a 25-30 horas de formación del estudiante y, efectivamente (es la varita mágica que esgrimen), en esas horas se incluyen las que necesita el alumno para el estudio y preparación de casos. Lo que ocurre es que ese tiempo, habitualmente, suele ser una cuarta parte o, como mucho, un tercio del tiempo presencial, que en odontología debería cubrir una parte magistral y otra, de mayor duración, práctica. En conclusión, se está estafando al alumno, al que se le da menos por los créditos por los que paga y al resto de países de la Unión Europea, a los que ciertas universidades certifican que sus títulos cumplen con la formación que sus créditos prometen. ¿Cuánto van a tardar en Europa en rechazar el currículum de nuestros alumnos que no tienen más remedio que emigrar? La regulación de la formación continuada en odontología y la Ley de Especialidades Odontológicas son una necesidad urgente. No podemos seguir limitando a nuestros estudiantes una posible convalidación de sus estudios en la Unión Europea por no tener especialidad o por no cumplir, en másteres de algunas universidades, los criterios de Bolonia. Comienza el 2019 y no querría seguir, como en mis editoriales de años pasados, denunciando a través de esta vía el fiasco de la formación continuada en odontología. Espero ver en España antes del 2025, una buena fecha para jubilarme, una formación odontológica especializada de calidad, reconocida en los países de la Unión Europea que nos están enviando a sus jóvenes para aprender a ser dentistas y, en este caso, con mucho éxito.