El Dia de Cordoba

Eduardo Arroyo, una idea muy personal de la pintura

Fallece a los 81 años uno de los creadores más reconocido­s del arte español Autor de una obra sugerente y crítica, durante la dictadura se exilió en París y se opuso activament­e al régimen

- Juan Bosco Díaz-Urmeneta

El fallecimie­nto ayer de Eduardo Arroyo, cuando el artista tenía 81 años, trae de inmediato a la memoria su obra expuesta en la III Bienal de París: fue una carga de profundida­d contra las fantasías del franquismo.

Corría el año 1963 y el régimen se ufanaba del llamado Plan de Desarrollo. Daba por supuesto que los resultados económicos, que tenían que ser buenos, enmascarar­ían el secuestro de la actividad política y la restricció­n de libertades. El impulso que dieron a la dictadura los tratados con Estados Unidos y la Santa Sede hizo germinar en ciertos ideólogos del régimen que no era necesaria la democracia. La economía iba a generar, decían, una clase media homologabl­e a la europea. Algunos incluso asimilaban los sindicatos verticales a los organismos de regulación económica de ciertos países europeos. Intentaban a toda costa borrar el pasado y presentar al estado franquista, la democracia orgánica, como una peculiarid­ad española o incluso ibérica.

En semejante coyuntura, que la Bienal de París colgara Los cuatro dictadores de Eduardo Arroyo era una sacudida. Su difusión periodísti­ca podría dar más de un dolor de cabeza. La obra, de ambicioso formato, casi dos metros y medio de alto por cerca de seis de ancho, ponía en pie de igualdad a Franco y Salazar con Musolini y Hitler. Las figuras perdían todo porte heroico porque se deshacían en huesos y vísceras, y lo que era más importante, el trabajo de Arroyo mostraba los orígenes del franquismo que el régimen quería a toda prisa relegar al olvido.

La intención cáustica de Arroyo se mostraría además en obras sobre las represalia­s sufridas por los mineros asturianos tras la huelga de 1962 y en su trabajo 25 años de paz en el que convirtió los números romanos, de ecos imperiales, usados por el régimen en guarismos árabes al uso.

Eduardo Arroyo nació en Madrid en 1937, allí estudió periodismo pero en 1958 hubo de exilarse a Francia. En París, cambió su inicial intención literaria por la pintura que pensó de manera muy personal. Su figuración narrativa buscaba hacer reflexiona­r al espectador a partir de imágenes que sugerían una historia no del todo precisada. En esas obras como El minero Silvino Zapico es arrestado por la policía (1967) es clara su deuda con el cine negro al que profesaba particular devoción. Otras veces, emparentab­a sus figuras con el sarcasmo de Goya o el esperpento de Valle-Inclán: recuérdese, por ejemplo, El caballero español (1970), engalanado con ceñido traje de mujer fatal, zapatos-fetiche abajo a la izquierda. En todos los casos la pintura evitaba la profundida­d de perspectiv­a y recordaba al cartel. Por eso lo asimilaron al pop-art, cosa que el siempre rechazó, aunque con sus trabajos pudieron tener especial afinidad obras del Equipo Crónica y aun las cabezas deshechas y llenas de color de Gordillo.

Por lo demás, Arroyo no tuvo demasiada fe en las vanguardia­s históricas: no dudó en criticar las ideas de Marcel Duchamp y los trabajos de Joan Miró y Salvador Dalí.

Eduardo Arroyo intentó dos veces regresar a España. En 1963, para inaugurar su muestra en la galería Biosca, y en 1974. En ambas ocasiones fue detenido y expulsado del país. En cuanto a la exposición, fue clausurada casi de inmediato. Regresó al fin tras la muerte de Franco. En 1982 recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas. Ese mismo año el centro Georges Pompidou le dedicó una amplia retrospect­iva.

Diez años más tarde, en 1992, tuvo especial (y quizá inesperada) presencia en la Expo 92. El incendio que se desató en el Pabellón de los Descubrimi­entos dejó en pie la estructura del edificio, como una chamuscada ruina en medio de las glorias del centenario. Arroyo venía trabajando desde 1980 en una serie, Los deshollina­dores, que comparaba esta profesión a la de pintor: uno y otro, decía, tratan con pigmentos y no se avergüenza­n de fisgar. Puede que esa esa metáfora se prolongara en las escaleras y figuras que realizó para rodear, desde distintas alturas, el achicharra­do pabellón.

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ANTONIO PIZARRO 1
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21. Eduardo Arroyo, en 2001 en una exposición que inauguró en Sevilla. 2 y 3. ‘Los cuatro dictadores’ y ‘El caballero español’, dos muestras de su mirada cáustica.
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