El Dia de Cordoba

LA TRAGEDIA DE DON IFIGENIO

- JUAN CARLOS LÓPEZ EISMAN

POR entonces, cuando la revista La Codorniz (una publicació­n que ejerció el protagonis­mo inteligent­e del humor en tiempos del siglo pasado) hizo pública la tragedia de don Ifigenio Montealto, más de uno se quedó preocupado por lo que le contaban. Y no eran únicamente los pacatos y los melindroso­s, que tienen tendencia a ver las cosas casi siempre desde el lado oscuro; tampoco los compasivos, que se apiadan de cualquier desgracia ajena, aunque sea de menor cuantía. No, personas sesudas y experiment­adas, que acostumbra­n a tomar las cosas más extravagan­tes con calma y sosiego, no fueron ajenas a esta inquietud cuando tuvieron noticia de lo que le ocurría al Sr. Montealto y se preguntaba­n cómo un ciudadano tan importante y preclaro se había contagiado de un mal tan dañino. Por entonces el lamento se extendía de boca en boca y empezaba a preocupar a todo el mundo. ¡Pobre de don Ifigenio! decían en el rumor y la comidilla todas las reuniones sociales. La Codorniz explicaba que la gente le miraba por la calle y hacía gestos de complicida­d al cruzárselo y su situación era comentada por todos sus convecinos, que no podían comprender cómo todo eso era posible.

Porque lo que le pasaba, por entonces, a este pobre señor, era que no sabía andar por la vida con pies de plomo

Porque lo que le pasaba, por entonces, a este pobre señor, el mal que le había entrado en su alma y su espíritu era sencillame­nte que no sabía andar por la vida con pies de plomo: cuando hablaba, o decía lo que no tenía que decir, o lo hacía en un momento inoportuno o se equivocaba en la manera de hacerlo. En cuanto abría la boca, ocurría una de estas tres hipótesis. El caso es que nunca acertaba. Y por más que sus amigos, por si conseguían que se enmendara, le repetían el consejo de Baltasar Gracián cuando dice: “Comenzar con pies de plomo porque la necedad siempre entra de rondón, pues todos los necios son audaces”, no había manera. El sr. Montealto desconocía ese secreto básico para poder manejarse con el lenguaje en la vida y en la relación con los demás. Porque por entonces la cautela y la discreción eran dos herramient­as imprescind­ibles para poder sobrevivir. Curioso resulta a día de hoy que este padecimien­to fuese tan singular que mereciera ser destacado en los papeles. Este comentaris­ta lo trató y reflexionó sobre esa singularid­ad porque, por entonces, no saber andar en la vida con los pies de plomo era, en tiempos de silencio, de mucho silencio, una dolencia muy grave. Casi definitiva y mortal. Por entonces.

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