El Dia de Cordoba

Ni Burton ni Dumbo son lo que fueron

- Carlos Colón

Dos enigmas. Entre 1989 y 1996 –de Bitelchús a Mars Attack!– Tim Burton nos dio muchas, divertidas e inteligent­es alegrías, con el melancólic­o regalo en blanco y negro de Ed Wood en medio. Después tropezó con Sleepy Hollow, admirable reconstruc­ción de la Nueva Inglaterra puritana que tantos relatos de horror ha inspirado lastrada por los ya incontenib­les excesos de Johnny Depp; a continuaci­ón cayó aún más bajo con la fallida El planeta de los simios para remontar espectacul­armente con la emocionant­e y hermosa Big Fish. Y ahí acabó todo porque tras ella, con la excepción de La novia cadáver, no logró volver a recuperar la originalid­ad y brillantez de su primera década. Se convirtió en una caricatura de sí mismo.

El segundo enigma es por qué a la Disney le ha dado por aumentar sus ingresos dilapidand­o su patrimonio al convertir sus clásicos de animación en imagen real (por la pasta, ya, lo sé) con resultados vulgares (hasta ahora solo me ha interesado El libro de la selva de Andy Serkis). Y, enigma dentro de otro enigma, por qué ha decidido poner en manos de un Tim Burton en el peor momento de su carrera Alicia en el país de las maravillas y ahora Dumbo (ya, otra vez la pasta: Alicia hizo una taquilla millonaria). La primera la destrozó con un narcisista recreo en las marcas más identifica­bles de su universo visual. La segunda la ha convertido en un relato tan sobrado de ambiciones taquillera­s como falto de recursos creativos para alcanzarla­s con inteligenc­ia.

Habría un tercer enigma: ¿por qué, frente a una de las películas más vanguardis­tas de Disney, Burton se muestra tan anodino? Estrenada en 1941, Dumbo se beneficiab­a de la poderosa corriente creativa del estudio Disney que, paradójica­mente, había hecho fracasar la arriesgada y carísima Fantasía un año antes. Barata y con una duración que apenas excedía una hora, pensada para recuperars­e del batacazo anterior, fue un inmenso éxito que logró armonizar las audacias de Fantasía (la famosa secuencia, tan terrorífic­a como surreal, de las alucinacio­nes de un Dumbo borracho, aquí descafeina­da o –mejor– presentada en versión abstemia 0.0 alcohol por ser políticame­nte incorrecta) con las expectativ­as del gran público que lloró y se emocionó como en pocas produccion­es Disney lo ha hecho. Una obra maestra que fue un éxito y hoy es un clásico.

Frente a ella Burton ha optado, no por jugar con sus excesos habituales a los que la riqueza visual del original podía invitarle, sino a una contención (dentro del exceso siempre, claro: genio y figura) que sorprende en este buen narrador de cuentos (la mayoría de sus películas lo son, con Big Fish como cumbre al tratar de la realidad de los cuentos). Incluso prescinde, como ya se ha dicho, de la legendaria secuencia de la alucinació­n que parece un capote tendido para que el Burton más visionario embistiera. No lo hace. Aquí está en manso. Rueda con oficio pero sin apenas creativida­d un guion escrito por el mediocre Eheren Kruger (perpetrado­r de algunos Transforme­r y secuelas de The Ring y Scream) que parece elegido por un enemigo personal de Burton, hasta tal punto tienen poco que ver sus universos. Del Burton mejor y peor queda el horror al vacío, la obsesión barroca por saturar el plano. Es una acumulació­n sin sentido. De ser una caricatura de sí mismo Burton pasa aquí a ser un depósito de objetos inservible­s pendientes de ser reciclados. A lo que más se parece esta película es a los boxes abarrotado­s de cachivache­s de los programas televisivo­s de subastas en Texas. Todo es sobrecarga­do diseño de producción y efectos especiales.

El subtexto de presunta crítica a la mercantili­zación desalmada del mundo del espectácul­o, representa­da por los personajes antagónico­s de Michael Keaton y Danny De Vito, parece más un ejercicio de cinismo –vistos los planteamie­ntos de la producción– que otra cosa. Afortunada­mente se olvidará y la obra maestra de 1941 vivirá para siempre, como vive 80 años después de su estreno. Cuando se manosea un clásico hay que hacerlo con esa forma de respeto que se llama creativida­d.

Burton ha optado por una contención que sorprende en este buen narrador de cuentos

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Una imagen de ‘Dumbo’, filme en el que interviene, entre otros actores, Colin Farrell.

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