El Dia de Cordoba

DE LIBROS El escriba de los omeyas

● Eduardo Manzano reconstruy­e la vida en el interior de Medina Azahara durante el esplendor de Al-Ándalus

- Javier González-Cotta

Eduardo Manzano Moreno. Crítica. Barcelona, 2019. 496 páginas. 25 euros De una noche de pasión carnal devino el esplendor de los omeyas. Podría parecernos el inicio de una novela histórica de supermerca­do y poco más. Pero Eduardo Manzano Moreno, historiado­r versado en Al-Ándalus, piensa que así pudo ocurrir en verdad. El futuro califa al-Hakam II, en quien se inspira La corte del califa, fue concebido por su padre Abderramán III y una concubina de su séquito, llamada Maryan. Al parecer, ésta le habría propuesto a Fátima, esposa y favorita del gran omeya, pasar una noche de amor con su señor. Le pagó diez mil dinares y consiguió su propósito.

De la coyunda nacería el sietemesin­o al-Hakam, mientras su madre Maryan, con el tiempo, se convertirá en Gran Señora, fundadora de mezquitas y asistente de necesitado­s. Por su parte, Abderramán III, al proclamars­e primer califa en 929, será quien abra la puerta califal a todo este gran periodo de Al-Ándalus. El nadir de la Córdoba omeya llegará en el año 1031, tras años de guerra civil (la f itna).

El libro de Manzano Moreno viene a ser como un ojo que se ha colado intramuros de Medina Azahara y, de paso, en el corazón de este hombre: al-Hakam II. Fue el califa que gobernó los años más rutilantes de la era omeya de Córdoba (961-976). De él sabemos, según el historiado­r, que “era barbilampi­ño, de nariz aguileña, barbilla saliente y voz aguda. Lucía la majestad de la dinastía omeya. Pero era muy obcecado”.

El libro se centra en cuatro años concretos de su mandato (971976). Manzano ha interpreta­do un texto original escrito por Iza al-Razi, secretario de la corte. Resulta toda una rareza (el periodo omeya carece de filones documental­es). Más tarde, un historiado­r llamado Ibn Hayyan lo incorporó al volumen VII de su Muqtabis, especie de crónica narrativa de la era omeya (los Anales Palatinos, según el arabista Emilio Gómez). El manuscrito ha sobrevivid­o a todo avatar, incluidas las rencillas académicas bien entrado el siglo XX.

“Mi libro es como un palimpsest­o. En las últimas décadas ha habido grandes arabistas y arqueólogo­s que me han permitido ajustar el texto original para poder interpreta­rlo. Los historiado­res siempre nos quejamos de las escasas fuentes que manejamos. Pero aquí ha ocurrido lo contrario. Tenía una fuente de primerísim­a mano, pero que presentaba grandes dificultad­es. Casi sentí la tentación de desfallece­r en el intento”, confiesa el autor.

A partir de dicha fuente, La corte del califa viene a ser como el gran angular que va del detalle y la anécdota al paño de fondo que fue AlÁndalus. “Uno descubre la inteligenc­ia que manejaba aquella gente. Y conocemos capítulos curiosos. Para agasajar a un vate norteafric­ano, al-Hakam ordenó que una cadena de soldados flanqueara el paso de la comitiva desde Córdoba hasta Medina Azahara. Como no había guardia suficiente para ello, se buscaron a la carrera muchachos cordobeses para vestirlos para la ocasión”. Fue una especie de “improvisac­ión hispana”.

Bajo la égida de al-Hakam (y al igual que en los años anteriores de su padre), la Córdoba omeya fue el mayor centro de irradiació­n cultural de occidente. Resuenan los nombres de Avicena, Maimónides, Averroes. En concreto, sólo en los años que recoge el Muqtabis, alHakam se había impuesto a los rivales del califato fatimí de Egipto (el único califato de rama chií). Asimismo, la ciudad palatina de Medina Azahara, como “elemento escénico del poder omeya”, se hallaba en su apogeo. El mihrab de la Mezquita de Córdoba se culminó en el año 965 (fueron frecuentes con los contactos amistosos con la Constantin­opla de entonces y artesanos bizantinos trabajaron en la cúpula del mihrab).

Por lo que respecta a las campañas de frontera por la península, la corta con los reinos cristianos estuvo bien resguardad­a. El territorio omeya se extendía al oeste hasta Coimbra, en Portugal, por el este ascendía hasta el río Ebro y, por el interior de la meseta, alcanzaba las tierras sorianas. Todo fue posi

ble porque el califato, por encima de su boato, fue en esencia un estado. “La dinastía omeya, que en origen huyó siglos antes de Damasco, llegó a Al-Ándalus y se erigió en guardiana de la ortodoxia. Fueron muy prácticos. Establecie­ron una organizaci­ón fiscal y una administra­ción fuerte”.

Los árabes se plantaron en la España visigoda en el año 711, tras la célebre incursión de Tariq. “El califato de los omeyas duró en sí un siglo. Puede parecer f lor de un día desde cierto punto de vista. Pero no fue así. El emirato independie­nte de Córdoba se implantó en 759, casi dos siglos an

tes. Por eso el fin de la larga era omeya fue traumático para los andalusíes. El golpe definitivo será la caída de Toledo en 1085”. Otro mito, el belicoso Almanzor, sucederá en la práctica a al-Hakam e impondrá su fuerza. “La Córdoba omeya sufrirá un giro de 180 grados. Almanzor inició una política agresiva. Sus soldados salían en campaña con toda pompa desde la Mezquita de Córdoba. Él mismo iba al frente de las tropas, algo inaudito en tiempos de al-Hakam” .

Dado el noticioso monotema que hoy nos acosa, al lector le sorprender­á toparse con alguna que

otra parada en... Cataluña. El comercio omeya con el Condado de Barcelona había sido muy próspero por la vía mediterrán­ea: pieles, esclavos, armas francas. Los señores catalanes disfrutaro­n de una “auténtica fiebre del oro en dinares andalusíes”. Pero Almanzor, con el cambio de política, arrasó Barcelona y masacró a su población. “No es algo olvidado. Existe documentac­ión y hay escritas varias novelas históricas”, recuerda Manzano. Que se sepa, dada la moda actual, los catalanes no han pedido una reparación histórica a los descendien­tes de los omeyas.

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ANTONIO PIZARRO El historiado­r Eduardo Manzano Moreno (Madrid, 1960), el pasado jueves durante su visita a Sevilla.
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