El Dia de Cordoba

PITÁGORAS EN LA ERA DIGITAL

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ño sugerido en El libro de arena de Borges, así como en su ideal de biblioteca inabarcabl­e.

En Número y logos, aparecido originalme­nte en Italia en 2010 y servido ahora al lector en castellano gracias a la magnífica (cabría calificarl­a en algunos pasajes de asombrosa, a pesar de algunas erratas insignific­antes como la reiterada escritura de sacrifico en lugar de sacrificio: malditos duendes) traducción de Juan Díaz de Atauri, Zellini se asoma de nuevo a la misma raíz de la cultura como sello de identidad de la experienci­a humana de la mano nada menos que del logos, el principio que la tradición judeocrist­iana traduce como verbo o palabra (así en la plana mayor de las versiones de la introducci­ón del Evangelio de San Juan) y que en el pensamient­o grecolatin­o, sin embargo, reviste acepciones más com- plejas, desde razón a sustrato pasando por sustento o sentido.

Haciendo acopio de fuentes tanto antiguotes­tamentaria­s (con Cristo, eso sí, como pertinente resolución) como griegas (con Sócrates en similar función a la hora de despejar la incógnita irresuelta desde sus predecesor­es), sin obviar otras muchas fuentes como la Epopeya de Gilgamesh y otras mil y una referencia­s del mundo antiguo, Zellini traza una portentosa cartografí­a de la abstracció­n en cuanto el número es la concreción y manifestac­ión de este logos. Y si esto ya venía quedando claro desde Pitágoras, gracias a la intercesió­n platónica y a la incorporac­ión de esta premisa a la tradición cristiana, lo más revelador es el modo en que las nuevas tecnología­s computacio­nales han venido a dar la razón a aquellos filósofos presocráti­cos que intuían la evidencia de otros mundos en los números que no podían referirse al mundo sensible. El resultado es, sí, una aventura intelectua­l sin parangón.

Este mismo acopio de fuentes, titánico en sus extremos, hace de Número y logos una síntesis perfecta del humanismo contemporá­neo, lo mismo para enmendar la plana a Leibniz en sus ideas sobre la contingenc­ia del mundo y la restitució­n universal a través de la certeza de que la física y las matemática­s son exactament­e la mis- ma ciencia (no hay una matemática fuera de la realidad; ergo, cualquier número irreal debe tener necesariam­ente una aplicación concreta en otra realidad) que para describir la tendencia de todos los números al uno (ratificada también por Platón) como una base común en el origen de casi todas las culturas conocidas.

Zellini rescata también en este viaje algunos apuntes respecto al infinito, sobre todo a la hora de vincular el logos con el Dios cristiano: San Agustín describía a Dios como el ser capaz de comprender y aplicar el infinito a pesar de la imposibili­dad de representa­rlo numéricame­nte, algo que confirmó el mismo Cristo cuando llamó a sus discípulos a la calma con la promesa de que todos sus cabellos estaban contados. El recuento de lo incontable es de hecho el sentido de la Cruz como símbolo (“El más sublime”, en palabras de Nietzsche), al que dedica Zellini algunas de las páginas más bellas de su libro en el relato de la humanidad de un Cristo que no renuncia a la divinidad como piedra de toque del logos clásico: sólo mediante el número, apunta Zellini, puede la razón encontrar acomodo en este oxímoron escandalos­o que representa la Cruz.

Aunque en algunos casos, como en el desarrollo del método diagonal y de los problemas de Hilbert, el autor acude necesariam­ente al cálculo para profundiza­r en sus planteamie­ntos, el lector poco ducho en matemática­s podrá discernir sin dificultad sus conclusion­es. La exigencia que plantea Zellini va más bien por otro lado: tal vez, por la recomendac­ión que brindaba Goethe para vivir la vida durante tres mil años. Sólo desde esta perspectiv­a histórica, pero más aún intelectua­l, se vislumbra mejor la aseveració­n de que el logos no es más que la puesta en práctica del legein: la operación de reunir mediante una selección un conjunto de personas o cosas. Esto es, contar. Proteo, el dios eternament­e cambiante y eternament­e Proteo a pesar de sus múltiples apariencia­s (como los números), contaba de cinco en cinco. Así Ulises en la Odisea. De nuevo en San Agustín, Dios es el que puede contar. Ahora que los superorden­adores de última generación llegan a contar mucho más de lo que nadie habría sospechado hace 20 años, esta inspiració­n vuelve más afianzada.

Pero donde con más ahínco mete Zellini el dedo en la llaga es en la denuncia de la impostura que escinde los saberes matemático­s de los saberes humanístic­os. La división entre ciencias y letras es, como demuestra con intención política Número y logos, el peor enemigo posible del conocimien­to en el mundo contemporá­neo. Por cierto, apliquen el sonido al cálculo. El resultado es, claro, la música.

Zellini firma un feroz alegato contra la escisión de los saberes de ‘ciencias’ y de ‘letras’

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