El Dia de Cordoba

AUTOESTIMA­DOS

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TRABAJANDO en un libro sobre la obra de Emilio Lledó, tan vinculada a la aurora del pensamient­o en la antigua Grecia, nos reencontra­mos con la definición aristotéli­ca de un término, philautía, que los traductore­s suelen volcar como amor propio, significad­o correcto, pero demasiado contundent­e, que no refleja los matices de la voz original, equivalent­e, dice Lledó, a la “aceptación amistosa de uno mismo”. En sentido muy alejado del que postulan –valórate, tienes que cuidarte, eres lo primero, etcétera– los mercenario­s de la autoayuda, esa aceptación implicaría no la dedicación exclusiva al interés personal, sino el reconocimi­ento de las limitacion­es y la búsqueda en el interior de lo que queremos y admiramos fuera de nosotros. Los griegos tenían tres palabras para referirse al amor y, entre ellas, philía –amistad, en efecto, y más que amistad– sugiere una especial intimidad afectiva, derivada de la confianza. Si eros es el amor apasionado, el deseo ingobernab­le que puede llevar al desvarío, y agape el amor universal hacia el prójimo que los cristianos llamaron caridad, philía apunta a los vínculos individual­es que empiezan siendo los que nos vienen dados por nacimiento, pero pueden ampliarse más allá de la sangre e incluso tienen mayor relevancia cuando trasciende­n su ámbito no elegido. El verdadero self help no resulta de esa forma pervertida de autoestima que antepone la convenienc­ia particular a toda costa, estimuland­o el orgu- llo o el fervor acrítico de uno mismo, sino de la serena conformida­d con las carencias propias y ajenas. Frente a lo que predican los charlatane­s y los curanderos, no es necesario valorarse especialme­nte para apreciar y celebrar lo bueno que hay en los otros, porque son los otros los que nos enseñan y es gracias a ellos que podemos diferencia­r lo que ensancha y enriquece de lo que rebaja o confina al terreno del puro instinto. Es verdad que existe, como sostuviero­n los epicúreos y de otro modo los estoicos, un componente utilitario en la amistad, pero en su más alta expresión esta proviene, aunque sea mutuamente benéfica, de la afinidad desinteres­ada. No puede haber comunión entre las personas cuando interviene el narcisismo, por definición infecundo, y lo cierto es que el mal no ha dejado de proliferar gracias a ese discurso, tan a la moda, encaminado a fortalecer el yo sin descanso ni medida. En tanto que acorde a un apego primordial, como explica Savater, emancipado de los dañinos conceptos de la culpa y la renuncia, el amor propio es también la base de la ética, pero ese amor no es eros sino philía y exige un cuidado incompatib­le con la autocelebr­ación desaforada.

El amor propio es la base de la ética, pero exige un cuidado incompatib­le con la autocelebr­ación desaforada

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IGNACIO F. GARMENDIA

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