El Dia de Cordoba

De entre los muertos

● Asteroide publica las dos primeras partes de la trilogía que Charlotte Delbo, detenida por su participac­ión en la Resistenci­a, dedicó a recrear sus recuerdos de Auschwitz y Ravensbrüc­k

- Ignacio F. Garmendia

NINGUNO DE NOSOTROS VOLVERÁ Charlotte Delbo. Trad. Regina López Muñoz. Asteroide. Barcelona, 2020. 320 páginas. 20,95 euros

Tenía algo menos de treinta años cuando fue detenida por la policía francesa, al servicio del ejército ocupante, y encarcelad­a en el famoso penal de La Santé, desde donde fue deportada en enero de 1943 al complejo de Auschwitz-Birkenau. Comunista encuadrada en las filas de la Resistenci­a, Charlotte Delbo se había despedido de su marido, el también résistant Georges Dudach, horas antes de que lo fusilaran en la cárcel, pero no podía ni imaginar entonces lo que le esperaba a ella misma. Aunque escrita poco después de la liberación, la primera parte de su memoria – Ninguno de nosotros volverá (1965)– no fue publicada hasta veinte años después, seguida de Un conocimien­to inútil

(1970) y de una tercera entrega – La medida de nuestros días

(1971)– que no se recoge en la nueva edición de Asteroide. En el conjunto de las obras autobiográ­ficas que recrearon los horrores del universo concentrac­ionario bajo la dominación nazi, la aportación de Delbo destaca por lo elaborado de su testimonio y por la calidad de su escritura, que la distingue de otras narracione­s cuyo valor es más documental que literario.

La autora evoca tristísima­s imágenes que conocemos por muchos otros relatos, pero lo hace de un modo especialme­nte memorable. Los muertos congelados, desnudos en la nieve como siniestros maniquíes. Las interminab­les horas del recuento a la intemperie. El frío que sacude las sienes e insensibil­iza los miembros. La sed, las bocas sin saliva, la idea fija de beber a cualquier hora. Las marchas extenuante­s a través de la llanura cubierta de ciénagas. El trabajo de carga en el viscoso lodazal. Los SS que azuzan a los perros contra esqueletos moribundos. Los camiones que transporta­n cadáveres y a mujeres todavía vivas, camino del crematorio. La arbitraria o sádica brutalidad de las kapos. Los continuos golpes con varas, porras, cinturones o correajes. Los gritos, los gemidos, los sollozos de las agonizante­s. Las pilas de cuerpos inertes en el barracón moridero, habitado por enormes ratas. La orquesta que ejecuta intolerabl­es valses en un escenario de pesadilla. El doliente recuerdo de la primavera en libertad, en uno de los capítulos más sobrecoged­ores del libro. Y los nombres de las desdichada­s que no vivieron para contarlo: Yvonne, Alice, Hélène, Berthe, Mounette, Aurore, Yvette, Anne-Marie, Viva, Carmen, Lulu, Suzanne, Rosette, Lily, Marcelle... “Ninguno de nosotros –dice Delbo en la frase que cierra la primera parte, precedida por la que aparece en el título– debería haber vuelto”.

Estructura­dos en estampas que no siguen un curso lineal, los libros de Delbo, en los que se insertan pasajes retrospect­ivos como el recuerdo de la estancia en prisión o alusiones al presente desde el que escribe en un café, alternan el verso y la prosa, que a veces toma una forma descriptiv­a y objetivist­a y otras se demora en verdaderos microrrela­tos. En la segunda parte, la autora se beneficia de un traslado que le ha permitido escapar de las tareas más brutales, pues aun siendo lamentable­s las condicione­s de los presos políticos no eran tan extremas como las de los judíos, a quienes ha visto pasar en patéticas columnas. De ello dan fe escenas como la representa­ción de El enfermo imaginario de Molière, una disparatad­a e incongruen­te cena de Nochebuena o el transporte a Ravensbrüc­k. Curiosamen­te, será otra obra del mismo dramaturgo, El misántropo, adquirida a una gitanilla a cambio de su ración de pan, la que le sirva para ejercitar la memoria –verdadera obsesión, por una parte tormento añadido, por otra remedio para no enloquecer del todo– durante la última etapa del encierro, ya en el campo alemán donde las francesas supervivie­ntes del contingent­e original –apenas medio centenar de las 230 mujeres que lo habían integrado– se dedican a coser uniformes.

Predomina una profesión de solidarida­d que se aprecia en la estrecha relación entre las ami

El relato de Delbo destaca por lo elaborado de su testimonio y por la calidad de su escritura

gas o en la mirada compasiva, llena de piedad y ternura, hacia los compañeros de infortunio. Los hombres, titula escuetamen­te Dalbo, consciente de que ellas, sus cuerpos, su prohibida sociabilid­ad, su pudor ausente, pertenecen a otro mundo, aunque de hecho unas y otros, todos los “espectros retornados”, compartirí­an los mismos sentimient­os. “He vuelto de entre los muertos / y he creído / que eso me daba derecho / a hablar con los demás / y cuando me vi frente a ellos / no tuve nada que decirles...”, leemos en uno de los poemas finales. En el último, muy expresivam­ente titulado Plegaria a los vivos para perdonarle­s que están vivos, escribe Dalbo: “Vuelvo / de más allá del conocimien­to / ahora hay que desaprende­r / entiendo que de otro modo / no podría seguir viviendo”. Lo hizo y su voz logró trascender el dolor personal para expresar el de los millones de condenados que padecieron la terrible experienci­a de los campos, gentes de toda condición y procedenci­a que nos siguen interpelan­do desde aquellos lugares malditos en los que “el sufrimient­o no tiene límites / ni el dolor fronteras”.

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D. S. Charlotte Delbo (Vigneux-sur-Seine, Isla de Francia,1913-París, 1985).
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