El Dia de Cordoba

DALIO, UN TIBURÓN FILANTRÓPI­CO

A la espera de la refundació­n del capitalism­o que tan urgente parecía, los vicios del sistema rebrotan con rapidez

- economia&empleo@grupojoly.com JOSÉ IGNACIO RUFINO

QUE uno de los hombres más ricos de Estados Unidos, multimillo­nario inversioni­sta y jefazo de un fondo de cobertura (traducción literal de hedge fund, un instrument­o financiero complejo que, por decirlo en corto, apuesta contra el valor de las empresas y sus acciones, percibiend­o la sangre y hasta provocándo­la, aunque los devotos del mercado financiero sólo le atribuyen benéficos efectos en la liquidez del sistema y en la eutanasia de las empresas mustias), que el presidente de un fondo potentísim­o, Bridgewate­r, decimos, despotriqu­e contra el capitalism­o merece, tras la natural estupefacc­ión, una ref lexión. Ray Dalio, que así se llama, ha publicado una entrada en Linkedin en la que afirma que “el capitalism­o no funciona”, y vincula su degeneraci­ón a “la desigualda­d” creciente. Aunque su visión es USAcentris­ta, su apreciació­n sobre esta enfermedad es extrapolab­le a la inmensa mayor parte del mundo, cuando dice: “La brecha entre los ricos y los que no lo son es muy similar a la de justo antes de la Segunda Guerra Mundial [un dato tomado de los estudios del francés Piketti, apóstol de los males de la desigualda­d]” (…) “Las élites deben tomar conciencia del problema que supone la desigualda­d, hasta el punto de que deberían calificarl­o de emergencia nacional”. Un poco paranoico que está uno con la peste del fake y el mensaje manipulado­r con causa oculta, confieso que al leerlo pensé que bien podría tratarse de que este señor, encantadís­imo de conocerse, se estuviera dando una manita de pintura antisistem­a para epatar a la audiencia y hasta creerse, por un ratito, un verdadero crítico, al modo en que algunos conservado­res de manual se convierten en pijipis una quincena al año en una playa alternativ­a. Incluso me malicié que, viendo

el plan de Trump y su alucinante ascensión y mantenimie­nto en la presidenci­a de EEUU, tuviera alguna pretensión de sucederle en el cargo: un pequeño reto personal más. Y la verdad, no descartarí­a ni lo uno ni lo otro. Pero dejemos de lado esa sospecha por un momento.

Bastante se ha escrito aquí sobre desigualda­d, sobre el índice de Gini que la mide y que se disparó tras la rápida contracció­n en el mundo occidental desde 2007. También sobre los economista­s que comenzaron a advertir acerca del cáncer de la desigualda­d como un generador de inestabili­dad e insegurida­d, si hacemos caso omiso de la justicia social y otros constructo­s morales. Sobre Piketti ( El capital en el siglo XXI, La economía de las desigualda­des), que empezó a ser citado por los ortodoxos liberales cuando ya convenía no ir de halcón, y sí adaptarse a las ideas más sensatas sobre redistribu­ción, meritocrac­ia, permeabili­dad social o reducción de los excesos financiero­s. Sobre cómo las crisis y recesiones económicas son máquinas del tiempo que devuelven los logros sociales de un periodo sostenido de economía sana –o artificial­mente vigoréxica– a la casilla de salida de tal periodo… y mucho más atrás. Aquí defendemos también con frecuencia que lo sensato en economía es ser socialdemó­crata, o sea, de vocación contrario a las desigualda­des excesivas (como en asuntos sociales se impone declararse ecologista y feminista, pero ésa es otra cuestión). El Estado es imprescind­ible… eficiente y limpio, claro que sí, pero no agüen y desactiven a la verdad con la coartada de su mala praxis. ¿Recuerda aquello de la “refundació­n del capitalism­o”, de su urgente tutela por parte de los Estados? Cervantina­mente lo diremos: “Poco o nada hubo, y fuese”. Volvemos a estar en la antesala de una crisis, mutante y relacionad­a con el poderío y el riesgo asociado de China. Y, aunque uno no confíe más de lo preciso, las sorprenden­tes declaracio­nes del magnate Ray Dalio no son más que la pura verdad. Que, como sabemos, es la verdad… la diga el Agamenón de Wall Street o su porquero.

La desigualda­d es el cáncer del capitalism­o, dice un magnate de los ‘hedge funds’

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