“Como dijo un académico, yo, además de rojo, era libertino”
En esta filigrana de entrevistas que editó Puz (Publicaciones Universitarias de Zaragoza), José Manuel Caballero Bonald (Jerez, 1926), que hoy cumple 92 años, aparece en diferentes momentos: a punto de viajar a Mallorca, de regreso de Colombia, al salir de Carabanchel, cuando ganó el Adonais. Desde la primera entrevista en Jerez (José Luis Acquaroni, 1954) a la última en Columbus (2009).
–¿Qué se propone hacer este verano en Mallorca?
–Vivir: bañarme, tomar el sol, tal vez escribir un libro, y tropezarme, esto sin proponérmelo, con montones de ánforas romanas que por aquellas calas abundan tanto como las bañistas extranjeras y nativas guapas.
–¿Qué puesto les adjudica a sus estudios de filosofía, astronomía y folclore como poeta?
–Las fuentes del oficio de escritor deben ser muy parecidas, pongo por caso, a las del aficionado a la pesca submarina, o a las del coleccionista de sellos.
–¿Qué piensa usted del ‘boom’? –No me gusta, por lo pronto, esa palabreja para definir algo que tiene tan fácil equivalencia entre nosotros: auge, f lorecimiento. –¿La música le ha sido útil?
–No sé, a mí me ha servido bastante la geometría.
–Cuando vivió en Colombia, ¿sintió que se aproximaba a la literatura hispanoamericana? –Mis años colombianos fueron especialmente importantes. Allí trabajé más que nunca, sin problemas censorios ni económicos, enseñé literatura española, tuve un hijo, viajé por la selva y la sabana, entendí muy bien los procesos de agitación social...
–¿ Puede una obra ser política sin que disminuyan sus valores estéticos?
–La eficacia social de la literatura se establece a partir de su eficacia artística. –El aparente descrédito de la literatura social, ¿se debe a un cambio de mentalidad o a un cambio en la realidad del país? –Dentro de unos años es probable que exista una óptica literaria o crítica capaz de rehabilitar el ejemplo arqueológico y mal aprovechado de los libros de ca- ballería. Mientras tanto, roguemos piadosamente a los demonios del arte de escribir que el afán iconoclasta no consienta en sustituir unos ídolos por otros. –¿Ha abandonado en ‘Ágata ojo de gato’ la perspectiva social de ‘Dos días de septiembre’?
–Lo que yo he pretendido con Ágata ojo de gato desde el punto de vista lingüístico es trasvasar a un lenguaje barroco una situación barroca. Lo que no es barroquismo es periodismo.
–¿Cómo siente el paisaje y la naturaleza?
–La naturaleza ejerce sobre mí una atracción fascinante, y, espe- cialmente, ésta del coto: me siento obligado a volver a los arenales, a la marisma.
–Lorca tiene ese gusto por el habla andaluza.
–Lorca lo sublimó, lo recreó muy bien. Lo malo es toda esa morralla caricaturesca que vino después, el gracejo y el chistecito ingenioso, toda esa terrorífica falsificación de los hábitos expresivos andaluces.
–¿Dónde se se reunían?? –Cuando volví en el 62, había una reunión, disfrazada de tertulia literaria, en el café Pelayo. El primer día que caí por allí vi que Alfonso Grosso saludaba a un señor; le pregunté de qué se trataba y Grosso me contestó muy serio que era el policía. Teníamos hasta nuestro policía particular. –¿Ha habido vigilancia política contra usted?
–Últimamente me han suspendido como cinco conferencias. Lo
Empecé estudiando Náutica influenciado por las novelas de piratas y como excusa para escapar de Jerez”
último que me prohibieron fue la presentación de La arboleda perdida, de Alberti.
–¿Le llega intuitivamente esa soltura barroca y lujo verbal? –El barroco andaluz está en el ambiente, es una predisposición temperamental y una especie de educación sensual. Igual les ocurre a los gallegos que escriben en castellano: Valle-Inclán, Cunqueiro, Cela, Torrente. Todos ellos tienen como un tono adquirido por contagio del paisaje, de la mitología popular, de esas culturas diagonales que configuran un modo de vivir y de escribir. –¿Cómo fueron sus comienzos? –Yo empecé a escribir durante una crisis de salud, a fines de los años cuarenta, estimulado un