LA MONCLOACA
PARA la Historia hay, mínimo, tres elementos que definen una organización humana como Estado. Una hacienda que recauda y redistribuye; policía y ejército como brazo armado para la defensa –o ataque– interior y exterior; y una religión que justifique todo lo anterior, sin importar si en el altar está Cristo, Buda, Mahoma, Brahma, el Faraón, el Emperador, el Dólar Americano, la Libra Esterlina o los Bonos del Estado: lo que importa es que haya sacerdotes -hoy y aquí, economistas mediáticos que convenzan a la peña de las bondades del sistema, aunque sea acongojando al respetable con las nefastas consecuencias
que tiene salirse del redil. La arqueología, como todos ustedes saben, elabora sus conclusiones a través de los restos materiales de todo tipo. Algunos de ellos son tan significativos en un aspecto concreto, que su existencia confirma tal aspecto de manera indubitada: les llamamos fósiles directores.
Para la confirmación de la existencia de un Estado el fósil director más fiable es la cloaca. De hecho, podríamos decir que la cloaca es un indicador constante que opera a través del espacio y del tiempo (Gª e Hª) y que mide la potencia de un Estado en un lugar y tiempo determinados con escaso margen de error: si la cloaca funciona y no huele, usted está en un lugar donde el Estado es fuerte; donde hiede la cloaca el Estado es débil; donde no hay cloaca, no hay Estado. La gran virtud de la cloaca, más allá de su función higiénica, es moral, como todas las virtudes e hipócrita como todas las morales: la cloaca nos iguala. Las duras cagarrutas de la reina se mezclan con la plasta del obrero y fluyen con su agüita amarilla, y con la mía hacia la mar, que es el morir. Llegado a este punto es inevitable recordar al bueno de Jack Nicholson y su código rojo en Algunos hombres buenos. La perfección en política es sinónimo de terror o, dicho de otro modo, la democracia es imposible sin cierta dosis de hipocresía.
No hay Estado sin cloacas ni democracia sin Estado y en política, como en la vida adulta, hay que cabalgar las contradicciones sabiendo lo que hay y afrontándolo; la alternativa es pura fantasía infantil o ese pensamiento blando pasto de las soluciones fáciles para problemas complejos. La cloaca es solución, es higiene y salud, es apotropaica; el problema viene cuando no funciona bien y llega el tiro de mierda hasta el techo. La prueba de que el sistema es aceptable es que tanto don Mariano, penúltimo inquilino de la Moncloaca, como su pocero Villarejo están donde deben estar.
No hay Estado sin cloacas ni democracia sin Estado y en política hay que cabalgar las contradicciones