Formas de subir en una nube
Una niña que encuentra en la soledad de sus baños el modo de dar rienda suelta a su imaginación y una ballena con alitas, capaz de volar y de vivir las aventuras más dispares en la ciudad, protagonizan Vaho y Ballena-pájaro, dos propuestas editadas por sellos andaluces (Maclein y Parker y El Paseo, respectivamente) que reivindican el poder de la fantasía y el placer de contar historias.
“Hola, soy Ada. Por la mañana, cole. Por la tarde, al súper o actividades. ¿Y al parque cuándo? ¿Cuándo al parque?”, se pregunta la niña de Vaho, un libro en el que se han aliado la periodista y escritora María Iglesias y la artista e ilustradora Irene Mala. Su personaje principal logra olvidarse de las responsabilidades y obligaciones que le marcan los adultos en el “cuarto mágico”, el baño,
‘Vaho’ se rebela contra el “ritmo endiablado” que los padres de hoy transmiten a sus hijos
gracias a las “nubes maravillosas” que salen del grifo. El vaho le permite la ensoñación de transportarse a poblados exóticos, conocer a sirenas o viajar por el espacio. Aunque siempre una voz, la de la madre, devuelve a la pequeña a la anodina realidad: no gastes tanta agua, la cena se enfría, cuida al hermano.
La obra, cuyas páginas desprenden una emoción genuina, surgió de una dolorosa certeza que compartían Iglesias y Mala. “Como madres trabajadoras, nos damos cuenta del ritmo endiablado de nuestras vidas, un ritmo que estamos transmitiendo a nuestros hijos”, sostiene la primera. “Y aunque queramos pararlo, hacer las cosas con más mesura y más tiempo, no sabemos”, añade la segunda. Ambas conciben Vaho no sólo como un homenaje a esa descendencia que reclama de forma legítima su derecho a la evasión, también como una llamada de atención sobre la importancia de la inventiva. “Las dos tenemos un trabajo creativo, y en cierto modo tenemos que defender una y otra vez ante los demás que la imaginación no es una pérdida de tiempo, que es una necesidad vital. Y lo es tanto para los que hacen libros, arte y películas como para quienes son espectadores o lectores de esas obras”, considera Iglesias.
La escritora admiraba el universo de Irene Mala desde hace mucho –“puede hacer veinte años ya, o poco menos”–, cuando almorzó en un restaurante donde ella exponía su pintura “y no podía concentrarme en la comida porque todos los cuadros me gustaban”, recuerda. Iglesias pasó a la ilustradora un guion detallado, “pero le maticé que lo que más ilusión me hacía –cuenta– era que borrara texto y que inventara con libertad, que me devolviera con su trabajo lo que le sugería y no tuviésemos miedo en quitar palabras. Como madre que lee a sus hijos álbumes ilustrados, tengo comprobado que los niños completan la historia al ver las imágenes”, explica.
Irene Mala, por su parte, se quedó prendada del “mundo onírico que visitaba Ada, lo que me permitía fantasear” y se enamoró de la protagonista, una niña “con un mundo interior importante y la