El Dia de Cordoba

Vila-Matas: “Es ridículo intentar registrar la realidad como Galdós, eso ya lo hace internet”

Enrique Vila-Matas presenta ‘Esa bruma insensata’, su última novela, una historia sobre la fe en el oficio literario con el ‘procés’ como telón de fondo

- Francisco Camero

Llega Enrique Vila-Matas en traje informal y zapatillas de running de último diseño, con su típico aire huidizo y una advertenci­a que lanza antes incluso de sentarse: “De política no me preguntéis, porque luego eso será el titular y yo no me caracteriz­o por afirmar nada rotundamen­te”. Pero cómo soslayar el hecho de que Esa bruma insensata (Seix Barral), su última novela, transcurre no sólo con el procés como telón de fondo, sino de hecho durante el fin de semana en que se produjo la supuesta proclamaci­ón de la independen­cia de Cataluña.

“Hay una descripció­n del clima de incertidum­bre en Barcelona. No se sabía qué iba a suceder. Era una situación rara, desconocid­a hasta entonces, flotaba una sensación de fin de trayecto que causó angustia”, concede el escritor. Y nada más que rascar pese a la insistenci­a de un compañero que le pregunta si le gusta sentirse español: “Es como si me preguntan si creo en Dios. O por la vida de las hormigas en domingo. No sé qué decir. Gustar, lo que se dice gustar, a mí me puede gustar por ejemplo contemplar un cuadro”.

Cualquier persona familiariz­ada con la obra de este renovador fundamenta­l de la novela española en las últimas décadas sabe, de todos modos, que su obra siempre estuvo en las antípodas de la literatura ideológica­mente programáti­ca o, como él las llama, de las “novelas ejemplares”. Ese trasfondo convulso e incierto, con helicópter­os sobrevolan­do Barcelona “como en Apocalypse Now”, lo utiliza Vila-Matas, más bien, como correlato del catastrófi­co estado de ánimo del narrador de la novela y del “enfrentami­ento entre dos conciencia­s” que constituye el gran conflicto –en el plano sentimenta­l tanto como en el literario– de esta historia.

A un lado, Simon Schneider, la voz que nos habla desde las páginas de Esa bruma insensata, título tomado de Raymond Queneau y que se refiere, explica Vila-Matas, a la vida misma, o a la concepción “neblinosa” que tiene él del hecho de vivir: “Uno espera que se levante la bruma para que veamos el río, y también lo que hay más allá del río”. Al otro lado, el hermano de Simon, un enigmático escritor que se hace llamar Gran Bros y que goza de reconocimi­ento mundial desde su escondite en Nueva York, donde se le rinde culto por su singular poética, basada en el empleo de brillantes y precisas citas literarias... que le suministra precisamen­te el don nadie que es su hermano allá en España.

Ese curioso y estrambóti­co oficio de proveedor de citas literarias, puramente vilamatian­o, le sirve al autor para sacudirse ciertos clichés sobre sí mismo. “Muchas veces se me ha acusado de ser demasiado intertextu­al, así que he intentado bromear sobre ello. De todos modos yo ya no cito tanto, y cuando lo hago suelen ser frases inventadas, con lo cual tampoco tiene tanta importanci­a. A veces son también pequeñas bromas privadas. Si es que no pasa nada... Puesto que me río de mí mismo, eso me permite reírme también un poco de los personajes y de todo lo demás. Con el tiempo, en mis libros hay cada vez más humor”, reflexiona el autor, que en esta novela, en efecto, comienza con un tono más solemne, casi trágico, para ir poco a poco deslizándo­se hacia un registro más ligero, casi propio de una comedia libresco-existencia­l.

Uno de los grandes temas de la novela, ciertament­e de rabiosa actualidad, es la incertidum­bre. “Una persona que tiene certezas, como decía Tabucchi, es un espanto. De la gente con certezas hay que huir enseguida. La certeza que sea, eh. Dime una certeza y te diré pues mira... Incluso si llueve te voy a rebatir que esté lloviendo. Todo es relativo, depende del punto de vista. Después de todo, estamos ahora en la época de la materia oscura, ¿no?”, dice el escritor, que plantea en este libro otro tema central: el de la fe en la literatura como motor de sentido de la existencia misma. “La palabra creer, según cómo se use, me gusta. Creer en el arte, por ejemplo, me parece que está muy bien. Antes, para mí, estaba el problema de escribir o no escribir, como se reflejó en Bartleby y

compañía, pero una vez que ha quedado comprobado que sí que escribía, el problema ha pasado a ser si seguir escribiend­o o no”.

Esa tensión forma parte esencial de la literatura del autor y no parece que vaya a resolverse nunca. “Con 20 años ya me despedía por la noche de mis amigos anunciándo­les que había dejado de escribir, y todos me decían: pero si no has escrito nada todavía. Es decir, antes de escribir yo ya quería dejarlo”, afirma Vila-Matas ejerciendo fielmente de sí mismo. La cuestión que sí tiene clara es, al menos, qué tipo de libros no tienen ya demasiado sentido. “Aquí se sigue pensando todavía en registrar todo al estilo Galdós, y yo no tengo nada en contra de Galdós, al contrario; pero eso es ridículo en estos tiempos, en los que ya todo lo registra internet. Ese trabajo lo hace internet por nosotros”.

Si Bartleby y compañía era un libro bajo el influjo de Melville, Doctor Pasavento atravesado por Maurice Blanchot, Hijos sin hijos por Kafka o Kassel no invita a la lógica por el sujeto colectivo del arte contemporá­neo, el gran tapado –o no tanto– de Esa bruma insensata es esta vez Thomas Pynchon. “No ha sido nunca un autor importante entre mis lecturas. Pero admiro su trabajo y me interesa mucho, sobre todo, su puesta en escena de la paranoia global del mundo contemporá­neo. A diferencia de otros libros míos, su presencia no supone ningún homenaje, más bien me río de esa coquetería de la invisibili­dad, del esconderse. Hombre, durante muchos años a mí me habría encantado sacar una novela, no tener que dar ni una entrevista y vender en una semana un millón de ejemplares, claro, pero...”.

Dice Vila-Matas que su imagen mental, romántica e idealizada del escritor era y sigue siendo la de “un ser errante bajo la lluvia, sin nada, trabajando sin parar”. Por eso, dice, le parece de lo más razonable “odiar a los escritores que son institucio­nes”. “Son insoportab­les, nunca me han resultado atractivos”, añade, en perfecta concordanc­ia con su gusto por el “arte del fracaso”, acerca de lo cual ha escrito muchísimas y cautivador­as páginas. Y sin embargo él ha sonado ya en más de una ocasión como candidato arriesgado al Nobel. ¿Qué pasaría entonces si él se convierte también en una institució­n? “Hará unos diez años me invitaron a un encuentro en Berlín con una crítica feroz y otra mujer, una rubia con melena a lo Anita Ekberg, que era jurado del Nobel –cuenta–. Alguien del público tuvo la ocurrencia de preguntarm­e eso mismo. Y yo dije: pues como cuando te toca la lotería, pediría que fuera secreto para que nadie me molestara. En ese momento vi cómo esa mujer del Nobel me miraba con una cara de desprecio tal que sé perfectame­nte que aquello despejó toda posibilida­d”.

“Durante una época se decía mucho en Cataluña que Baltasar Porcel sonaba para el Nobel, que era candidato, pero la verdad es que nunca había ninguna prueba de nada, como no fuera que invitaba cada verano a su pueblo de Mallorca al único miembro del jurado del Nobel que al menos entonces leía en español; el mismo tipo que tuvo mucho que ver con que se lo dieran a Cela. Pues cada verano lo tenía Porcel a pan y cuchillo en su casa de Andratx. Ésta sí que es una historia triste, tantos años aguantando al invitado éste... Da para una película. Éste podría ser el final: buenas tardes, señor, adiós, me vuelvo a Estocolmo; por cierto, no hay Nobel”.

Es ridículo seguir intentando registrar la realidad al estilo de Galdós: eso ya lo hace internet por nosotros”

Mi imagen ideal del escritor es la de un ser errante bajo la lluvia; odio a los escritores que son institucio­nes”

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 ?? JOSÉ ÁNGEL GARCÍA ?? Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) posa en el interior de un hotel del centro de Sevilla.
JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) posa en el interior de un hotel del centro de Sevilla.

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