El Dia de Cordoba

El hombre que susurraba a los DINOSAURIO­S

Oficialmen­te, la secuela de ‘Jurassic World’ ha sido la película más taquillera de 2018 La editorial Berenice ha dedicado una notable monografía a su director, Juan Antonio Bayona

- José Abad

Con solo cuatro largometra­jes, Juan Antonio Bayona ya ha escrito un capítulo importante en la muy humilde historia del cine patrio. Bayona es responsabl­e de tres éxitos consecutiv­os (y singulares) bajo pabellón español y en su cuarto largo se ha puesto al timón de una superprodu­cción de 170 millones de dólares: Jurassic World: El reino caído (Jurassic World: Fallen Kingdom), la película más taquillera de 2018, en cuyos créditos se codea con su muy admirado Steven Spielberg. Se pueden discutir los resultados y en la medida de lo posible se discutirán en estas pocas líneas; no obstante, nadie osará poner en entredicho el extraordin­ario oficio de este director.

Laura Seoane y C. David Carrón le han consagrado una monografía: J. A. Bayona. De El Orfanato a Jurassic World en solo una década, primorosam­ente editada por el sello Berenice. En unas líneas preliminar­es, Guillermo del Toro escribe: “De la misma forma que existe gente que cree en la religión, él cree en su cine”. Es así. Bayona cree en el cine y esta fe impregna cada uno de los fotogramas de cada una de sus realizacio­nes.

Dado su ascendente humilde, la trayectori­a de Bayona resulta doblemente admirable. El director nació en el seno de una familia de orígenes andaluces en el barrio obrero de Trinitat Vella, en Barcelona. Su padre trabajó toda su vida como pintor de brocha gorda y su madre lo hizo en un taller de costura. Los estudios que no tuvieron ellos se los procuraron a los hijos; en una de las muchas declaracio­nes recogidas por Seoane & Carrón en su libro, Bayona reconoce: “Mis padres entendiero­n esa verdad tan básica de que la educación no es un gasto, sino una inversión”. El futuro director estudió en la Escuela Superior de Cine y Audiovisua­les de Cataluña (Escac) con no pocos sacrificio­s y a los 22 años ya estaba rodando videoclips y anuncios. En su primer cortometra­je, Mis vacaciones (1999), Bayona abordó el mundo de la infancia y las fantasías infantiles; en el segundo cor- to, El hombre esponja (2002), reincidió en esta temática, que reencontra­remos en sus largometra­jes.

Bayona debutó a lo grande gracias al apoyo incondicio­nal de Guillermo del Toro, su “Ghandi gordo”, según lo llama él. El orfanato (2007) es una historia de fantasmas ambientada en un caserón solitario –un antiguo orfanato– y centrada en unas relaciones materno-filiales a flor de piel, otro tema recurrente. Laura (Belén Rueda) regresa al hogar de su infancia para convertirl­o en un espacio de acogida para niños con problemas; al poco, su hijo Simón (Roger Princep) desaparece tras haber empezado a hablar de unos extraños amigos invisibles. La historia está bien engastada en el mundo de la fábula –el miedo, el dolor y la tristeza forman un mismo magma emocional– y la película derrocha ese buen oficio que caracteriz­a a Bayona. El drama se resiente de alguna situación forzada –como la de la desaparici­ón de Simón– y de algún personaje de poca entidad –el marido de Laura–, pero el balance último es notable. Según el guionista Sergio G. Sánchez, El orfanato sería como Encuentros en la tercera fase, pero con fantasmas; una clave de lectura que trae a colación el nombre de Spielberg.

El clamoroso éxito de El orfanato extendió un cheque en blanco a Bayona, que no obstante tardó cinco años en poner en pie su segundo largo: Lo imposible ( 2012), inspirado en la trágica experienci­a de la española María Belón en Tailandia. La historia vuelve a ser la una madre separada de sus hijos por unas circunstan­cias adversas: el 26 de diciembre de 2004, María Belón pasaba las vacaciones de Navidad con su familia cuando un tsunami de proporcion­es bíblicas arrasó la localidad turística donde se hallaban. La película contó con un presupuest­o de treinta millones de euros, cifra cuasi inadmisibl­e para los estándares hispanos, de modo que tuvo que rodarse en inglés y contar con estrellas internacio­nales –Naomi Watts, Ewan McGregor– a fin de garantizar su vida comercial fuera de nuestras fronteras. El éxito de Lo imposible dejó pequeño el de El orfanato. Bayona defiende un inter- nacionalis­mo pragmático: “Es momento de que hablemos de cine y no de países, es un arte y no entiende de fronteras, hay que hablar de directores más que de nacionalid­ades”. No es así, por descontado, aunque en ciertos casos lo parezca.

Algunas exégesis críticas equipararo­n Lo imposible a Tiburón (1975) con un tsunami en lugar de un escualo. El nombre de Spielberg también rondó el tercer largometra­je de Bayona a causa de uno de esos imponderab­les del mercado: Un monstruo viene a verme (A Monster Calls) llegó a la cartelera a escasa distancia de Mi amigo el gigante (The BFG), con la cual guarda numerosos puntos en común (y a la cual supera limpiament­e, hay que añadir). Un monstruo viene a verme es una hermosísim­a fábula sobre el poder curativo de la ficción: un niño de 12 años, Conor (Lewis McDougall), entabla una peculiar relación con un un árbol gigantesco que cobra vida a determinad­a hora de la noche; el monstruo es lógicament­e una proyección del miedo y del dolor, que lo ayudará inesperada­mente a vencer el miedo y superar el dolor. Esta quizás sea la primera película realmente vibrante de Bayona, la que muestra una mayor implicació­n personal por parte del cineasta; esa clase de película que se hace para contar, no para demostrar nada. Un monstruo viene a verme es una producción calculada al milímetro, de acuerdo, pero ya no basta con hablar de buen oficio. “Me gustan las películas que me remueven por dentro, que me emocionan, que me hacen salir de mi zona de confort y reflexiona­r sobre quién soy”, declaró Bayona. Un monstruo viene a verme es una de estas películas.

En Jurassic World: El reino caído, en cambio, nos hemos dado de bruces con un intento de renovar la franquicia jurásica tan sugerente como tozudo, o viceversa. La película empieza siendo lo que todos esperábamo­s –un relato de aventuras en una isla poblada de criaturas antediluvi­anas– para transforma­rse luego en un relato gótico, ambientado en una mansión perdida entre bosques, en una noche de tormenta, y con dinosaurio­s sueltos por las estancias y los pasillos en lugar de vampiros, licántropo­s u otros espantos. Bayona introduce algunos elementos propios de su cine anterior para legitimar una paternidad escurridiz­a y darle un cierto espesor a la trama. No está mal, aunque tampoco llega a mayores. A los responsabl­es del filme les bastaba con pegarnos a la butaca y el público mayoritari­o se ha dado por satisfecho. Los 1.300 millones de dólares recaudados en todo el mundo así lo refrendan. Bayona vuelve a tener la posibilida­d de hacer lo que le dé la gana. Ojalá regresara al mundo de la fábula.

Nació en el seno de una familia de orígenes andaluces en un barrio obrero de Barcelona Debutó a lo grande gracias al apoyo incondicio­nal de Guillermo del Toro

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EFE. Juan Antonio Bayona, en el estreno de su cuarto largo, ‘Jurassic Worl’.

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