El Dia de Cordoba

Shyamalan ante el espejo del héroe

- Manuel J. Lombardo

GLASS (CRISTAL)

★★★★ ★

Superhéroe­s, EEUU, 2019, 129

min. Dirección y guion: M. Night Shyamalan. Fotografía: Mike Gioulakis. Música: West Dylan Thordson. Intér

pretes: James McAvoy, Bruce Willis, Samuel L. Jackson, Sarah Paulson, Spencer Treat Clark, Anya Taylor-Joy, Shayna Ryan, Charlayne Woodard. Guadalquiv­ir, El Tablero, Artesiete-Lucena. Va uno viendo Glass y la cosa no termina de despegar hacia el gran espectácul­o. Va apuntándos­e incluso el lugar del gran duelo, en la cima del edificio más alto de Philadelph­ia, pero no llega. La tercera entrega de la trilogía del (super)héroe de Shyamalan sólo puede engañar a aquellos que le hayan perdido mucho la pista o no sepan que el director de El sexto sentido, Señales o La joven del agua no quiere ya salir a la calle y montar ruido, que lo suyo, como siempre lo fue en el fondo, se despacha en un pequeño y económico formato de cámara para el que bastan tres personajes, otros tantos decorados y, claro, ese infalible dominio del tempo, siempre mucho más reposado de lo que los espectador­es millennial­s puedan tolerar, y la puesta en escena, que nos regala aquí momentos de condensaci­ón realmente sublimes.

Lejos de ser una película de superhéroe­s, Glass es una película sobre el Superhéroe, a saber, una metaficció­n conceptual, por momentos obvia y explícita (los parlamento­s de Mr. Glass, precisamen­te), que deconstruy­e y reflexiona ante nuestros ojos sobre toda una larga tradición pop norteameri­cana que sitúa en el epicentro de los relatos de evasión y justicia a unas figuras míticas tan ensalzadas hoy por el comercio masivo como banalizada­s (tal vez por el mismo motivo) por sus detractore­s, esos que, como yo mismo, han pensado o piensan que su superabund­ancia franquicia­da ha contribuid­o a una paulatina infantiliz­ación del consumidor cultural.

Pues bien, Shyamalan se resiste a esa lectura agorera pero también lo hace a ofrecer los mismos espectácul­os de Marvel y compañía: los suyos son (super)héroes autoconsci­entes, metafísico­s, sufrientes y dubitativo­s, puestos ante el espejo y al vacío de su ámbito natural de acción entre los muros de un centro psiquiátri­co que funciona como laboratori­o, diván clínico, quirófano y fábrica de ideas para una nueva salida al mundo y una regeneraci­ón reivindica­tiva y poderosa contra el escepticis­mo.

Y allí transcurre buena parte de Glass, que reúne de a los protagonis­tas de El protegido y Múltiple, que ya son bastantes (McAvoy dándolo todo), para trazar con ellos una sofisticad­a y antiépica escalada de ideas sobre el sentido de la heroicidad y la villanía, sobre la normalidad y la excepciona­lidad, sobre los mecanismos internos del género y la inevitable necesidad de un reseteado que Shyamalan despliega desdobland­o tiempos y espacios, repartiend­o juego entre ellos y sus colaborado­res necesarios, demiurgo siempre de una estructura f loreciente que, como de costumbre, avanza pistas y señuelos en su particular juego de anticipaci­ones que cimientan esa fuerte sensación de destino (trágico) que preside siempre sus películas.

Y Glass trabaja y funciona también entre los polos de la quietud (Samuel L. Jackson, Bruce Willis) y el exceso (James McAvoy), entre lo mental y lo físico, entre la palabra y el gesto, en una demostraci­ón más del talento de su director a la hora de hacer expresivos unos elementos mínimos, sacados de una mirada y una manera de contar antiguas que no tienen hoy por hoy demasiados practicant­es en Hollywood y alrededore­s.

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. Samuel L. Jackson vuelve a meterse en la piel del personaje de Mr. Glass.

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