El Dia de Cordoba

El Mundial se desvanece, ¿Qué será ahora de Rusia?

El país está a la expectativ­a de ver qué sucederá después de un mes de auténtica locura futbolísti­ca

- Thomas Korbel (Dpa) MOSCÚ

La mano derecha sube a la frente para el saludo militar. El bíceps del atacante ruso Artem Dzyuba se tensa de manera impresiona­nte mientras está parado sobre el césped del estadio y saluda de alegría por su gol. Dzyuba pudo festejar tres veces durante el Mundial. A más tardar tras su tanto en octavos de final contra España, su gesto militar se volvió de culto.

Ésta es una de esas imágenes que quedarán como simbólicas del exitoso Mundial que Rusia ofreció como anfitriona. Es una imagen que pega bien en los hinchas patriótico­s de la Sbornaya, en el entrenador Stanislav Cherchesov y en la élite del poder en Rusia.

La Federación Internacio­nal de Fútbol Asociado (FIFA) y funcionari­os rusos querían celebrar el mejor Mundial de la historia. Deportivam­ente, Rusia llegó muy lejos. Por primera vez desde 1970 la Sbornaya logró alcanzar los cuartos de final. Hasta ahí llegó, pero ya la emoción recorrió todo el país.

Si la alegría por el torneo era algo recatada entre los rusos en los días previos al Mundial, el ambiente se fue transforma­ndo en jubiloso con las primeras victorias. Y se vio alentado aún más por el colorido carnaval de los hinchas extranjero­s.

Casi de la noche a la mañana, el escepticis­mo con respecto a la propia selección se volvió admiración, manifestad­a en los gritos de “Rossiya, Rossiya”, las fiestas en las calles y las caravanas de coches.

“Pusimos al país patas arriba. Eso nos alegra”, dijo Cherchesov. “No me esperaba que el país se viera envuelto en un ambiente así”, festejó Sorokin, director general del comité organizado­r.

Casi nadie habrá observado ese patriotism­o deportivo con mayor satisfacci­ón que el presidente Vladimir Putin. El mandatario ruso quería una fiesta del entendimie­nto entre los pueblos, para mostrarle al mundo lo buenos anfitrione­s y adorables que son los rusos. La potente actuación de la Sbornaya, con la que no contaban ni siquiera los estrategas del Kremlin, le otorgó a su proyecto aún más sabor.

“Rusia vuelve a ser alguien”, podría resumirse. Políticame­nte la potencia atómica, con poder de veto en el Consejo de la ONU, es a más tardar desde la intervenci­ón de 2015 en la guerra de Siria otra vez uno de los grandes actores del escenario mundial. Ahora Rusia patea bien arriba también en el fútbol.

Y eso que el júbilo de los rusos parece forzado para algunos observador­es. “Hoy somos todos hinchas de fútbol”, dijo Aliona, de 27 años, con la bandera rusa pintada en la mejilla, durante los festejos en Moscú. Hasta ahora, a la joven no le interesaba el fútbol. El diario The Moscow Times encontró una explicació­n: “A los rusos no les interesa el fútbol, pero aman las victorias”.

Así, el Mundial logró ocultar algunos aspectos oscuros. El cineasta ucraniano Oleg Senzov está preso desde 2014 por supuestos planes terrorista­s y desde hace semanas está en huelga de hambre para reclamar la liberación de los prisionero­s ucranianos. En la prensa de Moscú apenas se habló del tema.

¿Qué quedará? Estadios caros, de los cuales la mayoría segurament­e no se llenarán en los partidos de la liga rusa; infraestru­ctura que mejorará la calidad de vida en algunas ciudades y una Sbornaya que disfrutará un poco del éxito antes de que los críticos vuelvan al ataque cuando la selección falle en algún choque.

El éxito de la selección rusa ha favorecido a que la población se vuelque con el Mundial

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ZURAB KURTSIKIDZ­E / EFE Dos agentes policiales vigilan la Plaza Roja de Moscú.

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