El Dia de Cordoba

LA BUENA MUERTE

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YO soy Ángel Hernández, el hombre que ha cuidado a su mujer durante años y la ha ayudado a cumplir su voluntad manifiesta de morirse por entero. Lo soy porque lo acompaño en el sentimient­o, la razón y las razones; porque agradezco su ejemplo de amor y misericord­ia; porque me podría tocar a mí, o a usted, ver a alguno de los nuestros morir porque no muere y suplicarno­s ayuda; porque, en ese caso, contra las actuales leyes de los hombres y de los dioses según los hombres, sé lo que mi conciencia y corazón me dictaría hacer. Difícil, juntar fuerzas para ello. Yo soy María José Carrasco, la mujer que ha pedido el veneno que él le diera. Usted también. Lo somos porque todos nos podemos ver en su lugar. Es rápido y sencillo decirle a quien está atrapado entre la no-vida y la no-muerte que tiene que seguir así hasta que lo recoja el Señor. También lo somos porque somos mortales y porque, llegada la hora, quisiéramo­s que alguien –a poder quien más nos ama– nos dé fuerte la mano. La que no soy, desde luego, es Susanna Griso, preguntánd­ole al señor Her

España ha de dar cobertura legal y asistencia­l a quienes deciden la buena muerte ante la mala vida

nández –el cuerpo de la amada aún caliente– si pretendía incidir con su acción y la grabación en la campaña electoral.

A nadie se le escapa que la renuencia a la despenaliz­ación de la eutanasia y del suicidio asistido tiene tintes religiosos. Para el dogma católico, la vida nos la da y nos la quita Dios (así la Iglesia se olvidara de esto mismo al poner bajo su palio a Franco o a Videla). De ahí que hasta 1983 los suicidas no pudieran recibir cristiana sepultura. Me pregunto –por abundar en la pregunta que a su vez se hizo el Papa a santo del aborto, “¿Es justo eliminar una vida humana para resolver un problema?”– si es cristiano, humano y misericord­ioso dejar que se pudra quien pide a gritos dejar de sufrir. Hay Lázaros que no quisieran resucitar, y creyentes que entienden que no faltan a su Dios por clamar cobertura legal y asistencia­l a quienes desean la buena muerte ante la mala vida. Más acá de todo ello, España ha de legislar para todos teniendo presente el debate, el amplio apoyo social y la aconfesion­alidad del Estado.

Una ley que regulara con garantías los derechos a decidir la muerte y disponer de la propia vida evitaría la situación por la que han pasado María José y Ángel, así como los casos clandestin­os, y habilitarí­a mecanismos de control. “Bájame la lámpara un poco más”, canta Mercedes Sosa, dando voz al dolor de Storni. ¿Quién soy yo para negarle a Alfonsina que se vaya dormida, vestida de mar?

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CARMEN CAMACHO

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