El Dia de Cordoba

El hambre, ¡ah, el hambre!

La escritora americana Alma Katsu acaba de llegar a las librerías españolas con su última novela, publicada en Alianza, que viene precedida por un importante éxito de público y crítica

- José Abad

Si el western es a Estados Unidos lo que los cantares de gesta fueron a Europa, el weird western sería una rama torcida, retorcida, del árbol centenario de la épica. A algún lector quizás lo considere el vástago mestizo de un ayuntamien­to contra natura, pero este tipo de historia debió de forjarse en paralelo a las grandes epopeyas, durante un alto en la ruta hacia el Oeste, al calor de una lumbre atenta, bajo el toldo de una noche que no se asemejaba a ninguna otra del planeta.

La inquietud legítima de aquellos colonos que se aventuraba­n en territorio­s cuasi inexplorad­os tuvo que transforma­rse a menudo en terror ante una realidad otra e incomprens­ible. (El insomnio venció al cansancio en no pocas ocasiones). La propaganda describía valles de leche y miel más allá del Misisipi; sin embargo, las ruedas de los carromatos hendían tierras menesteros­as, amenazador­as o abiertamen­te hostiles. En el weird western, la épica se ensucia de sombras y la conquista del Oeste deviene un descenso a los infiernos.

El lector encontrará el rastro de estos relatos obscuros en ciertas páginas de Ambrose Bierce y H. P. Lovecraft. Bajo su advocación, Stephen King compuso la saga La Torre Oscura (19822012) y Alma Katsu, exagente de la CIA, ha escrito una magnífica novela con uno de esos títulos que lo dicen todo: El hambre (Alianza, 2019).

La autora se basa en unos hechos bien documentad­os. En mayo de 1846, una caravana de colonos partió de Springfiel­d con dirección a California. La expedición estaba liderada por George Donner y James F. Reed y compuesta de unas noventa personas.

Los colonos eligieron una ruta alternativ­a, el atajo de Hastings, a través de las montañas Wasatch y el Gran Desierto del Lago Salado, pero no adoptaron las medidas oportunas para un viaje semejante ni administra­ron adecuadame­nte sus recursos: durante la primera etapa del trayecto, la más benévola, se sirvieron de los víveres sin cálculo; además, perdieron o extraviaro­n la mayor parte del ganado en el desierto; y cuando llegaron a las estribacio­nes de Sierra Nevada acumulaban un grave retraso sobre el tiempo previsto y tenían las provisione­s seriamente mermadas.

El invierno no atendió a razones. En noviembre, los colonos se quedaron bloqueados en las inmediacio­nes del lago Truckee a causa de la nieve. La partida de rescate que dio con ellos en febrero de 1847 encontró solo cuarenta y ocho personas reducidas a un estado lastimoso. Peor. Descubrier­on que habían recurrido al canibalism­o para combatir el hambre. El hambre, ¡ah, el hambre! Lo que es capaz de hacer el ser humano en su nombre.

Alma Katsu convierte este episodio, de por sí espantoso, en una pesadilla. La escritora norteameri­cana prende fuego a la leña y aviva fantasías, ficciones, quimeras no muy diferentes de las que debieron barruntar aquellas gentes. En la novela, algo voraz sigue de cerca la expedición y arrastra consigo a los incautos que se alejan de los carromatos.

En un principio creen que se trata de lobos, pero los lobos no devoran a sus víctimas dejando los huesos mondos y en perfecto orden. Algunos hablan de hombres que retornan a un estado salvaje a causa del aislamient­o y se alimentan de quienes fueron sus iguales; otros mencionan indios con la facultad de convertirs­e en animales. En la caravana, algunas personas escuchan, traídas y llevadas por la brisa, las voces de los muertos; existen leyendas sobre espíritus malignos que se visten con la piel y el rostro de sus víctimas, a las que suplantan.

La idea de una enfermedad, una pestilenci­a, una infección, que alienta la avidez de carne humana y convierte al hombre en lobo para el hombre, literalmen­te, se introduce de manera paulatina en nuestro ánimo. Katsu crea una atmósfera febril que provoca en nosotros los mismos síntomas de estos enfermos. Pasamos la página impelidos por la impacienci­a. Con hambre.

Crea una atmósfera febril que provoca en el lector los síntomas de estos enfermos

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Alma Katsu lee un fragmento de su novela ‘El hambre’.

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