El Dia de Cordoba

EN EL BUEN SENTIDO DE LA PALABRA, BUENO

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LES iba a hablar de Dancausa, consejera delegada de Bankinter, soltando por su boca, a propósito de los impuestos hipotecari­os, que “en algún momento alguien nos tiene que ayudar y proteger a los bancos”. Poresita. Les quería decir que un solo muerto, Khashoggi, ha importado a la comunidad internacio­nal infinitame­nte más que los 40 niños que Arabia Saudí se cargó de un bombazo el 9 de agosto en Yemen. Les iba a contar que la aerolínea KLM ha echado del vuelo a una pareja de españoles al ser incapaces de comunicars­e en inglés. O lo del vuelo en el que un tipejo le grita “negra” y “bastarda” a una mujer y, en vez de dejarlo en tierra, el personal de Ryanair decide que la señora se cambie de asiento. Les iba a contar que Irene Montero va a cobrar la indemnizac­ión por unos versos que un ripioso le dedicó. No vale: por esta regla de tres, Chicho Sánchez Ferlosio, Quevedo o Javier Egea con sus epigramas machistas o antifascis­tas hoy estarían en Chirona. (Como alguien comen- tó, Montero va a ser la primera en España que gane dinero con la poesía). Le iba a pedir al Gobierno favor de aclararse con la realpoliti­k, que no se puede defender una cosa y su contraria. Les iba a hablar del francotira­dor –o tirador franquista– que nos quería hacer aquí un JFK. También de lo fácil que es basar la estrategia política en el miedo al otro: el viejo truco de la ultraderec­ha. Les quería decir a los de Nuevas Generacion­es que no les luce el colegio de pago, que llamar “ratas” a sus adversario­s políticos es tela de cani. Les quería preguntar si saben a quién beneficia el encanallam­iento de la vida, tanta mentalidad de patio de Monipodio.

Pero me importa más contarles otra cosa: fui al cine y vi una peli sobre alguien bueno. Lazzaro feliz, se llama, de Alice Rohrwacher. Ganas daban de atravesar la pantalla y aullar, llamando a los lobos, junto al protagonis­ta. De vuelta a casa, me preguntaba cuántas pelis se han hecho sobre la inocencia y la fraternida­d (no valen, por literalmen­te perversas, esas beatonas y paternalis­tas que se hacían cuando Franco): muy pocas. En estos tiempos raros, en los que se cuelga la etiqueta de “buenismo” a todo lo que se quiere desacredit­ar, con tantos prosélitos del cuerno retorcido y –por otro lado– con tanto narciso mártir convencido de su capacidad para decirnos a los demás dónde está el bien, hoy brindo este artículo a quienes, como don Antonio, pueden decir de sí: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Va por ustedes.

¿A quién beneficia el encanallam­iento político y social, esta mentalidad de patio de Monipodio?

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CARMEN CAMACHO

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