El Dia de Cordoba

A LA DERECHA DE LAFFER

- ANTONIO RAMÍREZ DE ARELLANO

FINALES de 1974, cuatro jóvenes colaborado­res del presidente Ford almuerzan en un restaurant­e. Están preocupado­s por la recesión en EEUU, por la inflación y los planes de subir impuestos. Arthur Laffer, profesor de la Universida­d de Chicago, dibuja en una servilleta, para Dick Cheney y Donald Rumsfeld, una curva que relaciona los ingresos fiscales totales con el tipo impositivo medio. Los ingresos públicos suben cuando suben los tipos, pero Laffer especula sobre la existencia de un tipo óptimo por encima del cual se desincenti­varía la actividad económica, cayendo la recaudació­n. El cuarto asistente es Jude Wanniski, que unos años más tarde, al relatar la anécdota para The Wall Street Journal, convertirá a esa servilleta en un influyente documento en política y en economía.

Laffer reconoció más tarde que la idea no era suya, sino de dos pensadores de origen andaluz. El romano, de Gades, Columela, y el andalusí Abenjaldún decían que si los impuestos eran excesivos, los comerciant­es o los agricultor­es dejarían sus negocios perjudican­do la recaudació­n fiscal. Laffer habló de la globalidad del sistema impositivo y lo plasmó en términos modernos en su célebre curva.

Desde entonces ha sido sustento de las propuestas fiscales neoliberal­es. Una bajada general de impuestos, dicen, activará la economía y gracias a ello aumentarán también los ingresos públicos. El mensaje tiene atractivo: intuitivo en apariencia y encaja con los principios ideológico­s de la derecha. Sin embargo, aunque como teoría general la Curva de Laffer puede ser correcta, se ha usado sin rigor para justificar actuacione­s económicas con graves efectos potenciale­s.

La verdadera cuestión es: ¿estamos a la izquierda o a la derecha del tipo óptimo de la Curva de Laffer? Un economista neoliberal partirá del prejuicio de que los impuestos son “muy elevados”, y dirá que es “obvio”que estamos a la derecha, y los tipos por encima del óptimo. Por tanto, bajar el tipo debe mejorar la recaudació­n, lo que sonará bien a sus votantes. Si aciertan, miel sobre hojuelas, y si fallan, la reducción de la recaudació­n convertirá su verdadero sueño en realidad: un Estado más pequeño, con menos gasto público. Por eso lo incluyen en sus programas electorale­s.

¿Cuál es luego la realidad? Dos ejemplos: el Gobierno de Rajoy en 2012, subió los impuestos a todos los españoles, y aumentó la recaudació­n; y Moreno Bonilla, en Andalucía, ha renunciado a la prometida “bajada masiva” y se ha centrado en reducirlos sólo a los andaluces con grandes fortunas. Moreno “da por cumplida” su promesa, mientras que las clases medias terminamos pagando los deberes fiscales de este grupo selecto y el consejero de Hacienda anuncia unos presupuest­os feos, con recortes.

Lo cierto es que, en una situación económica normal, no hay forma de probar que los tipos impositivo­s medios son superiores al óptimo de Laffer. El primer país en el que se manifestó el error de este planteamie­nto fue en los propios EEUU. Esos jóvenes trabajaron con Reagan en los años ochenta y bajaron los impuestos en general, con resultados desastroso­s. Las rebajas fiscales provocaron una fuerte reducción en la recaudació­n y un aumento del déficit. Subieron los tipos de interés hasta el 20%, dado que el Estado sólo podía enjugar su déficit con deuda. Imaginen lo que sucedería en España con nuestras hipotecas.

Los Estados modernos son una construcci­ón de las clases medias, que reclaman seguridad e igualdad de oportunida­des. En eso consiste nuestro contrato social, consagrado en la Constituci­ón Española. Los gobiernos deben colaborar en crear las condicione­s para que la Economía funcione y poder tener pensiones dignas, educación de calidad, sanidad accesible para todos, medidas para la dependenci­a, seguro de desempleo, infraestru­cturas modernas, etc

No se deben fijar los niveles impositivo­s de antemano por prejuicios u oportunism­o electoral, o competir a la baja en el dumping fiscal, sino determinar primero el nivel de gasto público que permite cumplir de forma eficiente con el compromiso social, y luego establecer los tipos necesarios, que además acepten los ciudadanos. No hay que olvidar tampoco que no tenemos un sólo impuesto, sino una cesta de figuras fiscales (que dependen de distintas administra­ciones) cuyos tipos deben ser racionales y coherentes. La Historia nos dice que los resultados de esta forma de actuar son positivos. Y no lo olvidemos: hacer efectiva la igualdad de oportunida­des es siempre la mejor decisión económica.

Aunque como teoría general la Curva de Laffer puede ser correcta, se ha usado sin rigor para justificar actuacione­s económicas con graves efectos potenciale­s

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Diputado del PSOE-A en el Parlamento de Andalucía. Portavoz de Hacienda, Industria y Energía

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