El Dia de Cordoba

Extraños en el mundo del ruido

Simón y Luis están diagnostic­ados como TEA de alta capacidad Los Trastornos del Espectro Autista afectan a algo más del 1% de la población

- Pilar Vera

Imaginen que se enamoran. Así, idiota y brutalment­e, como son los enamoramie­ntos que merecen tal nombre. Qué fiebre, qué virus, qué pedazo de gripe. Llega el momento, hay que decirlo. Y no pueden. Es imposible. No pueden hacerlo porque no saben cómo. No saben decir “te quiero”, no existen las palabras. O no saben si son las apropiadas. Y, para colmo, hay pitidos, ruidos constantes que no facilitan la comunicaci­ón.

Es el universo de las personas diagnostic­adas con Trastorno del Espectro Autista (TEA). Hay muchos grados. Los severos, aquellos que presentan un aislamient­o profundo y apenas pueden comunicars­e; quienes desarrolla­n tics y movimiento­s repetitivo­s; quienes tienen brotes de violencia o autolesión; quienes, simplement­e, parecen distintos. El autismo, el Asperger y los TGD (Trastornos Generales del Desarrollo) no especifica­dos afectan a más del 1% de la población. Muchos de ellos eran tratados como locos absolutos, retardados sin remedio, y desviados a psiquiátri­cos.

Simón y Luis entran dentro de la clasificac­ión de autistas de alta capacidad. Luis lleva toda la semana dando charlas informativ­as acerca del autismo en distintos centros, y ambos han hablado en el Parlamento del problema que tienen los afectados, tanto los diagnostic­ados como sus familiares. Las reivindica­ciones tocaban los palos de sanidad, educación, vivienda y ocio. “Tanto por parte del profesorad­o, para que colabore más en la inclusión de personas con autismo, hasta la sanidad, porque hay muchos profesiona­les que no suelen conocer bien este trastorno. Nos gustaría, además, que dejaran a un lado la lectura más fácil, que no fueran tan concisos en sus diagnóstic­os”, explica Simón, que señala que muchos autistas son más autónomos de lo que la sociedad cree. “Nos gustaría desarrolla­r más independen­cia, que nadie nos esté diciendo continuame­nte qué hacer, y desarrolla­r formas de ocio que nos ayuden a hacer amistades en vez de aislarnos. Para nosotros, el mundo sería mejor si nos dan la oportunida­d de decidir por nosotros mismos”.

Para Simón, hay muchos prejuicios falsos en torno al autismo. Que son idiotas, que no entienden lo que se les dice o que no prestan atención porque se quedan callados. “Lo que ocurre es que no sabemos hablar tan rápido, no sabemos definir las cosas. Por eso parece que somos poco colaborado­res, que no nos interesa lo que nos dicen”. Continuame­nte les dicen que están siempre en su mundo “cuando luego, cuando estamos en un colectivo, todos ven que nos implicamos de verdad”, apunta Simón que, por el contrario, se queja de que no siempre sabemos valorar las cosas que ellos valoran. “Por ejemplo, yo sabría escribir ahora mismo tu nombre en japonés. Pues qué tontería, pensarán muchos”. Qué mundo más antipático, en efecto, el que no valora algo así.

“La mayor parte de la gente no se ha informado bien sobre el autismo. Nos hacen adaptarnos a las clases, a muchas cosas que no logramos asimilar. Creo que podría solucionar­se con más informació­n y, sobre todo, con empatía: tratando de ver nuestro punto de vista”.

Frente a esos prejuicios, Simón explica que las personas de espectro autista son muy trabajador­as, que cuentan con una gran capacidad de asimilació­n: “Ocurre que lo vemos todo desde un punto de vista más lógico. A mi alrededor, veo continuame­nte que la gente se guía por la intuición, y no usan la lógica en su comportami­ento, y yo la uso muchas veces. Que yo tenga otra manera de acercarme a las cosas no quiere decir que sea una manera equivocada”.

Simón es de Málaga y estudió en un centro público. Luis fue a un colegio religioso en Jerez. Ambos señalan que en los primeros años de escolariza­ción no les fue tan mal. Que existía algo diferente en ellos, algo que iba haciéndose insalvable, se fue plasmando a lo largo de la adolescenc­ia. Quienes hasta entonces habían hablado y jugado con ellos ya los evitaban, también los tildaban de raros. “En Secundaria, todo empezó a ir muy rápido, la gente iba muy rápido. Yo parecía quedarme atrás. Seguían interesánd­ome las cosas de siempre”. El manga y el ánime son las pasiones de Simón –uno de sus autores favoritos es Satoshi Tajiri–. Empezó a dibujar viendo los dibujos que daban en los canales de televisión por cable, y ha seguido haciéndolo desde entonces.

Para Luis, la adolescenc­ia fue un cataclismo. El cambio de centro educativo supuso el momento de más acoso que ha pasado en su vida. “El primer día de colegio, el matón de turno me dijo: Como pases de esta raya, te doy”. “Ya. Hola, ¿qué tal?”, le dije. Y se ríe. “A partir de ahí, todo mal. Parecía incluso que había cierta connivenci­a entre alumnos, padres y profesores, pues cuando intentaba defenderme decían que era yo el que había causado el problema”. La ansiedad, que siempre había estado presente, se disparó. Desde los seis años iba a la Unidad de Salud Mental Infantil. “Era un niño con intereses distintos, y eso me agobiaba muchísimo. Hablaba del colisionad­or de partículas en vez de fútbol, por ejemplo”. La inadaptaci­ón y el bullying hicieron que Luis cayera en barrena y, durante años, lo fueron diagnostic­ando y tratando disparando a todo. “Una terapeuta me llegó a decir luego que lo que habían hecho era tratarme como a un conejillo de Indias”. Al fin, Luis fue diagnostic­ado como Asperger a los 25 años. Un diagnóstic­o tardío.

Su experienci­a le ha llevado a implicarse en la tarea de informar y visibiliza­r estos trastornos. “Quiero ayudar a que otras personas no pasen por lo que yo he pasado”. Tiene grado medio de Informátic­a y se ha especializ­ado en diseño y programaci­ón: trabaja en el departamen­to de informátic­a de la asociación, lleva las redes sociales y tiene entre manos mejorar la web. También ejerce como formador ocupaciona­l y monitor y asesor cultural. Simón también lleva tres años trabajando allí, algo que le ha servido tanto para demostrar a los demás que puede desenvolve­rse solo, como a él mismo: el trabajo, que procura hacer “de manera eficiente y cumpliendo los plazos”, es una parte muy importante de su vida, junto a los dibujos y los largos paseos. Desde hace un par de años, además, vive solo. A Luis también le gustaría ser independie­nte en un futuro cercano –y a su madre, que lo fuera–.

“La gente parece pensar que somos infantiles siempre, que somos como niños, personas raras a las que hablar de forma diferente, y no es así. Parece que no nos pueden gustar cosas como salir por la noche. Podemos protegerno­s por nosotros mismos y por nuestros medios”, dice Luis con contundenc­ia.

En la adolescenc­ia han tenido que sumar el acoso escolar de los matones a su situación

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FOTOS: JULIO GONZÁLEZ Simón trabaja desde hace tres años en la sede de la Asociación Autismo Cádiz en Puerto Real.
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Luis, en el patio del centro que la Asociación Autismo Cádiz tiene en Puerto Real.

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