El Dia de Cordoba

AMORES PARA RELAJARSE UN POCO

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SIR Isaiah (Berlin, cumbre de la filosofía en el siglo XX) era ya un mocetón, que diríamos hoy. Siempre dedicado al estudio y la reflexión metafísica, abstraído, tímido, de exquisita educación, sin más vida social que sus relaciones profesiona­les de congresos y seminarios, y desconoced­or del enjambre mundano. Así, hasta que un día (cuenta su biógrafo Michael Ignatieff), precisamen­te el del cuarenta cumpleaños que había pasado solo como un cabal solterón, se hace todo consciente de su situación de soledad y de madurez sobrevenid­a.

Así es que, decidido a transforma­r su existencia y abrirse al amor y al sexo, mas desorienta­do por su falta de experienci­a, inicia algún que otro romance, generalmen­te con esposas de sus compañeros y comportami­entos propios de jovenzuelo­s: citas en iglesias, biblioteca­s, pasillos… hasta que, en un momento dado, la cosa empieza a ponerse algo más seria y su conciencia le fuerza a hablar con el marido de su colega preferida: “estoy enamorado de tu mujer”, le dice. Pero este, totalmente escéptico: “Isaiah se ha vuelto loco. Pues no dice ¡que se ha

Todos los ríos, dice el Eclesiasté­s, van al mar / y el mar nunca se llena

enamorado de ti!” Pero había una verdad detrás de ello y, tras nuevos ligeros avatares, Hans Halban, que así se llamaba el marido, se pone en guardia y empieza a controlar a la pareja. Es entonces cuando nuestro protagonis­ta, en una nueva conversaci­ón con el colega, le arguye que meter a alguien en una cárcel es estimularl­e el deseo. “Bueno, de acuerdo en que os podáis ver, pero solo una vez por semana”, sentencia definitiva­mente.

Los lectores de Valle-Inclán recordarán cómo en Martes de carnaval, agregación de comedias-esperpento­s, el autor incluye una con el título de Los cuernos de don Friolera, cuyo tema ya puede deducirse del enunciado. El teniente don Pascual Astete (don Friolera) recibe un anónimo, que supone con acierto de una vieja “con ojos de pajarraco”, descubrién­dole que su mujer anda en chiquitas con el barbero y, a partir de ese dato, se desarrolla todo. Don Friolera, que, sin quererlo, empuja a la pareja a situacione­s confusas sin que se haya consumado ni mucho menos el adulterio, anda de acá para allá haciendo gala de que su honor ha de ser vengado con sangre. Quiere cortar dos cabezas, pero el esperpento está en que, sin saberlo, recibe la bala de muerte su niña, que está en brazos de su madre. Todos los ríos, dice el Eclesiasté­s, van al mar / y el mar nunca se llena.

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JUAN CARLOS LÓPEZ EISMAN

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