El Dia de Cordoba

LA CUERDA

- ROBERTO PAREJA

EL harakiri era una práctica samurái para morir gloriosame­nte en lugar de deshonrado por el delito. O la derrota. Pablo Iglesias e Íñigo Errejón no culminarán su disputa con un corte en el vientre, van a morir de éxito.

Los dos viejos (ex) amigos crearon una criatura que hizo jaque al sistema con una política binaria de buenos y malos que puso en guardia a las élites y que levantó una descomunal ilusión que se tradujo en cinco millones de votos en diciembre de 2015, pero los dos grandes teóricos no supieron adaptarse a su súbita y gloriosa tesitura.

Antes de hacerse el harakiri está la opción de dejar un poema de despedida a modo de epitafio. Errejón compuso una meliflua y tramposa oda en la que hablaba de ampliar la recolecció­n de votos más allá de las siglas, dejando mecer su cuna por la beatífica Manuela Carmena, más lobo que caperucita y que ha privado a Iglesias de su santo y seña.

Salvo que, con una buena dosis de pragmatism­o y surrealism­o, Iglesias, digo Podemos, decida aunar fuerzas con Más Madrid y Errejón en la lucha por la Comunidad de Madrid (lo que se antoja inviable, que ya se sabe que Iglesias no tiene ni quiere abuela), el deliran- te proceso en el que está inmerso Podemos sólo puede acabar mal.

De los polvos del sorpasso frustrado al PSOE, de la moción de censura en la que dejó tirado a Pedro Sánchez (Errejón ahora se jacta de que el tiempo le ha dado la razón), del #Íñigoasíno (la famosa pelea navideña entre el líder y su segundo), y del combate de Vistalegre (del que salió trasquilad­o el espíritu cartesiano de Errejón) han salido estos lodos que emponzoñan las esperanzas

de los que se encomendar­on a un joven binomio que ha envejecido (madurado) a golpe de desencuent­ro entre egos que demuestran que las relaciones humanas miran siempre de reojo al abismo.

El sol de la ambición ha cegado a los dos viejos camaradas que entre cervezas y charlas prepararon el asalto a los cielos sin los pies en el suelo. Pase lo que pase, el tira y afloja lo coronará la sentencia de Bertolt Brecht: “La cuerda cortada puede volver a anudarse, vuelve a aguantar, pero está cortada. Quizá volvamos a tropezar, pero allí donde me abandonast­e no volverás a encontrarm­e”.

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