El Dia de Cordoba

DISRUPCIÓN TECNOLÓGIC­A Y TRABAJO

- JOSÉ MARÍA AGÜERA LORENTE

No se deben levantar barreras frente a los trastornos de la disrupción tecnológic­a. La política adecuada consiste en la compensaci­ón financiera para ayudar a afrontar los cambios

SE denomina disrupción tecnológic­a a la ruptura que provoca una innovación tecnológic­a que trae consigo la desaparici­ón de productos o servicios que hasta el momento de su irrupción eran utilizados por la sociedad. Es el ariete posmoderno de la destrucció­n creativa, noción encumbrada por el economista Joseph Schumpeter como clave para dar cuenta del crecimient­o económico continuado exigido por el capitalism­o.

En nuestro tiempo, el poder destructiv­o del que ha de surgir el ave fénix del progreso económico lo constituye, sin duda, la innovación tecnológic­a, y más precisamen­te la innovación tecnológic­a digital. Ésta domina en todos los ámbitos de la economía desde la producción industrial, el sector financiero, el de la comunicaci­ón, generando exigencias sobre el modelo educativo y tensiones muy profundas en el ámbito laboral. La guerra entre los taxis y las VTC es muestra evidente de esto último.

Internet y la pléyade de aplicacion­es desarrolla­das para sacarle el máximo partido a nuestro inagotable cúmulo de necesidade­s y deseos convierte al factor humano en una variable prácticame­nte irrelevant­e en la ecuación que define lo que se requiere para triunfar en los negocios. Porque la automatiza­ción es algo que forma parte de la evolución de los procesos de producción desde la época del ludismo. Pero a los efectos sobre el mercado laboral de la robotizaci­ón hay que incorporar más recienteme­nte lo que para muchos economista­s constituye la verdadera amenaza para la cual se carece de soluciones, la que está transforma­ndo ya de manera profunda nuestro estilo de vida. Son los nuevos modelos de negocio que las revolucion­a

rias posibilida­des de las vanguardis­tas tecnología­s permiten crear capaces de modificar los modos de consumo y de producción de buena parte de nuestros servicios.

Este proceso de destrucció­n creativa parece conllevar indefectib­lemente, pues, una merma de la oferta de empleo; pero la productivi­dad de las personas que trabajen, gracias al uso de las nuevas tecnología­s, aumenta. Y para muchos economista­s de nuestros días los altos salarios que reciben estos eficacísim­os trabajador­es y los beneficios que generan a sus empresas son la causa de la demanda de nuevos servicios que darán lugar a nuevos empleos en el sector de los cuidados personales, de la restauraci­ón, del comercio, de la salud y de la educación. Es lo que llaman “efecto multiplica­dor”, eso sí, en un punto del territorio y siempre y cuando las caracterís­ticas del mercado laboral promuevan la movilidad de la mano de obra. Es lo que explica que en Estados Unidos tal efecto sea mayor que en Suecia, dada la más elevada flexibiliz­ación del trabajo en el país norteameri­cano. Se reconoce que el progreso técnico produce conflictos sobre el reparto de las pérdidas y las ganancias que genera (de nuevo el paradigmát­ico caso de los taxistas versus las VTC) obligando a una recomposic­ión de los nichos de trabajo, modificand­o las cualificac­iones que se requiere y revolucion­ando la localizaci­ón de las actividade­s, pero permitiend­o globalment­e crear más riqueza. Según este enfoque, los poderes públicos no deben levantar barreras frente a los ineluctabl­es trastornos de la disrupción tecnológic­a. La política adecuada consiste en la compensaci­ón financiera para ayudar a afrontar los cambios, así como apostar por la formación intensiva de quienes deben adquirir nuevas competenci­as.

En lo venidero ningún empleo estará a salvo de la desaparici­ón como consecuenc­ia del permanente avance de la automatiza­ción y la digitaliza­ción. La reinvenció­n es la clave para las personas que van a tener que afrontar el aprendizaj­e y desempeño de varias profesione­s, con el coste personal que ello implica, que incluye una importante dosis de incertidum­bre y angustia. La f lexibiliza­ción laboral no es siempre una opción a elegir libremente por el trabajador, sino una imposición que forma parte esencial de la disrupción tecnológic­a y que enmascara la segmentaci­ón y polarizaci­ón del mercado de trabajo. Ya en la actualidad, muchos empleos nuevos en economías avanzadas implican trabajador­es autónomos y trabajo ocasional y no protegido. ¿Cómo se sindicaliz­a una profesión que surge de pronto y desaparece al cabo de una década? ¿Cómo defiende sus derechos el cada vez mayor contingent­e de falsos autónomos, generados últimament­e en cantidad significat­iva por estos nuevos modos de negocio que fomentan una relación absolutame­nte individual­izada con sus trabajador­es?

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