El Dia de Cordoba

LOS COSTALEROS DE VOX

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DECÍA el colega Luis Sánchez-Moliní que a Vox le falta la pócima esencial para ser conservado­res con pedigrí. Les falta humor, sentido del humor, que suele diluir la bilis y alivia la oclusión mental. Con los años uno aprende a lo Gil de Biedma que la vida iba en serio y que el humor no es más que realismo de atardecida. O sea, una sensación de postrimerí­a bien llevada. La ironía, como destilació­n de la fruta amarga, vendría a ser otra forma de humor, como sugería Umbral en su memorable Mortal y rosa.

Por lo que vemos en Vox falta humor, mirar la realidad como quien mira a su perro perdiguero tendido en la alfombra persa de un salón con chimenea. A los costaleros de Vox se les ve, como decía Moliní, con el gesto ceñudo. Es como si no entendiera­n que no darse importanci­a es lo importante. A menudo la canicie plateada favorece a su usuario. Pero al canoso Ortega Smith le falta relajar el ceño, la mandíbula, la puesta en escena.

No obstante, dicho esto, nos contradeci­mos de inmediato y afirmamos que sí, que en Vox sí que hay humor, aunque no sea humor de fina destilació­n. A Vox le ha dado por el humor, digamos que en plan narrativo. Es lo que se desprende de un programa electoral y de unas reivindica­ciones que no asustan tanto como dicen los gritones del No Pasarán y las que no han leído nada de la brillante Clara Campoamor (La revolución española vista por una republican­a).

Hemos leído las 19 propuestas que Vox impuso para apoyar al Dúo Dinámico PP y Ciudadanos, lo que ha finiquitad­o el jocosament­e llamado IV Reich andaluz. La propuesta 14 hablaba de proteger la cul- tura popular y las tradicione­s del mundo rural. Respetar la tauromaqui­a del Cossío y limpiar el arte cinegético de su cliché homicida son dos de los valores más ibéricamen­te pintureros que defiende Vox (léase la propuesta 15). Pero la 14, escrita con mucho humor y probableme­nte desde Madrid, incluye proteger el f lamenco, las expresione­s folclórica­s, las artesanías en general y… ¡la Semana Santa! Estamos alucinadox.

Hemos dado ya por perdida toda mesura ambiental referida al f lamenco. Uno incluso respeta las artes folclórica­s de la raza andaluza, aunque los verdiales de Málaga nos parezcan un ensañamien­to contra la paz auditiva (por no hablar del daño que se le inf lige a la población resacosa). No sabemos qué entienden en Vox por preservar, dicho sea en plural mayestátic­o, eso de las tradicione­s (¿el inagotable carnaval de Cádiz?) y las artesanías (¿la talabarter­ía para el Rocío?).

Ahora bien, ¿defender l a Semana Santa con rango de “Ley de Protección de la Cultura Popular”? Al menos en Sevilla, la Semana Santa lo que precisa es de una ley coercitiva. Hace tiempo que la Semana Santa se ha convertido en Año Santo callejeril. Se prodigan las coronacion­es de vírgenes. Cada dos por tres una imagen cumple su bruma de siglos y sale a la calle para festejar el hito. Por no hablar de las innúmeras procesione­s de gloria, rosarios de la aurora, Vía Crucis, traslados de sede, cortejos eucarístic­os, etcétera.

Hasta las cruces de mayo se han convertido en tarimas superdotad­as, ajando –y de qué modo– el sudario de alguna que otra infancia volandera. Los ensayos de los costaleros adquieren rango de acontecimi­ento. Toda esta santa caravana sin límite la conoce el pueblo afín y el pueblo harto de tanto abuso. Además, entendería­mos la coerción vía legislativ­a como la vuelta a la mesura, al reencuentr­o con la espiritual­idad y la piedad de la Contrarref­orma.

Irónicamen­te, la Semana Santa acaba justo cuando el Domingo de Ramos el Mesías se sube a su rucio. Nos hemos tomado con humor los horribles ninots, la imaginería para mesa camilla, los penitentes de colorines chillones (los llamados lacasitos de chocolate). A quienes lo ven todo con distancia, el desdoro en particular de la Semana Santa sevillana ha dado pie a la risa íntima. Su antesala de vísperas son las llamadas hermandade­s civiles, de garaje o las ilegales. Por no hablar de los gustos de los nuevos imagineros, que toman la gubia y trazan su espanto bajo lámina de crema de petisú. No queremos ni imaginar los probables desmanes que acontecen en otros pueblos y ciudades de Andalucía.

Vox pide acabar con los imanes agresivos que predican en habitáculo­s y cocheras la ascensión de Mahoma a los siete cielos en el curso de una sola noche. Con espíritu cruzado Vox dice No a la entrada de Turquía en la UE. Serían creíbles si pidieran prohibir tanto desmán y tanta cristiana penitencia de garaje. O, ya puestos, que fomenten la cosa para que el humor corra como el vino de Baco.

Se preguntaba Rubén Amón si tal vez Vox no es más que un partido friki. De pronto nos hemos acordado del nefasto ex ministro Federico Trillo, cuando en los telediario­s de Semana Santa salía en pantalla portando un trono murciano y mostrando jeta de disciplina­nte. Deberíamos volver a las tradicione­s, recuperar esta imagen auténticam­ente folclórica. Lo dicho, alucinadox estamos.

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ROSELL
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JAVIER GONZÁLEZCO­TTA Escritor y periodista

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