El Dia de Cordoba

SUPREMO ERROR

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NO estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo”, esta conocida frase atribuida a Alejandro Dumas parece describir con precisión la erosión que el modelo socioeconó­mico neoliberal realiza en las institucio­nes básicas de nuestro Estado social y democrátic­o de Derecho. La decisión final adoptada sobre el pago del Impuesto de Actos Jurídicos Documentad­os (IAJD) en las hipotecas no es más que el último ejemplo. Probableme­nte, sea una temeridad corregir la doctrina marcada por tres sentencias de la sala especializ­ada en cuestiones tributaria­s. De hecho, en la Sentencia 705/2015 de 23 de diciembre de 2015 del Tribunal Supremo se estableció la nulidad, por abusivas, de cláusulas muy habituales en préstamos hipotecari­os. Incluso, para aquellos juristas que están a favor de que el hipotecado pague el impuesto, supone un evidente descrédito para el Tribunal Supremo. Esta decisión será posiblemen­te enmendada por el Tribunal de Justicia de la UE, como ya aconteció con las cláusulas suelo. No obstante, existe una vertiente política en este asunto que conviene analizar: la decisión contribuye a erosionar la propia estabilida­d y viabilidad de España.

No se puede ignorar el contexto y los procesos. Y no me refiero a que no se actúe conforme a Derecho y de acuerdo a razonamien­tos jurídicos. De hecho, si la Sentencia del Tribunal Supremo 1505/2018 relativa a la determinac­ión del sujeto pasivo del IAJD hubiera argumentad­o al contrario –en favor de la banca– el Tribunal no se vería en esta situación. Lógicament­e, habría recibido críticas, con el correspond­iente clamor social contra una sentencia que muchos habrían tildado de injusta. Pero nada de eso hubiera puesto en jaque a uno de los pilares de nuestro Estado. El problema es que con la decisión de reunir el pleno se genera una suerte de derecho alternativ­o, donde la sala se toma la libertad de legislar contra las propias sentencias del Supremo. Y esa maniobra es muy grave.

El Derecho alternativ­o fue un movimiento de jueces brasileños que en la década de los 90 decidieron suplantar al legislativ­o. Pretendían usar sus sentencias basadas en los Principios General del Derecho para legislar en favor de los pobres. Este movimiento no tuvo un gran recorrido, entre otras cosas, porque la labor de la judicatura debe quedar vinculada a la interpreta­ción y aplicación del Derecho, incluso en un país como Brasil, con terribles desigualda­des. En pleno 2018, ha habido irresponsa­bles en nuestro Tribunal Supremo que han optado por este tipo de vía. No, el genérico e injusto, “los jueces de Supremo”, sino unos individuos que han conducido al descrédito a la institució­n que debieran servir. Pareciera que hubieran querido legislar a favor de la banca, lo que implica una especie de De- recho alternativ­o a la inversa; una suerte de in dubio pro argentariu­s. Por muchas ganas que estos magistrado­s tuvieran de erigirse en legislador­es por la vía de los hechos, que no del Derecho, una mínima ojeada a la situación española podría haber sido suficiente para desistir.

Minutos después, se frotaban las manos tanto la falsa izquierda empeñada en apoyar a un régimen que lanza a opositores por las ventanas e insiste en reivindica­r la magra dieta bolivarian­a, como los ultras que quieren edificar una frontera entre conciudada­nos y buscan denodadame­nte el enfrentami­ento civil. Esta decisión les llena gratis el tanque de su matraca populista-peronista y supremacis­ta. Mientras, los políticos del bipartidis­mo, que podrían haber realizado una reforma legislativ­a que hubiera amparado a los consumidor­es frente a la banca, se ocultaban detrás de la indignació­n general y el presidente Sánchez aprovechab­a para hacer electorali­smo chusco a la mañana siguiente.

España no puede permitirse este tipo de cosas. La Justicia española merece medios, inversión y cooperació­n de las otras institucio­nes del Estado. De hecho, se anuncia una próxima huelga ante la absoluta falta de voluntad negociador­a del Gobierno. Parece que durante décadas, el bipartidis­mo ha estado más ocupado repartiénd­ose los sillones del Consejo General del Poder Judicial que velando por la administra­ción de la justicia. Al final, sucede lo mismo que en otros servicios públicos: son los funcionari­os los que con su esfuerzo diario los salvan, como en hospitales, escuelas o fuerzas de seguridad, entre otros.

La decisión del pasado día es tan lesiva para nuestra democracia en el plano judicial, como lo fue en el legislativ­o la reforma del artículo 135 de la C.E., realizada por PP Y PSOE que priorizó el pago de la deuda frente a los servicios públicos. La primera socava una institució­n esencial a las puertas del juicio contra los golpistas; la segunda erosionó una de las bases de nuestro modelo de convivenci­a, vulnerando la voluntad mayoritari­a de la ciudadanía y la letra de nuestra Constituci­ón de 1978. La ciudadanía española no se merece un amo distinto a la ley democrátic­a.

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ROSELL
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RAFAEL RODRÍGUEZ PRIETO Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universida­d Pablo de Olavide

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