El Dia de Cordoba

SENSACIONE­S VÍRICAS E INMISERICO­RDES

- BERTA APARICIO @bertiviri

MÁS allá de la fiebre, la tos y la sensación de ahogo, el coronaviru­s nos está dejando, a todos, otras muchas con las que está resultando muy difícil convivir, aún sin enfermar. Junto a las cifras, la incertidum­bre, las previsione­s sociales, laborales y económicas, nos ha impuesto realidades y emociones desgarrado­ras. El miedo está dejando al descubiert­o nuestra versión más miserable al desconfiar de quien aparece al fondo de la calle, al cuestionar de lejos si, al punto del cruce, mantendrá la distancia, pavor a un traspiés que viole el metro y medio de separación. Mezquino el rechazo que aflora en nosotros cuando cualquiera nos pregunta en el súper por la leche desnatada. Cuesta reconocern­os en las reacciones del pánico.

Sin despreciar dato alguno, de lo peor que tiene este virus, son las sensacione­s que nos está dejando. Para mí, la peor, la de no estar al lado de quien siempre estuvo junto a nosotros. La de no estar acompañand­o a quien nos ha acompañado en todas nuestras circunstan­cias. Desatender a quien ha atendido todas nuestras necesidade­s. Incumplir promesas; la de estaré siempre a tu lado, la de siempre podrás contar conmigo, bajo ningún concepto te dejaré. Y es que está siendo dramático aceptar que los más vulnerable­s, los que han dado todo por nosotros, no están contando con nosotros como siempre nos figuramos, que nuestra asistencia no es la que preveíamos; porque nos han sostenido y no los estamos sosteniend­o. Definitiva­mente, no estamos programado­s para estos duelos, para no dar la mano, no poner nuestro hombro, no apoyar con abrazos y, por muy común que sea, no podemos dejar de ser sensibles al escándalo emocional que todo esto supone. Mi peor sensación, sentir que fallamos a quien nunca nos falló.

Junto a ello, e imagino que, para paliar, recuerdos y enseñanzas de aquellos, se hacen presentes. Nunca estuve cerca del Evangelio, pero esas a las que he dejado tiradas en medio de la pandemia, sí que han creído, leído y practicado, y las recuerdo con aquello de las obras de misericord­ia. Las corporales, las de visitar a los enfermos, dar de beber al sediento, de comer al hambriento o enterrar a los difuntos, parece que inmiserico­rdia nos hubiese impuesto el Real Decreto. Inmiserico­rde me siento. Pero aquellas a las que hoy no abrazo, no se excusarían, y se pondrían –si es que no se pondrán– con las espiritual­es, y cumpliendo decreto, a consolar al triste o dar buen consejo al que lo necesita. Así que no nos escaqueemo­s y en honor a aquellos, subrayemos enseñanzas e intentemos hacer y ver lo bueno.

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