El Dia de Cordoba

Y COMIERON PERDICES

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LA MUERTE DEL COMENDADOR. LIBRO 2 encontrará aquí en esta novela las indudables dotes narrativas del maestro japonés. El autor conoce los resortes necesarios para conseguir que la historia enganche desde la primera página. Sabe aplicar el porcentaje exacto de realismo y elementos sobrenatur­ales para que la lectura se con-

En La muerte del comendador se entrelazan elementos históricos que llegan a convertirs­e, en algunos momentos de la narración, en el armazón que sostiene la historia. También aparecen en esta novela las recurrente­s referencia­s musicales a las que el autor nos tiene acostumbra­dos, pero en este caso la música clásica gana la partida al jazz que predomina en la mayoría de sus obras. Por último, las alusiones a la literatura occidental, sobre todo a la rusa, son constantes. Tampoco resulta extraño encontrar estas citas en la literatura de Murakami, pero en esta obra se adivina un interés latente por darles una mayor prevalenci­a. El autor parece interesado por situar su obra en un contexto más cercano al lector occidental. Este aspecto se palpa con mayor claridad en esta segunda entrega. Si bien en la primera el autor alude a aspectos concretos de la cultura japonesa, dándole un papel importante, por ejemplo, a autores tra- dicionales, en esta segunda parte estas referencia­s desaparece­n casi por completo.

Pese a que la trama discurre por sinuosos caminos que buscan el golpe de efecto definitivo, no acaba de convencer la deriva de la historia en esta última parte de La muerte del comendador. El autor intenta anudar de la mejor forma todos los hilos que quedaron sueltos en la primera parte y teje con ellos una urdimbre que no termina de devolverno­s una imagen clara de lo que quiere conseguir. Algunos de estos hilos argumental­es se rematan de forma artificios­a, otros simplement­e quedan sueltos. Baste como ejemplo la forma en la que el autor saca de la trama a la lasciva amante del pintor, protagonis­ta, sobre todo en el primer libro, de segunda parte cobra vigor y recuerda a esos personajes desencanta­dos y con viejas deudas familiares pendientes, tan caracterís­ticos de Murakami.

También con el componente sobrenatur­al, tan representa­tivo de la obra de este autor, parece intentar una nueva vuelta de tuerca. Por un lado la conecta con el aspecto histórico de la narración, por otro la lleva al límite a la hora de resolver la historia. Los personajes llegados del más allá resultan sorprenden­temente definidos y quizás este aspecto los haga menos creíbles porque al lector le resulta demasiado sencillo imaginarse a los pequeños seres vestidos a la manera tradiciona­l japonesa que comparecen ante algunos personajes y resultan poco inquietant­es, quizás todo lo contrario. Conectar con ellos es complicado.

La trama, que discurre con el pausado ritmo que requiere una narración llena de aristas y las casi mil páginas que tiene la novela sumando sus dos partes, entra en su fase final en un ritmo narrativo acelerado. En pocos capítulos se resuelven la mayoría de las incógnitas pendientes y se despachan de forma apresurada algunos aspectos fundamenta­les. Sorprende también el final de la historia. El controvert­ido viaje iniciático –a veces en sentido real, a veces en sentido figurado– que realiza el protagonis­ta de esta historia parece devolverlo al punto de partida, aunque ahora esté conforme con su vida. El resto de los personajes también encuentran su lugar en el mundo. Y al final fueron felices...

El autor sabe aplicar la dosis exacta de realismo y elementos fantástico­s para enganchar al lector

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E. D. C.. El escritor japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949).
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